A mi lado.

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Es domingo y hace frio, pero salgo igual. Mi padre está parado justo frente a mi casa con los brazos cruzados y una sonrisa plasmada en su rostro. Extiende sus brazos y me envuelve en ellos. Odio los abrazos, pero de todas formas lo dejo. Lo dejo porque sé que me extraña. Extraña la persona que era.

—¿Cómo estas, cariño? —pregunta mientras me observa.

Lo miro e intento descifrar de qué forma lo pregunta. Últimamente, las personas me preguntan mucho como estoy y no porque les importe. Pero mi padre lo preguntaba sinceramente, él siempre se preocupaba.

—Lo voy a superar—respondí y bajé la mirada hacia mis botas. El suelo estaba repleto de nieve y mis pies se hundían en ella.

No sabía que responder a aquella pregunta. ¿Cómo estoy? Parece una pregunta simple, pero a la vez complicada, sobre todo, cuando no tienes idea que pasa por tu cabeza.

—No mientas—me sonrió y me raspo la nariz con sus guantes congelados—. Sabes que no voy a decirle nada a tu madre.

No pude evitar sonreír. Ambos odiábamos verla mal y sobre todo cuando se trataba de nosotros. Mi madre tenía el poder de absorber tu dolor y apoderarse de él con tal de que no sufras.

—¿Quieres entrar o preferís ir a dar un paseo?

La voz de mi padre me aisló de mis pensamientos y su pregunta me obligo a observar la casa de al lado. Tu casa. 

Dos años antes, hubiera dicho que prefería quedarme contigo y tomar una chocolatada frente a la chimenea. Dos años antes, la navidad hubiera sido distinta, al igual que mi respuesta.

—No quiero entrar ahí—musite.

Mire por última vez tu casa y me dio lastima dejar a mi madre allí sola, pero estaba segura que Keyla iba a hacerle la compañía que hace tiempo necesitaba. Esa compañía que yo nunca supe darle.

Nos subimos al auto lentamente, ambos callados. Papá encendió el estéreo y con este, una melodía comenzó a sonar. No sé por qué, pero en el auto la música suena más linda, capaz es el movimiento, capaz la vista o capaz era yo, pero siempre la disfrute más.

Observé a mi padre y sonreí. Siempre había disfrutado de su presencia. Desde que era chica, me gustaba perseguirlo por toda la casa y observarlo trabajar. Él siempre había sido la persona más especial en mi vida y seguido venias tú.

—Sabes, yo cuando era joven tenía un compañero. Era mi mejor amigo y pasábamos horas juntos. Su nombre era John.

De repente, la voz de mi padre hizo a un lado el sonido de la música y me obligo a prestarle completa atención a su historia.

—Tu abuela siempre tenía que separarnos a la fuerza porque podíamos pasar días enteros jugando a la pelota—una risa melancólica resonó por el auto—. Un día, ambos crecimos y seguimos nuestros caminos en la vida. Dejamos de vernos y hablábamos muy poco por teléfono, solo para las fiestas. Lo extrañaba, pero en ese momento trabajaba mucho y pensé que ya íbamos a tener tiempo para juntarnos y ponernos al día. Dos días después, me entere que falleció en un accidente automovilístico.

Una lagrima se deslizo por su rostro y vi un destello de luz en sus ojos, como si lo que contara lo iluminara. Respiro hondo y me observo con una leve sonrisa.

—Lo siento—susurró. Me incline levemente y apoye mi cabeza en su hombro.

Nunca había visto a mi padre llorar. Recuerdo que cuando era pequeña, creía que los padres no lloraban, hasta el día en que mi abuela falleció y me encontré a mi madre sollozando en las escaleras.

Estuvimos en silencio un rato más hasta que logró calmarse. Entendía por que me contaba todo eso, realmente lo entendía. Frenó el auto levemente y se acomodó en diagonal para observarme directo.

—El motivo por el cual te estoy contando esto es que, vas a estar triste por mucho tiempo, vas a buscar alguna señal para echarte la culpa a vos misma de lo que sucedió, pero es normal. A la larga, te vas a dar cuenta que pasaste tu vida entera a su lado, nunca le soltaste la mano y siempre disfrutaste al máximo todos los momentos con él. Su amistad es inquebrantable.

Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos y no pude evitar soltar un sollozo. Abracé a mi padre efusivamente y le agradecí.

—Lo extraño tanto, papá. No sé qué voy a hacer sin él.

—¿Sabes? Los que amamos nunca nos dejan, siempre puedes encontrarlos aquí—extendió su mano hacia mi pecho, señalándome el corazón.

Me pase la tarde llorando en el auto, abrazada a mi padre y realmente por unos momentos sentía tu presencia. Te sentía en el asiento trasero observando la situación con una sonrisa. Sentía tu mano en mi hombro izquierdo. Te sentía a mi lado.

Y por unos segundos, me senti la persona más feliz del mundo.

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⏰ Última actualización: Nov 14, 2020 ⏰

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