Corazón sangrente. Corazón libre. (FINAL)

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No somos eternos.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Hinata?

Hinata tomó aire antes de responder.

Observó a las pocas personas que se mantenían de pie frente a una lápida fría, cuyo nombre escrito en ella conocía bien. Lo había pronunciado muchas veces. En voz alta, en sueños, bajo el influjo del deseo.

Se preguntó cuántas de las personas que estaban ahí conocían realmente al chico al que enterraban. La verdad tras su triste y amarga sonrisa.

No. No podía juzgarlos.

Ella misma no lo sabía hasta esa noche. Llorar no sirvió de nada. La angustia provocó que lo llamara, con la esperanza de detener lo que rezaba que no ocurriese. Fue su llamada la que alertó a un guardia de seguridad. Encontró el cuerpo.

—Iré.

Se colocó las gafas de sol y abrió la puerta. Sintió que las piernas le fallaban y el malestar en su estómago regresaba. Toneri la sostuvo del codo, reteniéndola.

—Si no te encuentras bien...

—Estaré bien —aseguró.

Necesitaba verlo por sus propios ojos. Continuaba aferrándose a la idea de que se tratara de otra persona. Que por azares del mundo él estuviera inclinado, cayera su móvil y justo abajo ya hubiese otra persona.

Toneri finalmente la soltó.

Desde que se la encontró llorando, de rodillas, en el balcón no preguntó. Se sentó a su lado y la sostuvo mientras lloraba y nombraba a otra persona en su lugar. Cualquier otra persona se habría sentido ofendido por su dolor. Él no. Toneri era un ser de luz que no cesaba de insultar y de aceptar sus defectos.

—Sé fuerte, Hinata.

Ella tomó aire una vez más y salió.

Caminó a pequeños pasos, con el corazón en un nudo. Cada paso significaba aceptar algo que no estaba dispuesta a hacerlo.

Se detuvo entre dos hombres, altos y con trajes oscuros. Uno de ellos parpadeó con sorpresa y el otro, enarcó una oscura ceja con curiosidad.

—Las amantes no suelen venir a vernos —susurró el más alto.

Hinata apretó los labios, tragando.

Los rebasó para arrodillarse frente a la tumba. Una fotografía de él se mostraba junto a la lápida, incienso y diversas flores. La tierra estaba removida y ya cubría el ataúd. Aún así, por un loco momento, estuvo a punto de empezar a escarbar en ella, de negarse a que estuviera muerto. Abrir el ataúd para... para... ¿Qué?

Levantó la cabeza hacia el cielo y cerró los ojos. No llovía. De sus ojos sí.

—Era un chico tan feliz y alegre —dijo alguien.

Estuvo a punto de soltar una carcajada.

Lo visualizó por el rabillo del ojo. Era uno de los profesores de la universidad. Algo educado de presentar condolencias y poco más. Seguramente, ni siquiera sabría cómo le costaba a él comprender las lecciones. Que pasaba horas y horas frente a un mismo libro y que ella tuvo que explicarle algunas lecciones a veces.

¿Realmente era feliz y alegre? No. No le conocían en absoluto.

—¿Podemos hablar?

Levantó la mirada hacia el mismo hombre alto que habló con ella al llegar. Asintió y tras una educada reverencia, ambos se alejaron de la gente.

Corazón oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora