Recibidos son los verdaderos bienaventurados

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Tras escuchar el comentario positivo pero sarcástico de Tharén, Thariús, se limitó a parpadear dos veces, cerrando y abriendo los rojizos ojos de su máscara en señal de desagrado por tener que estar en su planeta natal.

Fue así que, tras ese silencio, el doctor cuervo acompañado del novicio, caminaron al interior del Jardín de la Gran Rosa Escarlata compuesto en su mayor parte por un sin número de flores de diversos colores, árboles frutales y rosales, en su mayoría con rosas tan blancas como la nieve.

Pero, lo que más llamaba la atención, era la Rosa Escarlata ubicada al centro del lugar, encima de una estatua de “Filia, patrona de los bienaventurados” quien extiende sus manos intentado sostener a la flor que levita por si sola dando vida a toda la vegetación necesaria para los cultivos de la quinta columna que sostiene un 60% de los alimentos de “Metro Gorod”, así como hace florecer con ayuda de los polinizadores, toda la vida interna de su propio jardín.

Thariús y Tharén, de acuerdo con las tradiciones buscaron la rosa blanca que para ellos fuese la más hermosa, husmeando por todo ese edén floral donde se encontraban otros doctores cuervos, conversando sobre la situación actual, como dos jóvenes novicias que hicieron el comentario que, incluso ellas tendrían que participar en la Cruzada si es que la proclamaba necesaria el consejo de Guerra.

Al escuchar eso, Thariús, se quedó inmóvil y diversos flashbacks, comenzaron a circular en su cabeza, elevo su mano derecha hasta el rojizo ojo metálico del mismo hemisferio de su máscara comenzando a toser con suma fuerza como si sufriese un ataque que le quitaba todo el aliento y le dificultaba respirar el dulce aroma floral interno que le proporcionaba su protección.

Dentro de la cabeza del doctor, todo parecía un caos, las imágenes eran cronológicas y mostraban escenas de una batalla, primero un avance donde cientos de miles de guerreros, cargaban frontalmente contra una ciudad en ruinas, bajo una lluvia de proyectiles tanto explosivos normal como de la corrupta naturaleza Fungí, que al impactar envolvían a los hombres en un líquido similar al ácido, derritiendo el metal de las armaduras, el cuero de las camisas, la piel y el interior de sus cuerpos, dejando una montaña de restos de carne donde solo los huesos se mantienen intactos.

La tos del doctor incremento hasta que todos los que estaban en el Jardín fueron capaces de escucharle, sin embargo, esas escenas dantescas continuaban siendo trasmitidas en su cabeza, hasta que, por fin, fue capaz de ver una que duro más que el resto, en ella se mostraba a un imponente guerrero de dos metros de altura, la parte derecha de su rostro estaba en estado de necropsia, emergiendo de esa carne muerta: Gusanos, arañas azules y abejas negras.

El guerrero a un mantenía un ojo tan amarillo que brillaba más que el oro, mostrando también parte de su mandíbula, que era el hogar de los hongos toro, setas de violeta tonalidad que, al ser consumidas, brindan a su portador la capacidad de expulsar por su boca un fuego purpura, similar a un lanzallamas, cuyas flamas son tan letales que solo dejan cenizas.

Su lado derecho, tampoco era del todo normal, su color era pálido con ligeros toques verdosos, teniendo su ojo de una tonalidad violeta como el de los hongos toro, en su mejilla estaba tatuada una especie de runa o símbolo de una “C” cuyo costado era atravesado por dos líneas horizontales, el significado sigue siendo un misterio para los teólogos, aunque se asume que tiene una conexión o extensión directa con el “Virus” cumpliendo la función de satírica de un sacerdote o vocero de esta deidad.

Su negra cabellera parecía ser lo único que no fue afectado por la necropsia, pues la tenía sujeto a una especie de cola de caballo que seguía siendo demasiado prolongada para un muerto.

Esa figura portaba una imponente armadura verde, similar a la de Thariús, pero, con un diseño más tosco, siendo más ancha de los brazos y las hombreras, con un claro deterioro pues esta se encontraba desgastada y oxidada, acompañada de cadenas, con collares de cráneos, un cinturón elaborado las cabelleras de sus enemigos, bolsas hechas de piel humana donde almacenaba munición, así como otras deformaciones, que estos portadores miran como un obsequio de su deidad.

El Árbol EnfermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora