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Joel termina de arreglar su cabello frente el espejo, sonríe un poco dejando relucir su blanca dentadura. Lanza un beso a su reflejo como acostumbra a hacer desde siempre, más aún cuando su hermanita siempre le dice que parece un modelo de revista.

—Más guapo que ayer, menos que mañana. Claro que sí, bebé —da una vuelta y señala a su otro yo con un dedo, mientras recarga el brazo en el espejo—. ¿Te dolió la caída, bombón? Un angelito como tú puede ser secuestrado.

¿Qué estupideces estoy diciendo? Se pregunta así mismo.

Hace unas horas recibió un grato mensaje, así que no dudó ni un momento en irse a bañar —por segunda vez en el día— y cambiar su pijama limpio por ropa más casual. Coge el celular que permanece en la madera, después de conseguir un buen ángulo toma una foto. Sin pensarlo demasiado o añadir efectos, lo postea en su cuenta de Instagram. Rápidamente las notificaciones de numeroso me gustas o comentarios empiezan a llegar.

A sus casi veinticuatro años es conocedor del revuelo que ocasiona en muchas personas. Hasta un loco podría detenerse un momento a verlo y alabar su belleza. Y ni hablar de la fama que tiene en la Universidad. ¡Le pusieron de apodo Adonis! Obviamente fueron las locas descerebradas —como suele llamar a sus compañeras—.

Riendo ante sus locas imaginaciones llega a la cocina, hallando a su madre que posa la mirada en él cuando siente sus pasos —jamás entenderá ese poder de ellas—, dejando de lado el mantel con el cual estaba secando sus manos.

—¿Saldrás?

—Iré a casa de tía Astrid —anuncia metiendo la mano en los bolsillos traseros de su pantalón negro—, Erick me devolverá las sudaderas que prácticamente viene robando desde siempre.

—Niños —susurra Patricia con una nostálgica sonrisa.

—Ya somos adultos.

—A mis ojos siempre serán unos niños —Joel pasa su brazo por encima de los hombros de su madre, depositando un beso en la frente que tiene un par de arrugas—. Mejor vete o terminaré llorando. Por cierto, tu padre y Noah quieren hablar con ustedes.

—¿Nosotros?

—Erick, Isabelle y tú. Sí. A las siete, en casa de él.

Joel observa la hora en el reloj pegado a la pared. Un pequeño mohín se forma en sus labios, suspira rendido y asiente. Besa la frente de Patricia por última vez.

El clima es agradable, puede notar que las nubes son blancas —aunque prefiere cuando éstas tienen un color grisáceo—, el cielo está más celeste que nunca y un bello sol resplandece en todo lo alto. Después de unos cuantos pasos llega a la casa vecina, toca el timbre y se esconde hacia el lado derecho.

—¿Hola? —pregunta Astrid confundida al no ver a nadie cerca.

Joel había ideado un plan para asustarla, no obstante. su pie chocó accidentalmente con una maceta roja. La tierra junto a la planta terminó esparcida sobre el suelo de madera. Sonriendo inocente comenzó a limpiar todo, escuchando la carcajada de Astrid.

—Lo siento, tía.

—No te preocupes, cariño —hace un gesto con la mano para restar importancia—. Era de Noah, no mía.

Joel palidece.

—Eso lo cambia todo —balbucea nervioso y con un matiz de ironía, cerrando la puerta con el pie luego de haber sacudido sus manos.

Ambos llegan a la cocina, Astrid ofrece un poco de agua a Joel mientras culmina con el mango que estaba picando. Su semblante cambia de un momento a otro, llamando la atención del rizado.

Vírgenes hasta el matrimonio || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora