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—Ve al baño —masculla Erick, situando ambas manos en la espalda de Joel para que camine y no siga quejándose igual a un niño pequeño.

A veces resulta tan insoportable como la mezcla de un bebé hambriento y un anciano con el pañal sucio.

—Pero...

—Obedece —antes de cerrar la puerta deja un beso en su mejilla y sonríe—. No tardo. Y si haces algo tan Joel, o sea, tan tú, juro que te voy a arrojar por la ventana. ¿Entendido?

—Sí, jefecito.

—Estúpido hijo de lucifer —insulta el ojiverde con molestia.

Los toques en la puerta vuelven a escucharse, siendo acompañados por una voz preocupada y al mismo tiempo dulce. —¿Existe esa combinación? No lo sabemos—. Astrid estaba a punto de derribar aquella madera tirando una patada o un cabezazo. Daba igual qué parte de su cuerpo utilizaba para salvarlos. ¿Y si algo le pasó a su bebé y a Joel? ¡Los extraterrestres vinieron a llevarlos! ¿Por eso se escuchaban ruidos extraños? ¡Hay tantas cosas que pueden suceder! ¡Y pocas respuestas! Y para colmo, Erick no se apuraba en atenderla, ni que fuese una viejecita con problemas en las articulaciones.

Con un poco de prisa se coloca la ropa interior y un short deportivo que halló en la primera gaveta. Agarra el vaso que permanece situado en el escritorio y tira gotitas de agua a su pecho y rostro; luego —con las piernas temblando como si fuese a ver al mismísimo diablo—, decide ir hacia donde está su madre.

En el transcurso reza a todos los santos que puedan existir, incluso se atreve a inventar un par.

—¿Ocurre algo, mami?

—Sí —responde un tanto confusa—. ¿Y tu camiseta?

Erick se pone nervioso, riendo de la nada y haciendo que Astrid comience a preocuparse aún más. ¿Deberá llamar a un psiquiatra?

—Yo... Bueno, estaba haciendo ejercicio. ¡Sí! ¡Ejercicio! Ya sabes —mueve uno de sus brazos de arriba abajo y de lado a lado su cadera—, es saludable. Ya sabes. Los especialistas. Ellos recomiendan.

—Tú lo detestas.

Erick palidece en un santiamén.

—¡Ay, mamá! Las personas cambian. Hoy es rojo, mañana azul, luego verde y...

La voz del menor comienza a temblar y escucharse más aguda cuando siente el tacto de Joel en su espalda baja, jugando con el elástico de sus prendas. ¿En qué momento el energúmeno que tiene por mejor amigo se atrevió a desobedecer un mandato suyo? Infinitos balbuceos se escapan de su boca, sumando a ello la gotita de sudor que —ahora sí es verdadera— se desliza lentamente por su sien, burlándose de él y sus mentiras blandas.

—¿Estás bien, pequeño?

—S-Sí, es que... y-yo... ¡Qué frío hace! Debo, debo ir a la cama.

Ladea la cabeza hasta apoyarla contra el marco de la puerta, asintiendo a lo que dice su madre, aunque la realidad es que no está prestando atención. Ahoga un jadeo mordiendo su labio inferior cuando Joel roza con la punta de sus dedos su entrada, enviando un escalofrío por toda su columna vertebral.

Lo tirará por la ventana.

Realmente lo hará.

Pero después de una buena follada.

—¿Y Joel?

—¿Uhm? —pregunta con los ojos un tanto vidriosos por el placer que lo está consumiendo—. En... Está en el baño, encontró un... un chocolate vencido y ahora tiene diarrea.

Vírgenes hasta el matrimonio || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora