Uno, dos, tres, cuatro, un tomo, dos tomos, una colección, toda una biblioteca, al pequeño Pedro jamás le faltó qué leer. Muy probablemente su adicción a la lectura estaba directamente proporcionada con la escasez de dinero que sufría su padre para comprarle juguetes a él y a sus dos hermanas (María y Clara, ambas más chicas que él). Poco era el gasto que su padre hacía en cosas que no fueran comida e inversiones para su pequeña tienda de libros, que más que negocio era un sistema de reventa que dependía de extravíos y pérdidas literarias de autores mexicanos. Naturalmente el hambre que pasaban los hermanos estaba construida sobre una raquítica nutrición y una ausencia de amor tanto paternal como maternal; el padre de los niños sólo se presentaba a la hora de la cena y su madre (quien compartía una diferencia alarmantemente de edad con su marido) falleció cuando dio a luz a María, la más joven, así que considerando la diferencia mínima de edad entre los pequeños podríamos afirmar que el desconocimiento del rostro materno no significó una gran pérdida. Pero a su Padre, sí que lo echaban de menos en sus horas diurnas. Es por esto y por la presencia de basta literatura en la pequeña choza de madera a las afueras del pueblo a la que Pedro siempre llamó "casa" que el niño sabía saciar su hambre con letras, letras y más letras. Pedro no paraba, los devoraba, uno tras otro y tras otro... y tras otro. No había manera de detenerlo, las pocas veces que no estaba leyendo estaba auxiliando a sus hermanas en las labores domésticas que los tres tan pobremente lograban hacer cuando su padre se encontraba en su reventa de libros.Es curioso, el humano jamás ha logrado escapar de la necesidad de afección que naturalmente nos tiene atados a mínimamente sostener relaciones superficiales que en el fondo, carecen de sentido, de verdad, de sincero y desprendido "querer", pero esto, Pedro, no lo aprendió de un tutor, de la escuela, ni siquiera de la propia calle, el estoicismo en el que el pequeño se incubó, lo aprendió cada vez que en alguno de sus libros se leía "F I N", como prueba de que todo, sin excepción, acaba.
No hubo más, y persiguiendo el tiempo que poco a poco se nos tiende a escapar de las manos, los años pasaron y su pobre padre fue perdiendo fuerzas, ya no podía encargarse de su tienda y sus hermanas estaban muy ocupadas buscando esposo para salir del tan gris pueblucho. Pedro, en su defecto, seguía inmerso en un mundo de fantasía, un mundo que él mismo construyó con sus lecturas diarias.
Poco tiempo después de que Pedro cumplía los 22 años, su Padre muere de una fiebre insuperable. Sus 67 años de vida se vieron atormentados durante días por un calor infernal que si bien no merecía, acabó con su voluntad para seguir viviendo. María, Clara y Pedro velaron a su padre, del cual sólo tienen memorias las niñas, pues a Pedrito lo superó a la figura de su padre los libros que este le traía, por lo que en su obstinación, Pedro sólo buscaba que acabara la negra ceremonia para regresar a la tienda de su ahora difunto padre y atacar un nuevo libro que quién sabe que princesas, dragones u ogros escupirían los diálogos de una nueva historia.
Sus hermanas, con unos ojos que ahora se llenaban de propósitos cuya realización necesitaba ser ejecutada fuera de la choza, se hartaron de tener que cargar con la inutilidad de su hermano mayor y optaron por perseguir una vida llena de lujos con unos gemelos extranjeros que llegaron al pueblo de expedición y flechados no tardaron en desposar a las muchachas. Habiéndose resignado a seguir aferradas a un hombre cuya hambre dependía de tinta y papel, partieron. Pedro, en el punto de partida de sus hermanas sólo alzó un poco la mirada de un libro viejo y maltratado para con un ligero muñequeo despedir a la única familia que le quedaba, y entre llantos y preocupación por el destino de su hermano, María y Clara cerraron aquella puerta de madera, dejando encerrado dentro de ella, a aquel que consideraba pecado retirar su mirada de las letras.
Los próximos días Pedro continuó con su rutina diaria, sintió la casa como siempre, llena, atiborrada de un silencio que le traía paz y una somnolencia que le ayudaba con sus lecturas. La ausencia de sus hermanas era idéntica a la de su padre... imperceptible. No cabía duda que era tal la indiferencia con todo aquello que no fueran sus libros que si se le preguntara a Pedro el nombre de cualquiera de sus familiares no sabría la respuesta.
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Las Cuatro Patas de la Mesa
Proză scurtăLas cartas sobre la mesa, el trago y la comida, pero ¿sobre qué está edificada la mesa? A través de este libro se pretende demostrar por medio de cuentos cortos lo que hoy edifica la mesa y el foro contemporáneo de la vida. Los pilares de aquella c...