- ¿Está ocupado? -Escuché una voz femenina desde afuera. Sonreí con picardía al ver la expresión de frustración de mi acompañante. Sin apartarme de mi lugar respondí
-Justo salía. -Vero suspiró con enojo. Negué divertida y me alejé tranquilamente, soltando mi agarre. Ella, renegando, arregló las arrugas causadas en la corbata, luego pasando las manos por su cabello, nerviosa, intentando verse lo más serena posible. Abrí la puerta para salir, encontrándome con una mujer alta, con cara de preocupación. Lolita. -Disculpa, tuvimos que arreglarnos para salir. -Sonreí disimulando la voz ronca.
-Ay mijita, con tal de que me dejen entrar en los siguientes tres segundos no tengo ningún problema. Esto de andar aguantando por la vida ya no es lo mío. -Reí alto, tomando por la mano a Vero rápidamente para dejarla pasar. La observamos entrando con pasos cortos y cerrando con urgencia la puerta.
Al girarme para mirar a Vero, bajó la cabeza y soltó mi agarre. Negué, pensando Dios, esta mujer sí que consigue lo que quiere. Suspiré retomando mi agarre en su muñeca, y llevándola a un lugar más vacío. Llegamos a la sala de televisión, que era como otro lugar de reuniones, pero con puerta. Entramos y cerré tras nosotras. La apoyé en la pared junto a la puerta, con la típica pose de macho dominante, pues así. Mi mano se mantuvo firme junto a su cabeza, creando un tipo de barrera, mientras que la otra la acercaba a mí de la cadera. La vi, con la poca luz que salía del televisor encendido, mordiéndose el labio, mirándome con necesidad. Tensé la mandíbula, pasé saliva. Mi mano se desplazó hasta su espalda baja para tener un mejor control. Las suaves y delicadas manos de la mujer frente a mí pasaron a mi cara, aún algo húmeda por la toalla. Me acarició, con una tranquilidad extraordinaria. Apartó un mechón de cabello sobre mi frente, peinándolo tras mi oreja.
- ¿Vas a volver a dejarme como hace un rato? -Su pulgar repasó mi mandíbula. Negué con la cabeza, soltando una media sonrisa.
-No. -Alzó una ceja mirándome a los ojos. Ya me había acostumbrado a la oscuridad casi absoluta, y extrañamente la veía con más claridad que antes. - ¿No me crees? -Hizo cara de pensativa, y regresando a mí negó con la cabeza. -Ay, mi vida. No me gusta cuando me subestiman.
Me acerqué lentamente a sus labios, dejando que los míos le rozaran, robándole así un pequeño suspiro. Sonreí y bajé la mano que tenía antes apoyada en la pared, mientras ella enredaba nuevamente sus brazos alrededor de mi cuello.
-Eres mala, Anilla. Muy mala. -Ambas manos regresaron a su cintura, manteniendo un agarre fuerte. Levanté las cejas ante sus palabras.
- ¿Te parece? Y yo que pensaba que era un alma del Señor.
La vi riéndose suave, y reí al verla. Aún con expresión divertida, sus cuidadosos dedos desabotonaron el cuello de mi camisa, y como no era mía, el siguiente botón quedaba prácticamente a unos cuatro dedos de mis clavículas, permitiendo que se abriera al punto de verse parte de la tira de mi sostén. Ese día llevaba uno negro, lo recuerdo bien. Sus pupilas se dilataron al verme así, y lo pude notar perfectamente gracias al color claro de sus ojos. Me miré. Ya el calor en ese espacio reducido era bastante, por lo que terminé de desajustar el nudo de la corbata. No sé exactamente si fue el alcohol, o las ganas, o la tensión, que no me dejaron continuar con la espera. Los nervios hicieron que mi respiración aumentara de velocidad, tragué saliva de nuevo. Sus brazos regresaron a su lugar, y su mano izquierda se posicionó en mi cabeza. Enredó sus dedos en mi cabello, con las pupilas dilatadas y una sonrisa coqueta, me acercó, en medio de ese silencio que se formaba al estar a milímetros de ella.
Miró mis labios, y cerrando finalmente el espacio entre nosotras, la besé. La fuerza de su mano en mi cabello aumentó, acercándome aún más a ella. Sentía la suavidad de su lengua pasando por mi labio inferior, cómo jugaba con experiencia. Su calidez era cómoda, dulce, adictiva. Me besaba con arte, con finura, con suavidad y gracia. Tal como si mi boca fuera un lienzo en blanco, sus labios rosados me pintaban con seguridad. Recorrían el cuadro entero y pincelaban trazos oscuros con los dientes. Cada célula de mi piel sensible había sido marcada por Verónica Castro. Había sido repasada por ella, por su boca experta y segura. Me sentí como una novata del cariño. ¿Por qué? Sus mordidas casuales a mi labio hacían que me estremeciera. Nuestras respiraciones se mezclaban en vaho, se condensaban entre gotas diminutas de saliva mientras nuestras manos hallaban la manera de mantenerse ocupadas.
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Con las Alas Atadas //VERANA. (pausada)
FanfictionLa curiosa hija de Ana Gabriel descubre uno de los secretos del pasado de su madre, por lo que decide preguntar. Ana, aceptando contarle la verdad a su hija, le da hasta los más mínimos detalles sobre la aventura de años atrás. Poco a poco las flore...