3. MAR Y ARENA (1/2).

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Ya habíamos llegado a su mansión. Esa sí que era una mansión. Su casa era como cuarenta veces la mía en fila. No entendía por qué Vero aún no llegaba, pero estaba bien. Me senté en uno de los sillones de cuero oscuro que tenía en la sala. Vi a Alberto sacando de su enorme bar unas cuantas botellas con etiquetas que no pude reconocer. Por la forma de estas alcancé a identificar whisky, algo de ron, tequila, vodka y otras más. Este hombre quería verme arrastrándome al baño. Me miró con suspicacia y yo negué con la cabeza.

- ¿Me quieres dejar en coma etílico?

- ¿Crees que me voy a quedar ahí viendo como se terminan comiendo la boca? No mi reina, no les voy a servir de violín porque me antojo.

Yo solté una carcajada. Ese hombre era una cajita de sorpresas. - ¿Entonces qué piensas hacer?

No me respondió nada y se fue en dirección al teléfono. Iba a hacer una fiesta, ya me lo conocía. Abrió la libreta que tenía en la mesita y marcó un número. Dejé de prestarle atención y me levanté para quitarme el saco y colgarlo en el ropero de la entrada. Justo junto al mueble había un espejo de cuerpo completo y me miré en éste. Recordé lo tierna que se veía Verónica con ese saco que casi ni usaba. Ese sastre no era el mejor en mi armario, pero creí que sería interesante para algo tan tranquilo como un evento de beneficencia. Definitivamente me lo pondría más seguido. Al parecer daba buena suerte y ahora olía a ella. Me mordí suavemente el labio mientras la voz de Alberto continuaba saludando y esperando asistencias improvisadas. Suspiré y me quité la chaqueta. La acerqué con cuidado a mi nariz y definitivamente ese no era mi perfume. Era como una combinación extrañamente adictiva entre su aroma y el mío. Al pensar en esto me imaginé ese aroma por toda la habitación, con mis sábanas claras impregnadas en su sudor mientras ella dormía tranquilamente. Me di cuenta de lo que pasaba por mi cabeza y me regañé en silencio por ello. Colgué mi chaqueta en el ropero y mi amigo aún estaba al teléfono, coqueteando con sabrá Dios quién. Le conocía como mínimo unos tres novios y no se decidía. Luego de esto caminé nuevamente hacia el sillón, pero giré mi cabeza hacia el alcohol que había en el bar, así que me dirigí a la barra detallando cada botella. Había de todo. Sentía que esa noche me iba a poner terrible y probablemente no podría hablar al día siguiente. Recordé a Verónica. Sus ojazos mirándome, sus labios dedicándome palabras, esa voz especialmente aguda que ponía cuando hablaba conmigo. Sonreí y seguí mirando las botellas. Había Absolut, Brandy Veterano, ponche para hacer coctel, Smirnoff, licor 43, Johnnie Walker, Ponche Kuba, Beefeater y Plymouth, y unos cuantos pares de José Cuervo. En ese momento recordé que tenía los datos de Verónica en la mano, así que me la revisé y vi todo aún con buena tinta, por lo que me acerqué a Alberto y tomando su agenda, arranqué una hoja, tomé el lapicero que había junto a los dedos del hombre apoyados levemente en la mesa redonda, y comencé a copiar la información. Al comienzo, me miró extraño, pero luego entendió el por qué. Al terminar de escribir los números me erguí y doblé el papel, buscando el bolsillo inexistente en mis pantalones. Olvidé que estos trajes no tienen bolsillos. Qué bien, Anilla. Eres inteligente. Me regañé mentalmente con la voz de Verónica. Carajo, la recuerdo muy bien. Ojalá escucharla pronto.

Alberto viéndome distraída y con mirada extraña buscando mis bolsillos, soltó un rápido -Ay, qué emoción. Las espero aquí entonces, linda. Sí, sí. No te preocupes por eso. Claro que no, sabes cómo soy. ¿ah? Sí, por aquí anda. Ya luego cuando lleguen se las presento. Obvio, mi vida. Sí. Perfecto, te cuidas. -Lo vi colgando el teléfono. -Ahora mismo me cuentas cómo es eso de que te encanta Vero y no me habías dicho nada.

Lo miré y sólo podía pensar en ella. No estaba enamorada, pero esas manos

- ¿A qué te refieres? No me encanta. Sólo la admiro.

Con las Alas Atadas //VERANA. (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora