Capítulo 1: La muerte del Parque de las Ciencias [Adelanto especial]

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La mañana se hallaba gélida en toda la capital. La neblina había empezado a despertarse hacía ya tres horas para ser ahora densa, mostrándose en todo su esplendor. Al fiel frío, el cual no abandona nunca al hombre en estos meses, y a la niebla, creciente desde la madrugada, se les sumaba el negro humo de los coches, el cual viajaba por un común sábado de negocios.

Los zombis eran apartados del parking -perteneciente al Carrefour- siendo atropellados por los coches, como cada día. Su sangre era ahora una bandera roja -pintada por cada carretera de España-. La luz del joven día iba transmutando a los vampiros rezagados en vulgar ceniza, los cuales serían recogidos por los barrenderos dentro de unas horas. Obviamente -tras los dos ya mencionados-, es mester nombrar a las súcubo que despertaban en las camas de sus amantes, lugar donde ya no había amante -pues se lo habían comido para alimentarse de su lujuria-, y es que ellas son el mejor depredador por conocer la flauta de Hamelín para todo hombre -el sexo-.

El palacio de congresos -punto de encuentro para los jóvenes- comenzaba a movilizarse ya, hecho causado por la gente madrugadora que se va de viaje en avión, o autobús -el cual tomarían dirigiéndose a la estación-. En sus extensas escaleras, color océano verdoso -varios tonos más oscuro que el turquesa-, se sentaban a esperar todos, ya sea por lo antes mencionado o por haber llamado a un taxi -el cual pararía allí a recogerlos- para acudir a sus citas con el médico.

Un vehículo se detuvo. Circusman, un empresario alemán -el cual se dirigía a tierras malditas para comprarlas-, había encargado a un taxista sus servicios. En el coche entró ese ser obeso -y con un bigote de cabellos morenos de italiano-, ocupaba dos de los tres asientos traseros con su enorme cuerpo de ciento veinte kilos. Su cara de pitbull amargada no era agradable de ver, tenerlo delante era como ser observado por un caballo sin ojos -enfermizo-. Su camiseta a rayas rojas y blancas no podía mantener cautiva la tripa de esa bestia, y por ello sobresalía viéndose su ombligo que estaba lleno de pelusas. El pantalón de pana verde era un icono de lujosos tiempos pasados no muy lejanos -pero igualmente bastante viejos, posiblemente heredados de algún familiar muerto-, eran elegantes y su olor era naranja como la tarde de un estudiante de primaria. Su pelo era corto y negro -como su ladina alma-, el peinado era aristocrático con raya al medio y dos cuernos guiados al suelo de no mucha longitud, serían las astas de un cupido en el infierno -retorciéndose en su angustia-. Los zapatos eran pulcros y de un color carbón suave, aunque la suela se encontraba impura por los chicles escupidos sobre el suelo.

Taxista. ¿Adónde le llevo, jefe? -dijo el joven, el cual mascaba chicle de melocotón y sonreía balanceando la mandíbula-

Circusman. Yo no hablar mucho su idioma -dijo con una ligera pausa y una voz grave, con acento exagerado-Sentir si no poder comunicación correcta -su mirada era indiferente, ofensiva en parte- Desear ir Parque de las Ciencias, ¿Estar bien? -preguntó-

Taxista. Mm... -musitó pensativo, tirando el chicle en el cenicero- La última vez que estuve allí corrió la sangre, no se lo recomiendo -negaba con la cabeza y parecía convencido de lo que decía-.

Circusman. Cliente siempre tener razón. Yo pagar tú generosamente, aunque saber que estar muy serca -por un instante seseó y no se inmutaba por ello-

Taxista. Como quieras...tío -dijo encendiendo la radio, a la par que comenzaba a sonar ''Sweet Home Alabama''-

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⏰ Última actualización: Jan 26, 2015 ⏰

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