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Serena

Corro las telas y mis pies entran en contacto con el pasto del jardín. Me clavo de camino algunas espinas; me digo que ya es hora de cortarlo. Mi pantalón de algodón ,suelto, se separa de mi piel por la corriente de viento de la mañana y tiro de la remera que me tapa hasta el ombligo hacia abajo, me estremece hasta el alma. Recojo mi pelo marino en un recogido desarreglado y me froto los ojos hinchados, despabilo los estragos del sueño. Aún puedo sentir la piel caliente del calor. Abro la puerta corrediza y entro a la casa.

—Buenas. —logro decir ,adormilada.

Es demasiado temprano.

El olor entra como un fusil a mí nariz y aspiro profundo para quedarme un poco más con la calidez del aroma de la primera comida del día.

—Tortitas. —Aplaudo, ya mis funcione cerebrales se van comunicando. —¿No estás por salir?

Mi tía, Ellie, está aun con el pijama y ni ha tocado su porción, parece absorbida. 

—Abre el encargado por hoy. Me di el gustito desayunar y volver a la cama. —me contesta y, por fin, me mira; sonríe.

— O puedes dormir más, y luego comer.

Le recomiendo, como siempre

Niega. Su pelo recogido permite destacar su rostro angular y sus ojos verdes brillan ya en la realidad, aunque puedo ver desde donde estoy restos de lagaña. 

— Me da el doble de sueño.

—Te estás volviendo vaga.

—Culpa de ser la jefa.

Se ríe, y me señala con el dedo

 —Deja abierto, a ver si entra un poco de viento, quiero que me refresque la piel, ni que saliera de un horno. 

Lo hago, como no tenemos aire por los perros, ellos sufren mucho con esos aparatos que te hacen la vida más calentita  o salida de un comercial de Alaska, tenemos varios ventiladores; la brisa que viene del aparato me eriza la piel, justo lo tengo en diagonal; la temperatura no afloja.

Mi tía, sin embargo, ha decidido clavar su mirada detrás de mis hombros cuando me siento, niega con la mirada fija en mi baño público, o como ella llama: "indignación".

Qué te he echo para que no me escuches.—pretende sonar firme, pero su sonrisa a medias la delata.

—Ser de la familia. ¡Hey!, que siempre te tomo las palabras salvo cuando se trata de mi casa. —contesto mirando mi tienda de campaña cerca de la hamaca y de unos arbolitos que plantamos hace unos años. Sí, mi hogar es vivir en el fondo de una casa que no es mía. Conste que, en realidad, es muy cómodo. En ese pedazo de tela, como dice mi tía, pueden dormir hasta cuatro personas, o sea es extra grande; cabe mi ventilador mini, unas luces colgadas en los palos que sostienen el armado, y mi colchón.

¿Me hubiera gustado algo más elaborado? Sí, no voy a mentir. Fantaseé con mi departamento y con la decoración al  estilo bohemio. Me lo imagino con una única pared separando las zonas, que sería mi habitación y el baño; la cocina y la sala de estar estarían dividas por una pequeña repisa, una alfombra de lana con estampado de mosaico de distintas formas  recubriría el suelo; el sofá nórdico de cuatro plazas verde esmeralda, elegido en base a mi color favorito, cubriría de cojines bordeados con algodón de lino formando diminutas flores aisladas haciendo que reluciera la pared de madera detrás de ella. Los muebles serían de color pastel, uno de cada color, porque así me emocionaría.

Se nota que lo he soñado mínimo infinitas veces, pero la realidad se antepone y hay que maniobrar alternativas.

Igual no me quejo, me encanta lo sencillo y el grado afectivo que fue adquiriendo ese rinconcito de todo el terreno.

¿Qué queda de aquello que escribimos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora