Gabo mordió un extremo del bolígrafo. No era la primera vez que se sentía nervioso alrededor de su hermano. Se había sentido así desde que Lorenzo entró a su vida. Sentía admiración por el hombre que era, y sentía otras emociones que no debía. No debías de fantasear con tu hermano, eso no estaba bien.
—¿Qué te sucede? Has estado mordisqueando la pluma en vez de ponerte a escribir. No te explicaré de nuevo.
Quiero que me bese, el pensamiento apareció pese a que su moral estaba siendo examinada. Quiero besarlo, quiero saber cómo se siente, Gabo se mordió el labio para así sentir dolor y que los pensamientos se fueran. O, tal vez si debería hacerlo, besar a su hermano, para que su mente dejara de mortificarlo.
—No me pasa nada.
Lorenzo se acercó a él y puso sus ojos sobre los de él.
—¿Seguro?
Gabo asintió. El aroma del perfume de Lorenzo le fascinaba. Combinado con el sudor, Gabo pensó que probaba un afrodisíaco y sus hormonas se descontrolaban. Era la biología y no su propio deseo, Gabo se quiso engañar.
—¿Podrías cerrar los ojos?— Gabo hizo la pregunta con la mirada puesta sobre los delgados labios.
No sabía qué estaba haciendo, pero tenía una idea de que lo disfrutaría, de que marcaría un antes y un después.
—¿Por qué?
—Hacelo y ya.
Lorenzo obedeció.
—Espero que no pienses en hacerme una broma.
Gabo le acarició las mejillas y le encantó tocar la piel clara y suave, un cutis perfecto. Aspiró el aroma fresco, y eso lo llevó a tocar los labios de su hermano con un leve roce. Lorenzo había abierto sus ojos, pero, Gabo estaba ocupado, procesando sus actos. Preocupado con el hecho de que quería más, necesitaba más.
Aprovechando el silencio de Lorenzo, Gabo abandonó su silla para subirse a las piernas de Lorenzo. ¿Qué carajos estaba haciendo?
Tentado, volvió a perseguir la boca, y la apresó, con hambre, con deseo. Debido a la intensidad, terminaron en el suelo.
—¿Qué estamos haciendo, Gabriel?— Lorenzo preguntó, la pregunta a manera de aire cerca de sus labios.
A los oídos de Gabo, fue bueno que Lorenzo se incluyera en la pregunta, de no haber sido así, claramente sería una objeción.
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La sangre y la imagen del hombre implorando por su vida, gritando de una manera desgarradora, se quedaron tan adentro de Lorenzo que los gritos se volvieron pesadillas. No pudo comer los siguientes días, porque lo que ingería, terminaba en el baño y la mirada de desaprobación de su papá era imborrable. El recuerdo del rostro muerto en vida, lo visitaba cada mes, como un recuerdo de lo que nunca debería ser, y la razón por la que estaba arriesgando su propia vida para que Gabo no tocara ese mundo ni con su vista.
—Te voy a proteger siempre— le murmuró en la oreja.
Gabo alzó su cabeza. La transición luego del primer roce, pasó desapercibida para ambos, quizá, por los antecedentes, por la genética que los unía, y que no les importaba.
—¿De qué?
—De todos y de todo.
A veces, Lorenzo tenía en mente que debía protegerlo de su persona. Sería mejor si él no me hubiese conocido. Si borraba todo sobre él y Gabo siguiese como un Moreti, correría menos peligro. La mano de Diego Guevara no podría alcanzarlo. Lorenzo debía conocerlo. Debía protegerlo, apartarlo de lo que él pasó.