Kim TaeHyung y Kim Jennie son como el agua y el aceite, a pesar de ser hermanos no comparten ese vínculo, siendo la sangre lo único que los une.
Después de eventos desafortunados, Jennie conseguirá lo que TaeHyung anhela con desespero; a Jeon JungKo...
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TaeHyung...
Esa voz en la lejanía, sabía que le recordaba a alguien pero ¿A quién exactamente?
Le llamaban, estaba seguro de eso, pero sus ojos pesaban. Se sentía perdido, desesperado.
¿Por qué sucedían las cosas? ¿Él era malo? ¿Hizo algo mal? Acaso... ¿No tenía derecho a ser feliz?
Se cuestionaba el solo de hecho de existir. ¿Tenía algún sentido su vida? Siempre fue Kim TaeHyung, el perfecto hijo mayor de su familia, NaYeon se lo recalcó todos los días y Jennie lo odió más conformé paso el tiempo.
Deseaba una luz, un destello brillante que lo iluminará, que le diera felicidad.
Entonces, apareció JungKook.
Con su sonrisa y ojos de Bambi lo conquistaron, se metió tan profundo en su corazón, le hizo sentir vivo, que no era un inútil ni un opacador, TaeHyung sufría y eso nadie lo entendía.
Él no pidió ser consentido, él no pidió la atención, y sin embargo, tuvo que ocultar sus pensamientos y opiniones, porque no quería decepcionar a nadie, Jennie no lo quería más.
—¡Despierta!
El ruidoso grito lo hizo exaltar, tembló ligeramente antes de que el horripilante dolor de cabeza se adueñara de él. Con dificultad trato de abrir los ojos, su cuerpo dolía, y las insistentes ganas de vomitar se incrementaban, su vista quedó cegada de nuevo cuando la luz fue a dar directamente a sus pupilas haciéndolos cerrar de nuevo.
Parecía de mañana. Estaba sediento y hambriento, quería comer, tenía que alimentarse por el bien de su bebé, no debía pasarle nada pero la situación en la que se encontraba no era la mejor.
Lo intento de nuevo, comenzó abriendo el ojo izquierdo mientras se acostumbraba a la luz, y seguidamente abrió el otro esperando que las cosas frente a él tomaran color.
El panorama era borroso, veía y distinguía las figuras de algunas personas pero nada estaba completamente claro. Eran simples manchas en la lejanía.
La parte trasera de su cabeza dolía, se movió un poco y una fuerte punzada lo hizo jadear, era como si le hubieran dado un golpe en esa zona.
—Hasta que por fin despiertas, hermanito —Era ella.
Lo sabía perfectamente.
Soltó un quejido lastimero, en cuanto una mano fue a parar a su mejilla, su cara fue volteada y el ardor en su moflete comenzó a picar.
Maldita.
Su vista se fue aclarando lentamente, notando que estaba en una silla, sus manos se encontraban atadas en la misma con una cuerda. Respiraba con dificultad siendo evidente su pánico y terror, estaba preocupado más por su bolita que por él mismo.
