Prólogo | Capitulo ¿?

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Cada uno es una pieza de rompecabezas, complicadas a veces. Existen ocasiones en las que pareciera que encontramos nuestro lugar, el sitio en el que debemos y queremos estar; nos sentimos a gusto allí por un buen o corto lapso de tiempo hasta que llega la persona indicada, de la que sí es su destino estar allí, y solo nos queda apartarnos y seguir buscando. Duele saber que por mucho que amemos ese lugar, por lo bien que estemos con nuestro entorno, uno incorrecto, desgraciadamente no nos convertiremos a la fuerza en ese alguien perfectamente sintonizado con el lugar y no podremos obtener lo que es preciso para allí. Yo creí haber encontrado un lugar pero me siento... desplazada. Desde que ocurrió, tengo la sensación como me fuera ajeno, un sentimiento de aislamiento impide que llegue a sentir la presencia de las personas: sin calidez, sin vida.

Un objeto trae a la memoria recuerdos que no pueden coincidir en dos personas, eso es un hecho. Verbigracia, un reloj: un infante ignorara su funcionamiento, agitándolo probablemente si su edad es menos de tres años, un colegial sentirá algo de odio por aquel aparato que se revela a sus deseos, en instantes que haría lo que sea para que sus mecanismos giraran con rapidez adelantando el receso o salida pero agiliza las vueltas de sus agujas cuando se halla realizando algo que disfruta hacer, para un adulto mayor le traerá recuerdos en los que "en sus tiempos" era un lujo poseer una artefacto de aquellos creando nostalgia de recuerdos tan joviales y llenos de fuerza que se fueron tiempo atrás. Un libro me sume en un mar de emociones tan contradictorias entre sí que solo me causan confusión acerca de que sentir y que no, recuerdos que desearía que desaparecieran sin dejar rastro y otros con los cuales atesoraría por el fin de mis días. Por ello trato de mantenerme fría y lo más álgida posible reemplazando la calidez que antes tenía en mi mirada.

Afrontar el dolor de una muerte es complicado. Llega el sentimiento de impotencia por no poder ayudarlo con el dolor y solo poder brindar palabras de apoyo, o sentir alivio y una triste compresión de que la muerte significaba un punto final a innumerables sufrimientos. Cuando ese tipo de dolor sucede no todos reaccionan de la misma manera; algunos explotan transmitiendo su tristeza e impotencia mediante lágrimas, y generalmente son quienes reciben los abrazos; otros parecen de vidrio quebrado, que pareciera que al más mínimo roce se terminara de fragmentar y destruir, dispersándose en pedazos que dejaran como testimonio de lo que alguna vez fue; y los que enfrentan la situación sin dejarse llevar de manera extrema por la tristeza, pero la sienten latente en sus corazones dejándola ver para personas suspicaces. Una perdida provoca dolor, uno lacerante, una herida que punza continuamente.

Ese dolor que me impide salir de esta habitación, que me protege de las cosas exteriores. Al fin comprendo la existencia de miradas que desintegran, gestos que destruyen hasta lo más recóndito de tu ser. Es una ola que se carga los castillos de arena de la costa sin dejar otro rastro que su marca húmeda, destruyendo a su vez la esperanza de los constructores que en un descuido no los encuentran más. No nos esperan más.

Cada uno lidia con el dolor de manera diferente, me repito por décima vez mientras acomodo los libros en cajas manzaneras que logre conseguir previamente. ¿Su destino? Una esquina del ático preparada con anterioridad, con una cubierta de tela y plástico para evitar que se filtre humedad. Cargar una de esas cajas que pesan demasiado a causa de su contenido es complicado, una suerte que la trampilla que da con él se encuentre tan cerca.

Subo cada escalón con dificultad, y al llegar arriba la empujo al lugar señalado. Repito el proceso unas cinco veces. Al concluir tapo con un nylon.

Esto no es nada comparado con aquello, me reitero antes de sobar mi espalda al bajar por séptima vez las escalerillas; mi padre me observa preocupado abriendo sus brazos en un ángulo recto ofreciendo un abrazo de manera silenciosa. Niego ante la petición y espero que lo entienda, lo hace, no me decepciona como yo lo hago a mí misma continuamente. Sé que comprenderá ya que espere por esto

Espere por este momento treinta días y contando.

Cierro la puerta de mi dormitorio, echándole llave; contemplando en silencio el estante casi vacío. Digo casi porque no puede ni tocar esas cartas ni el libro que brilla en la gaveta superior.

Al verlos me permito quebrarme silenciosamente, derramo lágrimas sin soltar ningún sollozo apoyándome en la pared del frente abrazando mis piernas atrayéndolas a mí. Lloro como no lo hice en estos treinta días.

Odio leer porque me arrebato algo que ame.

Odio leer porque me cegó y lastime.

Odio leer porque me arrebató tiempo que no volverá.

Odio leer.

Odio / Amo LeerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora