Prologo

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—Y así terminamos la lección del libro agua de hoy —declaró el maestro Traivar, un hombre alto y fuerte de veintitantos años, ojos miel y largos cabellos marrones, él vestía formalmente con un traje negro sobre camisa blanca y corbata roja. Es declarado como uno de los maestros más atractivos según las estudiantes femeninas—. Recuerden que tienen tarea para dentro de dos días, es importante así que no entreguen tarde o afectará significativamente su nota. —habló con elegancia.

El maestro cerró su libro y empacó las cosas en una pequeña bolsa de cuero que llevaba consigo, aunque tenía el tamaño de un monedero podía expandirse y cargar más de diez kilos de peso.

—¿Qué materia sigue? —preguntó una de las compañeras que se encontraba en los primeros asientos de las últimas filas, ya sabes, aquellos escritorios que estaban justo delante del maestro.

Era una chica alta y atlética con un largo y sano cabello rubio atado en una coleta de caballo, estaba muy bien arreglada. Si, como podrás imaginar es miembro del grupo de los populares.

—Creo que sigue Educación Física. —susurró una voz masculina mientras sentía una mirada atravesarme como una flecha.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y entonces moví mi cabeza hacia mi escritorio, es decir hacia abajo.

"Si no lo veo no está ahí. Si no lo veo no está ahí."

—¡Hey Azrael —Un brazo se posó sobre mis hombros por lo que algo agitado giré mi cabeza hacia la izquierda para ver a la persona en cuestión, aunque ya sabía de quién se trataba
—! ¿Jugaras hoy, verdad?

Quién ahí estaba era un chico de tez blanca, lleno de pecas claras con un cabello corto y rubio, de estatura pequeña y ojos verdes.

Él llevaba nuestro uniforme; Chaleco de manga larga junto a un pantalón negro con corbata roja y un gran fénix en la espalda, al igual que un emblema de dicha ave sobre nuestro pecho.

Ésta persona, Jorgel Ledfel, era mi mayor problema en clases.

—Yo...

—Vamos, será divertido, hace unos días que no juegas. —Él me sonrió.

Mi cuerpo se estremeció mientras pensaba en que responder.

—Si, verás, las quemaduras tardan en recuperarse aún con la magia...

—Parece que no me has entendido. Tu vas a jugar —ordenó.

En sus palmas se formaron grandes llamaradas que ardían de forma eterna y constante, tan cerca de mi rostro que casi comenzó a quemar mis cejas.

—¿Entiendes?

—S-, si.

Finalmente volví a ceder.

—¡Genial! Ya escucharon muchachos y señoritas. Vámonos. —Fui llevado, no, fui arrastrado hasta la puerta donde un grupo de siete personas estaban esperando, tres hombre y cuatro mujeres. Casi todos con una apariencia agraciada en su uniforme, si, los populares tienen mucha suerte.

—Al fin. —Se quejó una de ellas.

—Ya estaban tardando. —agregó otra.

—Vamos chicas, no se pongan así, mejor ya vayamos al patio. —pidió uno de los hombres.

Después de ello fui arrastrado junto a los populares hacia el patio, detrás nuestro venían el resto de mis compañeros,

[...]

Finalmente en el patio el maestro de educación física, un hombre regordete y de estatura mediana estuvo mirando un libro mientras pensaba en algo, en su boca llevaba una paleta de chile con tamarindo. No parecía estar prestando especial atención a los veinte alumnos delante suyo.

Hierro y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora