Amor accidental

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Un par de ojos azules la observaron con atención mientras ella suturaba la panza de Aslan, un oso de peluche color gris, tras haber sido rasgada por la rama de un árbol.

- ¿Estará bien? - preguntó la dulce voz del ojiazul

- Claro que estará bien, pollito, tu hermana lo está curando. - le respondió Gabriela, la madre de ambos rubios - Acuérdate que ella es doctora.

Valentina sonrió al ver como su hermano menor miraba al cielo dramáticamente mientras le agradecía a Dios que su oso estaba siendo atendido por una doctora de verdad.

Cuando Juan Pablo nació, Valentina recién estaba comenzando su segundo año de la carrera de medicina. El embarazo de su madre fue inesperado, y de muy alto riesgo, por lo que la ojiazul tuvo nueve meses de agonía en los que no se concentraba del todo bien en la universidad, lo que hizo que estuviera a punto de reprobar dos materias. Afortunadamente para todos, el parto no tuvo ninguna complicación y Juan Pablo nació complemente sano.

Lo que jamás imaginó la rubia fue que seis años después ella estaría como cirujana principal en la operación de un oso de peluche, la que es sin duda, la experiencia más enriquecedora de su carrera como médico y como cirujana.

- ¡Está listo! - dijo ella en voz alta cuando terminó de suturar al oso

Juan Pablo, o pollito, como todos le decían en casa, saltó sobre ella abrazándola y agradeciéndole por haber salvado a su amado compañero de juegos.

- No es nada, cuando seas grande y trabajes en un Safari me lo pagarás. - le guiñó un ojo - Bueno, esto ha sido toda una aventura, pero debo retirarme. - se puso de pie y se acercó a su madre para dejarle un beso en la frente - Tengo que estar en el hospital en una hora, y ya sabes como es el tráfico aquí en la ciudad a estas horas.

- Con mucho cuidado hija, por favor. - dijo su padre entrando a la sala

- Tu sabes que manejo como anciana. - dijo juguetonamente - ¡Nos vemos en la noche! - gritó mientras salía de la casa con su mochila en el hombro

Mientras iba manejando camino hacia el hospital, Valentina recordó con alegría como su familia se había mudado a la Ciudad de México para hacerle compañía. Su papá había conseguido que en su trabajo le hicieran una buena oferta para trabajar fuera de Baja California y sin pensarlo compró una casa ubicada en la zona centro de modo que quedará en un punto medio entre su trabajo y el hospital donde ella hacia su residencia, y entonces se mudaron.

La ojiazul fue absolutamente feliz cuando una noche de viernes mientras ella terminaba su guardia le hablaron por teléfono para invitarla a cenar a su nueva casa. Dos semanas más tarde ella se mudó a la misma casa que sus padres para así reducir gastos y todo mejoró, ya no se sentía tan sola como normalmente lo hacía. Ver a Juan Pablo le llenaba sus días de vida porque era un torbellino. Incluso ver a Guillermo y a Fernanda, sus hermanos mellizos de dieciocho años, le hacía feliz. Lo único que le faltaba a su vida era alguien que ocupara el último espacio que había en su corazón, mismo espacio que corresponde a su vida sentimental y amorosa.

Mientras pensaba en todo esto, la ojiazul no se dió cuenta que acababa de pasarse un alto y entonces, lo que jamás le había sucedido en esos 3 años viviendo en la Ciudad de México, pasó.

El impacto fue tan fuerte que el cinturón de seguridad le raspó el cuello. Cuando Valentina reaccionó a los hechos se desabrochó el cinturón y se bajó rápidamente del vehículo para ver cómo se encontraba la persona con la que se había impactado. Dentro de esa camioneta se encontraba una mujer que no aparentaba más de veinticuatro años y un pequeño menor de dos o tres años. Rápidamente la ojiazul se movilizó y sacó a ambos de la camioneta y después pidió a gritos a las personas que estaban a su alrededor de chismosos que llamarán una ambulancia.

ONE SHOTS | JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora