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ℕ𝕌𝔼𝕍𝕆𝕊 𝔸𝕄𝕀𝔾𝕆𝕊

"¿Quiénes sois?"

— ¿Un amigo? No te creo

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— ¿Un amigo? No te creo

Sus ojos castaños me miraban con total desconfianza y no era de extrañarse ya que, después de todo, ¿por qué no pensaría que fui uno de los que la secuestró?

Suspiré mientras me acercaba a la cama que estaba en la habitación y me sentaba al borde de esta, sin dejar de observarla.

— ¿Sabes por qué estás aquí? – pregunté casi en un susurro. La verdad no es como si hubiera hablado mucho con otros civiles del Distrito 9, tampoco tenía interés en hacer amigos con gente que parecían robots, todos manejados por el coronel (aunque había quien se rebelaba).

La chica no respondió, simplemente volvió a mirar por la ventana, a las calles blancas y negras, donde no hay ni un solo color que no sean tonos de grises amargos y llenos de tristeza. No entiendo por qué las plantas también están en este color, ¿tal vez alguien tenga la habilidad de eliminar los colores vivos y naturales?

Suspiré mientras alzaba mi mano hacia el frente y, sin más, prendí unas pequeñas llamas en ella. Conseguí captar la atención de la chica, la cual me miraba, ahora, con asombro y pavor.

— Si te han traído aquí, es porque tienes una habilidad que les interesa – expliqué, mientras apagaba el fuego de mi mano – en mi caso, soy conocido como un "piroquinético", controlo el elemento fuego y puedo tocarlo sin siquiera quemarme o lastimarme, al igual que puedo crear llamas con cualquier parte de mi cuerpo – sonreí levemente, ahora creando una llama con mi pie (mis zapatos eran resistentes al fuego, por si las moscas) – ¿sabes cuál es tu habilidad? – ella negó con la cabeza. Pude fijarme en que no llevaba puesto un uniforme del Distrito 9, sino que parecía tener una especie de camisón similar al de un hospital.

"Le habrán hecho algunas pruebas para saber cuál es su habilidad, parece no haberla despertado aún" pensé mientras me levantaba. ___ se tensó ante mi gesto, seguramente pensó que me iba a acercar a ella para hacerle daño pero, lo que realmente iba a hacer, era ir hacia el armario que estaba en la otra punta de la habitación.

Las habitaciones para los recién llegados eran similares a las de un hospital: predominaban paredes blancas y lisas con suelos de baldosas grises, una cama en el centro que simulaba ser cómoda cuando era todo lo contrario, dos mesillas de noche grises junto a la cama, una pequeña televisión colgada en la pared, un baño más pequeño que el escaso metro cuadrado que tienes por mesa en el colegio, otra puerta (todas las puertas blancas, por si acaso) que era un armario o closet y, cómo no, una ventana redonda en la que había un pequeño espacio para sentarse, similar a un banco en la pared, donde ella se encontraba sentada.

Al abrir el armario, me sorprendí al encontrar un uniforme completamente blanco. Los uniformes que nos daban eran similares a un mono de trabajo, tenían el símbolo de nuestro poder en el lado izquierdo del pecho o clavícula y nuestro nombre en el derecho. En la espalda aparecía el número de la casa en la que vivías, por ello, entendí el por qué me llamaron. Nosotros vivíamos en la casa 268, era el número que yo llevaba a la espalda y el número que aparecía en su uniforme también. Se supone que el 2 es la calle, el 6 la casa y el 8 la capacidad de personas que pueden vivir en ella (o el número de habitaciones individuales, ya que en una casa solo hay un máximo de 9 habitaciones individuales).

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