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Siempre escuché que las mujeres éramos adictas al drama, una gran parte es verdad y el resto... son historias de amor. De esas que jamás me pasan, pero siempre espero.

En las películas, terminar la preparatoria y entrar a la universidad era equivalente al final feliz. En mi caso fue la puerta al cielo y al infierno.

Siempre me consideré bastante común, una pequeña cerebrito, alguien con mala suerte con los hombres y no, no me enamoré del chico malo, lleno de tatuajes, adicto a las drogas y que yo tuviera que salvar, Quizás sí. Al menos, no por ahora.

Simplemente me enamoré del chico de al lado que me hacía reír y hablaba de esas cosas frikis que a nadie le importa, como: ¿Qué tan lejos están las estrellas? O en física, ¿cuánto tiempo podría ser un minuto según la teoría de la relatividad? Quizás nunca lo entendí. Mi verdadero amor era la física.

Pero él... era mi amor y mi verdugo. Nos conocíamos desde niño y era la única forma de amor que conocía hasta ahora, aunque esta quizás fuera incorrecta.

David se sentó en la mesa del frente, mientras inocentemente bebía una gaseosa, aunque todos consumían lo que tuviera más alcohol del bar, y jugábamos algo que era la excusa para emborracharse. Yo estaba algo nerviosa, era la más pequeña de todos los presentes. Sí, sí... Sé que me estás imaginando como la nerd con frenos, pero para nada. Yo era la roquera de rudo aspecto y corazón bastante dulce. Note que no dejaba de mirarme, pero cuando cruzábamos miradas se ponía nervioso y fingía no mirarme.

En el fondo de mi corazón, yo era una chica tierna. Ese era mi mayor secreto.

Pero ¿para qué vamos a embriagarnos con alcohol si la mejor forma de torturarse con la vida es viviéndola?

Noté que me miraba nuevamente, solo hacía eso, porque no podría atreverse a hablarme. Era bastante dulce -lo que era una ironía- y mientras yo pasaba el verano trabajando en una confitería antes de entrar a la universidad, él se la pasaba con esa timidez suya y no se atrevió a invitarme directamente.

Nunca noté sutilezas, como que fuera a pagar su proveedor de internet cerca de donde yo trabajaba, con la excusa de «pasaba por aquí y te vine a buscar» cuándo él vivía a ocho kilómetros y podía pagar su proveedor en un lugar que quedaba a media cuadra de su casa.

Suena tierno, ¿verdad? Yo también lo creí. Así fue.

Pero no se dejen engañar. Del amor al desamor existe un pequeño, muy pequeño paso...

La verdadera historia comienza por el final. No exactamente el final, quizás ¿después del final?

Nos rehusamos a dejarnos ir. ¿Solo pasa eso con el primer amor? ¿O sucede cuándo nos enamoramos de verdad?

No podía negar que el sexo era muy bueno, claro, es una parte importante en el asunto de recaer.

David sería bastante común si no fuera por sus ojos muy celestes y el desorden de su cabello. De bebé lo tenía claro, pero ahora era más o menos castaño, con un humor extravagante que a mí me parecía divertido. Me cautivó con esa tonta historia de que su superpoder sería volar, y con esa obsesión absurda con usar franjas porque, según él, en la otra vida fue una cebra, lo que me parecía una estupidez, pero me hacía reír todos los días y, para una chica seria, que te hagan reír son unos cuantos puntos a favor.

No hubo nada de romance en nuestro primer beso, fue en un baño, justo al lado del WC donde me escondí de sus amigos para que no notaran que estábamos en medio de una comedia romántica, en mi imaginación claro, que no queríamos que ellos notaran, lo que fue un gran intento fallido porque éramos bastante evidentes.

Mi Dilema Matemático: Ecuación del desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora