Agujero Negro

235 69 77
                                    

Me senté en el aula de estadísticas lo más atrás que pude, era claro que no pondría nada de atención, mi cabeza, estómago y todo dentro de mí estaba revuelto.

Hace catorce mil millones de años el mundo y el universo conocido estaban contenidos en un volumen menor a una billonésima parte de un punto, es decir, un átomo. En teoría, un átomo tenía el potencial para crear el universo, y yo, en ese momento sentía que había tenido todos mis sentimientos contenidos en una fracción de mi corazón siendo ignorados hasta que ese solo encuentro casual de 2,3 segundos había proporcionado la suficiente energía como para romper el núcleo y explotar como la bomba nuclear en mi interior.

Estaba contenida, con la mirada perdida y un sentimiento que no podía poner en palabras, porque terminaría inundándome por completo, tenia deseos de vomitar.

Frente de mí, el profesor hablaba de estadísticas, probabilidades y números que habitualmente ocupaban mi mente y me permitían tener certeza, eran perfectos y exactos, sin más de una interpretación, un lenguaje universal e igual en cualquier parte del mundo. Eso era lo que me gustaba, las incertidumbres me ponían nerviosa.

Reaccioné cuando tocaron la puerta.

—Llega tarde señor Javed, pero aún puede ingresar, pase, por favor —dijo el profesor.

Levanté mi mirada, el chico entró al salón; era bastante alto, de pelo oscuro, y desordenado, su piel era trigueña, ojos marrones intensos y unas pestañas largas, tupidas, barba media que resaltaba sus facciones, aretes en las orejas y aspecto de chico rudo, de un muy sexy chico rudo siendo sincera. Tuve la sensación de haberlo visto antes.

Debo reconocer que me pareció muy guapo, tenía un aire árabe acompañado de misterio. Desvié mi atención cuando notó que lo miraba. Sin embargo, su entrada no fue para nada silenciosa, traía un portaplanos y una guitarra, caminó hacia donde estaba sentada, al parecer no sabía de la existencia de los casilleros o de su habitación, porque el noventa y nueve por ciento de los alumnos de esa universidad vivíamos ahí.

—¿Está ocupado? —preguntó por el asiento que quedaba al lado mío.

Me dieron ganas de decirle que sí, que sí estaba ocupado, que toda la fila estaba ocupada y que no quería que me hablaran ni que me miraran, que quería estar sola y dejar de existir.

Lo miré y noté que tenía tatuado unas flores en el cuello.

—Siéntate —respondí finalmente, y volví a mirar mi cuaderno, donde no tenía ningún apunte.

En ese momento quería que me tragara un agujero negro. Dejé salir un suspiro.

Los agujeros negros son el resultado del final catastrófico de una estrella muy masiva que implosiona tras explotar como supernova. Era exactamente como me sentía. Era el final catastrófico de existencia.

Sí, me sentía la más patética del mundo, comprimida, minúscula, vulnerable. Él solo me miró con ese aire de misterio y se sentó a mi lado. El radio de expansión de mi odio al mundo en ese momento era bastante amplio.

—Disculpa, ¿tienes un lápiz?

¿Es una broma? ¿Quién viene a clases y no tiene un maldito lápiz? Tal vez si lo hubiese preguntado en otro momento no me hubiese molestado, pero era un maldito mal día, busqué entre mis cosas y le pasé uno, me sonrió con un gesto bastante cautivador y pude notar su tatuaje en el dorso de la mano.

—Discúlpame, no es que no tenga uno, es que están bajo todos los trabajos que cargo —explicó.

Solo le di una sonrisa fingida, y me volví a sumergir en mi miseria y automutilación mental. Era mi momento Drama Queen y él lo estaba arruinando. No dejaba de mirarme y eso estaba irritándome. Más de lo que ya estaba.

Nadie ha sabido responder a la pregunta de si las constantes de la naturaleza son realmente constantes o llegará un momento en que comience su transformación. David había sido mi constante por años y creí que siempre estaría. Pero ese golpe de realidad me había hecho darme cuenta de que, quizás, necesitaba una trasmutación.

Los agujeros negros nacían de la muerte de una estrella y sentía que había muerto algo en mí.

El universo ha resistido y yo también debía resistir, al menos, eso quería pensar.

La clase terminó y tomé mis cosas lo más rápido que pude para irme a mi facultad, llegar a mi habitación, encerrarme y comer helado hasta que se me congelara el corazón.

Caminé por el pasillo y escuché una voz ligera pero profunda.

—Chica de las Estrellas —pronunciaron.

Me di la vuelta y era el castaño del lápiz, lo miré con evidente extrañeza intentando entender.

—Astrofísica, ¿no? —preguntó.

Ya tenía un alcohólico en la espalda y ahora un ¿acosador?

—Tu lápiz.

—¿Cómo sabes eso? —pregunté.

—¿Qué si es tu lápiz? Pero si me lo prestaste en el aula. —Volvió a sonreír de esa manera coqueta.

—No, eso sí lo sé. Pero ¿cómo sabes que estudio astrofísica? —pregunté seriamente.

Sonrió nuevamente, no sabía si estaba tomándome el pelo o si estaba promocionando una marca de pasta dental, pero no dejaba de sonreír. Se rozo la barba con la mano.

—Lo dice tu lápiz —dijo a la vez que lo giraba para mostrarme—, menciona tu facultad y carrera. Primer año, cortesía de bienvenida al centro de tortura más caro del mundo. —Estiró su mano para devolvérmelo.

Entendía que eso era una broma, pero no me reí.

—Cierto, no me fijé —acoté—, supongo que, como todo el mundo, solo lo puse en mi estuche y olvidé que existía.

—Bueno, no quería quedarme con un objeto tan preciado para alguien, podría significar mucho —dijo y noté cierto sarcasmo.

—Sí, significa mucho —respondí de la misma manera—. Debería limpiar mi estuche. —Debía admitir que logró sacarme algo parecido a una sonrisa.

—Tienes álgebra avanzada en la clase magistral, ¿no? —preguntó.

—Sí. ¿Eres un acosador o algo por el estilo? —cuestioné frunciendo el ceño.

—No, no —aclaró con algo de preocupación a mi pregunta—, es que también tengo esa clase.

Sabía que me parecía familiar—¿Cómo es que no te he visto entonces? —Lo miré con supervisión.

—Porque eres de las que se sienta adelante y hace preguntas y yo soy de los que se sienta atrás y nadie nota.

—«Los agujeros negros guardan mucha materia» —pensé en voz alta, aunque él solo siguió mirándome—bueno, quizás podríamos sentarnos en el punto medio, entre mi distancia y la tuya. Y solucionaríamos ese problema. X1 —susurré y me señalé— más Y1 —dije señalándolo— y dividido en 2.

Se rió de mi respuesta referente a la cátedra.

—Ya veo los beneficios de sentarse adelante, entonces, ¿te veo ahí?

—Ya me viste, ¿no? —respondí—. Melinda es mi nombre, por cierto. Melinda Doncaster —completé—, aunque todos me llaman Mel.

—Un gusto, Mel —mencionó—, el mío es Zan Javed, solo Zan. Por cierto, te ves más linda cuando sonríes. — sonrió— Te veo luego, chica de las estrellas.

—Nos vemos en clases, «Solo Zan». —dije finalmente, despidiéndome.

Él asintió aún con esa sonrisa, y se perdió entre la multitud que había en el pasillo que daba a la dirección opuesta en la que yo iba. Desde ese día se sentó junto a mí en las clases que compartíamos.

Mi Dilema Matemático: Ecuación del desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora