3.UNAS VACACIONES PARA OLVIDAR

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  Cuando Emma se va de mi casa son más de las doce de la noche lo que quiere decir que tengo treinta y dos horas para prepararlo todo para el viaje, pero decido dejarlo para mañana. Ya he tenido suficiente por hoy y lo único que me apetece es descansar ya que es en el único momento que no pienso en él, en lo ocurrido y mucho menos en el gran cambio que ha dado mi vida en tan sólo unos meses.
   Me lavo los dientes y me pongo el pijama, sigo teniendo ojeras y mala cara pero no importa, ya me he acostumbrado a verme así. Sólo espero que este viaje me devuelva las ganas de sonreir.
   Entro en mi habitación y miro mi cama hecha. Hoy es el primer día en cuatro meses que está así, no es un gran paso pero al menos es algo y significa que no me he pasado el día metida en ella llorando. CASI.
   Me meto en la cama y apago la luz.    Espero que el día de mañana sea mejor que el de hoy. En realidad si lo es o no me da igual, lo que realmente quiero es que todo esto pase.
   —¡Mierda!
   Oigo medio dormida quejarse a mi hermano mientras se choca contra el escritorio en la oscuridad de mi cuarto y yo reprimo una sonrisa con ayuda de las sabanas.
   —Helena, ¿estás despierta? —susurra por lo bajo, lo que me hace difícil entenderle mientras se tumba a mi lado y se acurruca contra mi.
   —Sí —respondo con el mismo tono que ha empleado él segundos atrás.
   —¿Te importa si esta noche duermo contigo?
  —¿No crees que somos demasiado grandes para dormir juntos? —me giro para verle la cara. —Ya no tenemos ocho años.
   —Me da igual, ¿puedo o no? —pregunta con chulería.
   Éste grandullón no cambiará en la vida.
    —Buenas noches, Sergio —me giro para estar otra vez de espaldas a él. —Anda, abrazame y calientame los pies que los tengo fríos. 
   —Vale —dice sonriente. —Buenas noches peque —se inclina para darme un beso en la mejilla y me abraza enredando sus pies con los míos.
   —Buenas noches grandullón. —murmuro sonriendo al recordar los motes que nos pusimos cuando eramos pequeños.
   Y por fin, por muy extraño que parezca y después de pasar cuatro largos meses de imsomnio, puedo dormir sintiéndome en casa y feliz de tener a alguien al que le importo de verdad a mi lado. No me despierto cada dos por tres para ver el móvil, ni sueño con Félix, ni con lo ocurrido. Sueño con una niña que juega a ser princesa con su hermano.
   —¡Arriba marmota! —me pegan fuerte con la almohada en la cara. —Vamos, ¡Espabila! —vuelven a pegarme otra vez.
   —¡¿Pero que nari...?! —me incorporo bruscamente desorbitada mientras me aparto el pelo de la cara. —¿Tú eres tonto o qué te pasa? —espeto de malas maneras al ver a mi hermano pegando pequeños saltos encima de mi cama con la almohada en las manos y riendose a carcajadas.
    —Y tú, ¿no eres demasiado grande para babosear la cama? —contraataca sin parar de reir.
   —¿Qué dices? —le miro extrañada.
   —La baba —se rasca la comisura de su boca exageradamente mientras continua riéndose, lo que provoca que yo le imite a la vez que mi cara se sonroja y vaya directa a mirarme en el espejo.
   —¡Mira como has dejado la almohada, cochina!—me la tiende para que la vea sin parar de reir—¡Ves a lavarte, anda!
    —Y tú, ¿quieres dejar de comportarte como un niño y bajarte de mi cama? —le miro con odio y voy directa hacía él para que se baje. —¡Largo! —me subo a la cama y empiezo a empujarle. —Esto no es un castillo hinchable ¡Me la vas a romper!
   —¡Que viene, que viene...! —tira la almohada al suelo y viene a por mí hasta dejarme inmovilizada con una llave de lucha. Que daño han hecho los programas de pelea. —¡¿Quién manda aquí?! —pregunta glorioso.
   Sé que no necesita respuesta a su pregunta.
   —¡Yo! —de un sólo movimiento me libero y consigo sentarme a horcajadas sobre él mientras le sostengo las muñecas.
   Que bien me sentaron esas clases de Kick Boxing.
    —¿Cómo narices... —Sergio forcejea por soltarse de mí.
    Esto no se lo esperaba.
    —Se te olvida que tu hermana estuvo durante años practicando Kick Boxing —le libero un poco las muñecas.
   —Y a ti que tu hermano hizo boxeo, visto lo visto.
   En un abrir y cerrar de ojos vuelvo a estar debajo y él hace fuerza para que no me escape.
   No sé durante cuanto tiempo continuamos asi, luchando sobre la cama como si se nos fuese la vida en ello. Pero no importa, no pienso rendirme hasta ganarle.
   —Rindete —me exige Sergio cuando evito una de sus llaves.
   —Jamás.
   —¡Sergio y Helena Martinez! Dejad de jugar a la lucha libre y bajad de la cama —mi madre nos mira desde la puerta de mi habitacion con cara de enfado mientras coloca los brazos en jarra. —¡Ahora!
   —Vale, vale... —Sergio me suelta. —No te pongas así, mujer —murmura por lo bajo y se levanta de la cama  para ir hacia donde está mi madre.
   —Anda, que me teneis contenta... —le da una colleja cuando pasa por su lado.
   —Sólo era un juego, mamá. No te pongas tan melodramática—se defiende mi hermano.
  —¿Un juego?—niega con la cabeza para luego posar su mirada en mi mientras resopla. —Nada hija, que no madura....
   —Hermanita tú ni caso —Sergio se pasa la mano por la zona en la cual mi madre le dio la colleja y me mira. —Y ponte guapa que después de desayunar te voy a llevar a un sitio.
   —¿Qué sitio? —alzo una ceja.
   Es mi hermano pero no me fio de él ni un pelo, tiene mucho peligro.
    —Ya lo verás, es una sorpresa —dice ¿emocionado? y los dos desaparecen de la puerta.
  En fin, tendré que arriesgarme.
   Me levanto de la cama y voy directa a la ducha. Mentiría si dijiese que no estoy integrada por saber dónde me llevará el clogodita de mi hermano.
   Cuando salgo de la ducha voy directa al armario pero en cuanto abro la puerta montones de ropa caen a mis pies.
   Veo que no soy la única que ha sufrido el cambio que ha dado mi vida, es la primera vez que tengo mi armario y mi ropa así.
    —Hija, ven a desayunar —grita mi madre desde la cocina.
   —Voy.
    —Vale, pero ven —insiste. —Que te éstas quedado en los huesos.
   No puedo reprimir poner los ojos en blanco.
    Lleva diciendome eso desde que tengo trece años. El problema es que ahora es verdad, en estos últimos meses he adelgadazo cuatro quilos y medio. Pero se acabó, con lo que pasó ayer ya me ha quedado claro que tengo que olvidarme de él, no importa como sea pero tengo que hacerlo, me lo debo.
   ¿Como he podido estar tan ciega tanto tiempo?
   Me pregunto si cada vez que se encerraba en el despacho de nuestra casa era para hablar con ella, o cuando avisaba de que llegaría tarde sería porque estaban juntos. Eso me pone de muy mal humor. Odio las mentiras y a las personas mentirosas.
Tampoco entiendo como Laura pudo hacerme esto, era mi amiga ¡MI AMIGA!
Nos conocíamos de toda la vida, nos criamos juntas, siempre estuvo ahí al igual que yo estuve con ella cuando lo necesitaba. Juntas, compartimos risas, alegrias, locuras, borracheras e incluso llantos. Y lo peor de todo es que vivió mi historia con Félix desde el principio, fue una de las primeras que me apoyó para que lo intentase con él y sabía perfectamente lo que yo sentía al respecto. Tal vez por eso me cuesta entender como pudo hacerme eso o simplemente ser tan zorra. Yo confiaba en ella, ¿y se jugo nuestra amistad por un pene?
Porque obviamente para mí él fue algo más que eso, para mí lo fue todo pero, ¿para ella?
No lo sé la verdad. Esto está acabando conmigo.
   ¿Por qué no soy capaz de olvidarlo y comenzar de cero?
Comenzar de cero sin más Félix, sin más Laura en mi vida, sin más mentiras, sin cuernos....
Pero no, no puedo.
SIGO ENAMORADA DE ÉSE CRETINO.
Eso es lo que más odio, no poder sacármelos de la cabeza. Tenerlo siempre ahí, en mis pensamientos, en mis sueños, en mi móvil, en mis fotos...
   Necesito olvidarlo y empezar de cero, de verdad que sí y espero que el viaje me ayude a eso. Puede que al no tenerlo cerca deje de pensar en él. Ya no quiero ni odiarlo, sólo quiero que me sea indiferente. Sólo eso.
   ¿Tan difícil es?
  —¿Vienes a desayunar o qué? —mi hermano abre la puerta de mi cuarto con una mano mientras con la otra se come una tostada de mermelada. —¿Aún estás así mujer?
    —¿A ti nunca te han dicho que es de mala educación entrar antes de tocar? —me aprieto más la toalla al cuerpo y él niega con la cabeza.
   —No lo sé, espera —gira su rostro para mirar hacia el pasillo —Mamá, ¿alguna vez me has dicho que está mal entrar sin llamar primero a los sitios? —grita fuerte.
   —Todos los días, hijo —se escucha de fondo.
  —Pues sí, ya lo has oído —pega otro bocado a su tostada. —Venga date prisa — cierra la puerta sin más.
   —¿Tampoco te han dicho que está mal hablar con la boca llena? —Vuelve a abrirla y asoma su cabeza por ella.
   —Sí, lo acabas de hacer —responde, cierra la puerta y se va.
    Lo dicho, el día que este grandullón cambie, España se convertirá en la primera potencia mundial. Es decir, si con veinticinco años no lo ha echo ya, no creo que lo haga nunca. De todas formas, yo le quiero igual.
   Me miro en el espejo una y otra vez. Llevo tanto tiempo sin arreglarme que me siento ¿rara?
    Vuelvo a mirarme de nuevo, tampoco me he arreglado mucho, voy más bien normal. Nada que ver con la Helena de hace unos meses que iba siempre con pantalones de seda, camisas con americanas o vestidos complementados siempre con taconazos y bolsos de marca. No, nada que ver.
   Llevo unos vaqueros oscuros, un jersey de punto gris, una cazadora de cuero negra y unas adidas negras a conjunto.
   Esta ropa hace que me sienta mas joven, hace que me sienta de mi edad. Con Félix no me sentía de mi edad, no hacia cosas de mi edad ni tampoco salía como la gente de mi edad. Es verdad eso que dicen de que cuando estás con alguien más mayor envejeces un poco.
   ¿He dicho que Félix me saca doce años?
   Aún que no era la edad, aFélix siempre le gustaron otras cosas diferentes a las que me gustan a mí o al resto de mis amigos.
   Si yo prefería salir y pasármelo bien de fiesta, él prefería estar en un sitio tranquilo bebiendo una copa de un buen vino. Si yo disfrutaba haciendo excursiones, picnics y deportes arriesgados, él disfrutaba de estar en casa viendo una película tranquilo. Si yo me decantaba en el terreno musical por el rock, él se decantaba por la música clásica y así en todos los demás aspectos.
   En fin, no digo que cambié por él, digamos que sólo me acomodé un poco a él para no tener enfados tontos.
   ¿Que digo? Claro que cambie, no era yo.
   Aunque el hizo pequeños esfuerzos por su parte, se relacionaba con mis amistades e incluso hizo verdaderos amigos en mi grupo como por ejemplo David, hasta que pasó lo de la fiesta claro. En ese momento hubo un antes y un después.
   Que yo sepa sólo unos pocos de mi grupo siguen en contacto con él y a mi me parece bien —y sino simplemente me fastidio—. El hecho de que él y yo ya no estemos juntos no quiere decir que él no pueda verse con gente de mi alrededor a pesar de que lo que realmente quiero es perderlo de vista, sobre todo después de lo ocurrido ayer, pero como yo no soy nadie para prohibirle ni a mis amigos ni a nadie nada simplemente me aguanto.
Mientras no coincidimos hasta que yo haya conseguido superarlo y olvidarme de él, me vale.
   Cuando llego a la cocina mi hermano y mi madre estan ojeando un álbum de fotos y cuando me ven aparecer mi hermano lo tiende riendo mientras me señala una foto en la que aparezco yo con siete años metida en la bañera poniéndome como peluca el pelo de unas Barbies y sonriendo mellada.
   Me acuerdo de ese día y de lo poco que me duró la sonrisa. Después de que me hiciera mi madre la foto se me ocurrio que a ella tampoco le vendria mal un baño y la empapé de agua con la alcachofa de la ducha.
   Recuerdo que estuve una semana sin poder apenas sentarme por el dolor de la cachetada que me lleve a mano abierta.
    —¿Te acuerdas de ese día? —pregunta mi hermano a carcajadas. —Te pasaste todo el día llorando y gritandole a mamá lo mala que era.
   —Yo sí que me acuerdo —dice mi madre fingiendo estar enojada. —Me pase el día con la fregona en la mano porque tu hermana inundó el baño.
   —¿Y qué me dices de está foto, mamá? —continua mi hermano mientras me coloco tras ellos para verla también.
   La foto es de los carnavales del mismo año de la foto anterior y en ella salimos mi hermano y yo disfrazados de "m&m's", él del amarillo y yo del rojo. En la foto él está metiéndome un bocado como si fuera un conguito de verdad y yo salgo pagandole porque no me deja hacerme la foto en paz.
   —¿Recuerdas que te daba miedo salir de casa por si alguien se creía que eras un emanem de verdad y te comía?
   —Oye que a ti te pasaba lo mismo. —le doy un codazo de bromas.
   —Eso es mentira —mi hermano me mira de reojo y oculta su sonrisa.
  —Mirad éstas, ¿os acordais? —pregunta nostálgica mi madre señalando las fotos de más abajo. —Vaya día me distéis con la pelotita...
   En la foto, mi hermano y yo salimos en la misma situación que en la  anterior, pegandonos. Sólo que en esta no estamos disfrazados sino en el campo.
    Recuerdo porque nos peleabamos, estábamos en el campo de mi tío y mi hermano tenia el balón que yo quería así que como no me lo daba le pegué.
   La siguiente foto me gusta más, salgo yo con las dos coletas despeinada y llena de barro con una sonrisa de oreja a oreja mientras sostengo triumfante el balón como si fuese un trofeo y mi hermano a mi lado de morros y cruzado de brazos.
   —Si, acabé consguiendo lo que queria —afirmo con una sonrisa.
   —Porque le fuiste llorando a Papá —gruñe mi hermano. —Asi cualquiera...
   —Pero la consegui, ¿o no? —le dedico una media sonrisa mientras le guiño un ojo.
   —Aix... —suspira de pronto mi madre tras quitarle el álbum a mi hermano. —Con lo pequeños y traviesos que eráis y miraos ahora —cierra el álbum y lo deja en la mesa nostálgica. —Como echo de menos a mis niños pequeños —suspira.
  —Mamá, nosotros siempre seremos tus niños —mi hermano y yo nos miramos ante la tristeza que despliega mi madre y los dos la abrazamos. —Sobre todo Sergio, aún no sabe ni el significado de la palabra madurez —aseguro.
   Mentira no es.
   —Lo dices como si tú lo supieses.... —responde con desprecio.
  No me lo tomo a mal, sé que lo hace en broma. Nuestra relación siempre ha sido así y sí, la mayoría de las veces que estoy con mi hermano actuo como una niña pequeña y me encanta, es como si los años no pasasen y volviese a ser la niña que un día fui.
   —No, en eso no cambiáis —rie mi madre despegándose de nosotros. —¿Cuando dejareis de pelearos y picaros mutuamente?
   —Cuando dejes de teñirte las canas —ríe Sergio.
   —Perdona, pero el pelo de tu madre es NATURAL —aclara mosqueada ella. —Y tú, venga a desayunar —me ordena, —que yo me voy a tomar la cerveza de la mañana ya que aquí no se requiere de mi presencia —dice y se va de la cocina.
   Segundos después se oye el sonido de la puerta principal cerrarse.
    —Ves, ya la has hecho enfadar —refunfuño mientras unto mantequilla en mis tostadas.
   —Bueno, ya se le pasará —se encoge de hombros. —Voy a echar gasolina al coche mientras desayunas. Ahora regreso.
   —Está bien, pero no tardes —le advierto llevándome una tostada a la boca.
   —¿No decías que era de mala educación hablar con la boca llena?
  —Calla —le muestro el dedo corazón y me concentro en mi tostada mientras él se va.
   Cuando termino de comer Sergio aún no ha vuelto y como no tengo nada que hacer decido cotillear mi móvil.
   Llevo desde ayer sin mirarlo por miedo de lo que me podría encontrar, pero creo que ya llegó el momento.
  

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