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1978. San Diego.

Acababa de salir de una relación que se había arruinado... estaba enojado, desilusionado y últimamente muy auto-destructivo. Había perdido todo en lo que creía... estaba absoluta y completamente solo, como siempre lo había estado.

Así que comencé a tomar caminatas.

Comencé a caminar tarde en las noches alrededor del suburbio de San Diego en el que vivía en aquel tiempo. Comenzaba a caminar temprano en las tardes, y volvía cerca de la media noche, a veces más tarde. Caminaba y pensaba en lo que había hecho mal con mi vida.

Una noche, en la calle fourth y E, fui asaltado y golpeado por una pandilla callejera - me enviaron al hospital con serios indicios de muerte. Cuando los técnicos de rayos x me preguntaron por mi religión, me negué a responder. Ya había hecho mi paz privada con el universo, estaba contento con lo que fuese a suceder, si vivía o moría.

Y entonces algo sucedió. Me enojé. Me enojé porque aún tenía historias que contar. Así que volví a luchar.

Me tomó dos meses recuperarme por completo. Pero dos cosas vinieron con aquel accidente. Primero, ya no le tenía miedo a la muerte. En absoluto.

Y segundo, tan pronto como me recuperé lo suficiente, comencé a dar caminatas otra vez, a veces hasta las 3 o 4 de la mañana por partes de la ciudad que incluso a la gente de la calle le daba miedo.

Cuando la gente preguntaba qué estaba haciendo por allí la única respuesta que podía dar era, "Estoy buscando algo."

Así que seguí caminando alrededor de algunas de las partes más peligrosas de San Diego, antes de que fueran limpiadas, cuando aún había prostitutas, ebrios y pandillas. Finalmente, una tarde, fui hasta las mismas áreas por las que caminaba en la noche y me atrapó la dicotomía entre aquella esquina por la noche y la misma esquina durante el día.

En la luz del día había empresarios, niños y oficinistas ansiosos por llegar a casa y cenar mientras veían la TV. Entonces, más tarde venía el cambio de noche, la gente perdida emergía de las sombras y de las camas de dolor para caminar por las mismas calles en busca de soluciones, dinero y bares para luego desaparecer con la llegada del amanecer. Dos mundos totalmente diferentes, compartiendo nada más que la longitud y la latitud. Estaba la nación del día, y la nación de la noche, coexistiendo pero a la vez huyendo de la otra.

Una nación a la luz del día.

Y una nación a la medianoche.

Vi un país bifurcado por más que sólo la presencia y la ausencia de la luz, sino que por las vidas dejadas de lado, perdidas y descuidadas; los que se alejaron y los que fueron expulsados, y por el otro lado, quienes pretendían no verlos, porque no verlos es más fácil.

Vi a alguien forzado a caminar por ambos lados de la metáfora, a aprender que la crueldad más grande es nuestra ceguera casual hacia la desesperación de otros.

Y finalmente, me di cuenta de que había encontrado lo que estaba buscando, sin estar del todo seguro de qué era. Encontré una historia que le volvería a dar sentido a mi propia vida.

Ésta historia.

Aún tomo largas caminatas, y aun me detengo a hablar con las personas que se paran en la esquina y esperan a que algo les suceda, quienes esperan a que el dinero les caiga sobre un sombrero o una taza, quienes esperan a que alguien comprenda sus dolores, porque la línea entre la nación de la medianoche y el lugar en el que estoy sentado ahora, escribiendo estas palabras, es delgada, efímera y puede ser cruzada en un instante.

Porque la carretera hacia la nación de la medianoche puede ser borrada sólo a través de la compasión.

Yo encontré mi historia, ésta historia, en una brumosa tarde de 1978. Ahora es tuya. Las llaves de la nación de la medianoche están en tus manos.

Lo que hagas con ellas depende de ti.

J. Michael Straczynski.

Sherman Oaks, CA

21 de julio, 2002.

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