Epílogo

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Kageyama se levantó de su lugar, tomando aire del gimnasio que se había vaciado por completo para esa hora. Era un poco tarde, pero solían quedarse hasta esa hora practicando, aunque la charla se había extendido más de lo previsto.

──Debemos terminar de guardar todo esto.

No escuchó respuesta del más bajo, pero el sentir que había sujetado su mano le hizo girarse con rapidez, repudiado por el contacto físico que aún se le complicaba. No se sentía cómodo. Pero aquellos ojos castaños de Hinata le hicieron olvidar por un momento lo desagradable que era que alguien le tomase de la mano de la nada sin ser su padre.

Le miraba con tal intensidad que la incomodidad se sintió mayor, pero sus piernas no se movieron. ¿En qué estaba pensando? ¿Debía repetirle al miserable enano que no lo tocara fuera de juego? ¿Era tan complicado entender aquello?

──¿Estás bien ahora?── Preguntó Shōyō.

La pregunta le tomó con la guardia baja y como buen armador, empezó a sobrepensarlo todo. ¿A qué se refería? A lo mejor sería a lo que acababa de contarle, pero ¿de verdad se sentía bien ahora? ¿Se refería a todo lo que había pasado o solo por haber soltado toda aquella carga? Tobio no era de contar sus problemas, sentía que nadie podría cargar mejor sus cosas que él.

Pero, por primera vez, estaba compartiendo con alguien. No solo cargas, si no secretos, razones, explicaciones. Estaba compartiendose a sí mismo con alguien más.

──Eso creo.── Respondió finalmente.

Shōyō suspiró ruidosamente, al parecer mucho más aliviado ante su respuesta. Cuando le soltó, el azabache vió como su mano se alejaba en cámara lenta, como si le estuviesen dando la oportunidad de tomar una decisión.

"Igual que en el Volleyball" Logró pensar en ese momento cuando armaba jugadas. Pero ahora estaba por fuera, en la vida real, con algo que podría cambiar no el partido, si no absolutamente todo el tiempo que invertiría en el futuro.

Sin dudarlo, le tomó de la muñeca, sorprendiendo al más bajo con su rápido movimiento.

El silencio reinó por demasiados minutos, y parecía haber pasado media hora en cuando se percató de lo que había hecho y que estuviesen mirándose a los ojos durante tanto tiempo, esperando a que alguno de los dos cediera y dejara que el ajeno leyera sus pensamientos.

Antes de que Hinata pudiese hacer o decir algo, Kageyama agachó su cabeza y sobrepuso la pequeña mano del rematador sobre su cabeza, obligandole a apoyarla allí.

──¿Qué haces?── Preguntó Hinata, extrañamente cómodo y aliviado con esa acción.

El alto no dijo nada por un rato, pero por su respiración pesada, pareciera que estuviera llorando. Aunque su rostro apuntaba al suelo y las lágrimas seguían cayendo al suelo de tablas de madera, Shōyō no dijo nada y se atrevió a acariciar su cabeza.

Con eso lo estaba diciendo todo.

──Kageyama, ¿practicamos remates?── Preguntó de la nada.

──Bien.

Antes de poder dejar las toallas en el suelo, en una de las ventanas se asomó el rostro del capitán de Karasuno, tremendamente irritado por las luces aún encendidas del gimnasio. Tomó aire y su grito sonó por todos los rincones del gimnasio.

──VAYANSE A DESCANSAR AHORA MISMO.

──SÍ SEÑOR.

Fin.

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