Los elfos habitaban la zona marítima más cercana a Tercia, estaban a sólo cuatrocientos kilómetros al sur. En condiciones normales, les habría tomado menos de medio día llegar hasta ellos, pero trasladar ciento cincuenta personas, de las cuales muchas estaban mal alimentadas, heridas o enfermas, no era tan fácil.
La caravana se movía tan lento que Lara sugirió desviarse un poco del camino y buscar un lugar seguro para pasar la noche. Las únicas opciones eran el bosque y la pradera. Consideró que la pradera sería más apropiada para tener un ojo sobre todos. Pero Mavia no estuvo de acuerdo, consideraba que serían un blanco fácil allí y que, en pleno descampado, se les haría casi imposible proteger a todos los tercianos.
Por su lado, Lara argumentaba todo lo contrario. Decía que al estar a campo abierto defenderse de las Sombras sería mucho más sencillo y que dentro del bosque las Sombras tendrían la ventaja. Es bastante irrelevante quién de las dos tenía razón, pero la discusión se alargó tanto que el ocaso empezó a verse en el horizonte.
Considerando que sería estúpido mover la caravana a media luz, no tuvieron más remedio que pasar la noche justo donde estaban, en un viejo camino rodeado de maleza. Por supuesto, esto sólo enfadó más a las dos poderosas hermanas, quienes tontamente se habían dejado vencer por algo tan común como el tiempo.
Los tercianos, ajenos a la discusión, habían prendido una fogata. Comieron lo poco que llevaban consigo y prepararon el terreno para dormir cómodamente en el suelo.
Las hermanas continuaron con la pelea un largo rato. En algún momento, el centro de la discusión había dado un giro y la hostilidad del conflicto aumentó considerablemente.
—¡Esa cosa pudo matarme! ¡A mí! ¡A ellos! —gritaba Mavia furiosa. Sus puños estaban cerrados y de su cuello sobresalía una prominente vena que, curiosamente, no latía. —¡Madre te envió a ayudar y lo único que hiciste fue estorbar! ¡Dejaste escapar al enemigo! ¡Hiciste que me hirieran!
—¡No puedo dejarte matarlos! —respondía Lara igual de furiosa— ¡No sabemos quiénes son! ¡Imagina si matas a...!
—¡Murió! —Mavia interrumpió a su hermana con un grito feroz que retumbó en todo el campamento—. Entiéndelo de una vez, él no es una de esas cosas. Madre lo mató, con sus propias manos. Supéralo de una maldita vez.
—Madre jura haber matado a muchos, pero más de una vez vi a sus muertos respirando. —Lara miró furiosa a su hermana. Con la voz temblorosa continuó hablando—. Madre no hubiera sido capaz de matarlo.
—Si quieres vivir de fe y esperanza adelante, pero no arrastres a los demás contigo. —Le respondió mientras reía burlona—. Madre es capaz de hacer más atrocidades de las que tu inocente mente puede soportar, no olvides eso la próxima vez que la defiendas.
—¡Ya basta! – Lara alzó su voz más fuerte que nunca, haciéndola sonar gruesa y amenazadora. Ya no sonaba temblorosa ni dubitativa—. Madre no es mala, madre sólo nos ha protegido. Tú eres quien no entiende, prefieres cegarte de odio que vivir con tus realidades ¿O ya lo olvidaste? ¿Quién puso la espada en el cuello de Zen? ¿Quién lo salvó?
Ante la pronunciación de ese nombre, Mavia perdió la cabeza. Olvidó por completo con quién hablaba y por qué estaba ahí y, sin pensarlo, desenvainó la espada que llevada atada en la cintura blandiéndola contra su hermana. Por suerte, Lara no era una debilucha como ella decía. Las hermanas eran igual de rápidas y ágiles desde la cuna, pero Mavia había sido privilegiada con más energía. Por esa razón, a pesar de ser la hermana menor, era la más fuerte y, en consecuencia, la Suprema Mayor.
Lara interceptó la espada de Mavia en el aire, bloqueando por completo el ataque. Forcejeando se miraron a los ojos, mientras escuchaban el chirrido de sus espadas en contacto.
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La Maldición de las Sombras
FantasyMavia se encuentra recluida de su vida como aprendiz y guerrera. Después de haber sido brutalmente traicionada por su madre y hermana, renegó de su posición como segunda princesa de Orien y Suprema Mayor. Eligio vivir sus días en la tranquilidad d...