Inútil

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Si Giyuu tratase de comprender cuándo había comenzado, probablemente diría que fue en uno de los soleados días de primavera. Pero la verdad es que eso no era del todo cierto, y a ello había que sumarle el hecho de que Giyuu ya había perdido el interés en ganar —nuevamente— un dolor de cabeza.

El viento cálido de la mañana mecía las hojas de los árboles que acompañaban fielmente a sus frutos recién madurados. Más allá del vasto campo florecido se hallaba una pequeña y acogedora vivienda, donde la única persona de pie a esas tempranas horas de la mañana era el mismo dueño; Urokodaki Sakonji.

Sin embargo, la paz no era como todos la relatan.

Casi de un salto, cierto adolescente se despertó. Su pulso acelerado, el sudor pegando los cabellos oscuros a su frente, y una mano empuñando el futón donde dormía. Las pesadillas siempre habían sido recurrentes, pero esta última sin duda, había estado entre una de las peores. Incapaz de volver a dormir —por más de una razón—, Giyuu se levantó de entre las sábanas, su mirada con restos de cansancio se desvió hacia un lado, más específicamente, hacia el bulto envuelto en el cómodo edredón, del cual, sobresalían unos desordenados rizos durazno. Una débil esencia a pino se coló en sus fosas nasales; la sensación cálida en su pecho derramándose etérea mientras trataba de despegar sus ojos de él.

Al igual que todas las mañanas, Giyuu optó por ordenar su futón en silencio y salir del pequeño cuarto para poder hacerle un poco de compañía al viejo antes de que decidiera lanzarle la nichirinto encima para un día de arduo entrenamiento.

Como cualquier persona con un mínimo de decencia, Giyuu le dio los buenos días a su maestro, quien no tardó en desearle lo mismo. El hombre agarró la tetera que estaba cerca del fuego y le sirvió un poco de té de bancha recogido en la temporada pasada.

Algo que a Giyuu siempre le había gustado era que podía pasar horas en compañía del viejo, sumergido en la comodidad que dejaba la ausencia de palabras y probablemente no se aburriría nunca.

—¿No es algo temprano para tomar té?

El ojiazul apretó sus dedos contra la taza al oír tan repentina y grave voz.

—Buenos días, Sabito. —El tono de regaño que solía utilizar Urokodaki en él permaneció igual que siempre.

—Buenos días, sensei. —Y la respuesta que Sabito le daba cada mañana seguía siendo la misma.

El de cabellos durazno simplemente pasó por detrás de Giyuu y salió de la casa. A Tomioka no le quedó de otra que apresurar el ritmo con el que tragaba el líquido dorado, para así aprovechar la ausencia de su amigo en el cuarto y cambiarse a unas ropas más apropiadas para el porvenir del día.

El ejercicio de blandir la nichirinto se le sumó a la rutina de entrenamiento demasiados meses atrás. Y aún así, luego de subir y bajar el Monte Sagiri más veces de lo ordenado, de acabar con moretones en el cuerpo a falta de reflejos y la agilidad para hacerles frente; de terminar hundiéndose en una miseria autocompasiva debido a lo inútil que se sentía por acabar con ambas manos heridas y doloridas.

Una vez más, sus brazos estaban cerca de darse por vencidos, sin embargo, su voluntad luchó por mantenerse estoico, firme y al mismo tiempo digno de una confianza que estaba lejos de sentirse verdadera. Endureció la parte inferior de su cuerpo y compuso su respiración. La silueta de Sabito se movió hacia su izquierda y Giyuu no dudó un segundo en girarse, siguiendo sus movimientos, procurando que su contrincante no captase la brecha de ataque.

Lavanda se encontró con zafiro, y eso fue suficiente para que cualquier movimiento de ataque que Giyuu haya pensado antes, fuera reducido a una lastimosa defensa con el filo de su katana. El corto chirrido que desprendieron las hojas al encontrarse dejó de importar cuándo lo siguiente en sus oídos fue el sonido del mango golpeando la tierra. Una pincelada de un aroma silvestre cosquilleó la punta de su nariz.

❛La Impureza de los Nobles Corazones ❜ | SabiGiyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora