Red de vagabundos

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Capítulo 2

Red de vagabundos

Sherlock subió a un taxi. Lo primero que tenía que hacer era ir a sacar a John de su aburrida vida marital para empezar la investigación como era debido. Aunque su amigo y compañero John Watson no era ni por asomo tan inteligente como él, siempre le servía como conductor de la luz, como él lo llamaba, alumbrando el camino en el que Sherlock se adentraba para dar con la resolución de un caso imposible. Después de tantos años, John era indispensable en cualquier proceso de deducción que Sherlock iniciase.

-Buenos días Sherlock- saludó Mary, la esposa de John, cuando le abrió la puerta. Sherlock entró en la casa mientras miraba con cara extraña al bebé que Mary sostenía en brazos.

-Tranquilo que no muerde- bromeó Mary.

-Ya lo sé, si es encantadora- mintió descaradamente Sherlock esbozando una sonrisa forzada. -¿Dónde está John? - preguntó.

-Está trabajando, esta semana está llevando la consulta desde casa, ¡online!- susurró Mary. Sherlock suspiró volviendo los ojos hacia el cielo, abrió la puerta del despacho de John e interrumpió la videollamada en curso, en la que un cliente le enseñaba una mancha de lo que parecía tinta en un dedo.

-Se ha dado un martillazo, solo es eso - sentenciaba John- Ha estado haciendo bricolaje y es muy habitual golpearse sin querer- John se giró entonces y se quedó mirando a Sherlock con una mirada suplicante, que rogaba que Sherlock trajese algo más interesante que hacer.

-Dr. Watson, tiene usted que venir inmediatamente, hemos detectado una bacteria que está haciendo estragos en las depuradoras de agua que surten a todo el West End- exclamó Sherlock en voz alta para ser oído por el absurdo paciente- necesitamos su presencia sin demora.

-Sr. Bent, ya lo ha oído, disculpe pero ahora tengo que marcharme, buenas tardes- John cerró la tapa de su ordenador portátil y resopló -¡Gracias a Dios que traes algo! ¡Me moría de aburrimiento!, ¿qué tenemos? - preguntó Watson impaciente.

-Mi hermano tiene un amigo que se ha pasado con los vicios, con las malas compañías, o con ambas, por lo que deduzco. Me ha pedido que averigüe a qué vicios y malas compañías es más asiduo. ¿Me acompañas John?- expuso Sherlock.

-Oh sí, vámonos ya- respondió John con premura, a la vez que se levantaba y se colocaba su abrigo corto guateado. - Un momento. ¿Tú aceptando un caso de Mycroft? Algo pasa. ¿A qué se debe tu interés por el caso, Sherlock? No veo que sea motivo suficiente para hacer que te levantes de Baker Street.

-En primer lugar para dar en las narices a mi hermano, sabes que eso me encanta - dijo Sherlock esbozando una media sonrisa -pero sí, lo que me ha hecho aceptar el caso ha sido un punto en su exposición: el sujeto ha mostrado algo inusual, pérdida de memoria selectiva. Eso sí que es brillante. De hecho, yo mismo lo utilizaría para determinados experimentos- dijo mientras sonreía distraído pensando en cómo ayudaría esa sustancia a influir en su hermano Mycroft.

-Si es cierto- continuó- sería una bomba en manos de un criminal, que podría realizar cualquier acto ilícito y luego olvidarlo por completo, o hacer que quien él quisiera lo olvidase, dificultando el trabajo de la policía, que como sabes ya es lenta per se. Tenemos que ir a buscar a Bill para que nos informe sobre lo que se está moviendo últimamente por los fumaderos y los refugios que utilizan los yonkis, seguro que de algo habrá oído hablar.

-¿Y cómo sabes que es una sustancia, Sherlock? - preguntó John, visiblemente eclipsado por la retahíla de detalles que le había expuesto su compañero.

-Elemental mi querido amigo- respondió Sherlock - si tenemos en cuenta que hablamos de una persona que se mueve en los ambientes más selectos, de carácter firme, casi anticuado, la cual de repente, ante la toma de una importante decisión, cambia de parecer drásticamente y a lo único que podemos agarrarnos es a que presenta lagunas mentales, solo podemos estar ante alguna sustancia psicotrópica hábilmente inoculada por otra persona que se mueva en el mismo círculo, pero sin influencia directa en decisiones tan trascendentales. Solo tenemos que descubrir quién, dónde y con qué, John, como en el Cluedo - concluyó Sherlock con aire displicente.

John, que lo había estado escuchando todo el tiempo embobado, despertó de repente del trance. -Bien, ¿cuándo nos vamos?

-¿Tienes hambre?- inquirió Sherlock.

-Por supuesto- respondió John.

-Pues vamos a tomar algo. Conozco un bar en la calle Oxford que sirve unos fish and chips riquísimos, y el dueño me debe un favor...- propuso Sherlock.

Ambos se despidieron de Mary y tomaron un taxi. Durante el trayecto Sherlock fue indicando al taxista que hiciese varias paradas y que aguardase unos minutos; lo justo para bajar y cruzarse con alguien con quien intercambiaba unas palabras y les entregaba lo que a Watson, desde la ventanilla, le parecía un papel.

-¿Cómo sabes dónde van a estar ubicados exactamente Sherlock? - le preguntó John cuando Sherlock volvió al taxi.

-Es evidente que no puedo saberlo, son vagabundos. Pero sí que hay ciertas zonas en las que se mueven y además, cuando escuchan el sonido del dinero, salen de su escondite como ratas al olor del queso- respondió Sherlock con astucia. -Solo hay que asegurarse de que el queso sea lo suficientemente grande y jugoso.

Tras varios encuentros hábilmente orquestados por Sherlock, llegaron al restaurante. Mientras John cenaba, Sherlock miraba ausente a un punto inexistente por encima de su cabeza, con las manos unidas por las puntas de sus larguísimos dedos, que apoyaba suavemente en su rasuradísima barbilla.

-¿Ya has terminado? Mary debe estar esperándote.

-¿Cómo? ¿Eso es todo por hoy? ¡Son las 10 de la noche!- se asombró John.

-Exacto, recuerda que ahora eres padre y no debes volver tarde a casa -dijo mirando a John como si acabase de darse cuenta de que él estaba allí. - Todo está dispuesto. Mi red ya está trabajando. Mañana sabremos todo sobre Sir Conandale.

Perdiendo el controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora