El Invernadero

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Capítulo 16

En el invernadero

Y ya no pudo más. La agarró por las muñecas y la empujó contra la cristalera mientras la besaba desatando toda la pasión que albergaba desde que la tuvo entre sus brazos la última vez. Se descubrió a sí mismo anhelante, apremiante. Christine respondió indefensa a su beso, abriendo su boca para que su lengua pudiese explorarla, incrementando el deseo de él. 

Soltó sus muñecas para acariciar sus mandíbulas con ambas manos, aumentando la presión del contacto. Continuó acariciando sus hombros y sus brazos con sus manos hasta llegar a su cintura, sin dejar de besarla con fruición.

Christine, completamente rendida ante sus caricias, enredó sus dedos en su cabello rizado, acercando a la vez su cabeza hacia sí, para que el momento no terminase nunca. 

Sherlock la cogió en brazos como si de un animalillo se tratase, y sin dejar de besarla, la introdujo en el invernadero. Una vez dentro, la dejó en el suelo entre sus brazos y acercó sus labios a su oído.

-Christine- dijo suavemente, mientras depositaba besos por el cuello y la mandíbula de la mujer –me estoy volviendo loco. No soy yo mismo desde que te conocí. Te necesito ahora, necesito tenerte para no perder definitivamente la razón. 

Christine se derritió bajo el sonido de su voz tan varonil y llena de deseo, y sin mediar palabra le quitó el abrigo, ese magnífico abrigo de tweed que lo caracterizaba, para continuar desabrochándole la chaqueta. Cuando lo tuvo delante solo con camisa y pantalón, se retiró un momento para mirarle a los ojos, oscurecidos por la voluptuosidad que lo embargaba, y se giró dejando al alcance de su mano la larga cremallera de su hermoso vestido.

Sherlock deslizó hacia abajo la cremallera con un movimiento, mientras que dejaba a su paso con sus dedos una senda de deliciosas sensaciones que recorrieron la espalda ahora desnuda de Christine. Se deshizo del vestido, que cayó pesadamente al suelo, y sujetándola por la cintura, la obligó a girarse hacia él. 

Durante unos segundos, admiró su esbelta figura, enmarcada por un exquisito conjunto interior de seda casi transparente. Ella ardía bajo su mirada, deseaba que la tomase inmediatamente, y lo miraba insinuante, provocativa. Para agilizar el proceso, se desabrochó el sujetador, descubriendo sus pechos. Sherlock abrió los ojos, admirando el espectáculo. Entonces volvió a besarla con fiereza y la tumbó sobre el enorme sofá que ocupaba el interior de la balaustrada. Aún de pie, desabotonó su camisa y la tiró con furia al suelo, se desabrochó el cinturón y el botón del pantalón y se tumbó a su lado, con la mitad de su cuerpo sobre ella, para poder seguir besándola con una avidez casi animal. 

Cuando ella pudo ver su torso desnudo notó cómo se humedecía su interior, ansiando su tacto con todo su ser, y le dedicó una mirada incendiaria. Pero Sherlock se estaba tomando su tiempo. Mientras devoraba su boca, empezó a deslizar las yemas de sus dedos por sus pechos, y por su vientre, hasta que llegó a la cinturilla de su ropa interior. De repente, Sherlock gruñó y tironeó de la prenda hasta deshacerse totalmente de ella. Subió sus dedos por sus muslos acariciándolos suavemente, hasta que llegó a su sexo, descubriendo que estaba preparada para él.

Christine lo recibió con un suave gemido y Sherlock enloqueció. Bajó su boca hasta sus pechos y empezó a rodear su pezón izquierdo con su lengua. Cada nuevo círculo se hacía más estrecho, arrancando profundos gemidos de la garganta de ella, obnubilada por las exquisitas sensaciones que su lengua y sus largos dedos le proporcionaban. 

Ella deslizó su mano en su pantalón para descubrir complacida la pujante erección que Sherlock a duras penas ocultaba. Con movimientos expertos, se deshizo del resto de la ropa que estorbaba cada vez más. Sherlock no se sentía intimidado, al contrario, ver el deseo en sus ojos le daba toda la seguridad que necesitaba para adentrarse en todas aquellas nuevas sensaciones que le nublaban los sentidos. 

Perdiendo el controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora