CAPITULO 1

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Capítulo 1 

Mientras el autobús del hotel atravesaba la exuberante vegetación del paisaje balinés. Lee Sungmin sintió una oleada de nostalgia tan intensa que se quedó sin respiración. 
Las islas que conformaban Indonesia eran tan mágicas y exóticas como las imaginaba cada vez que recordaba su luna de miel. Las palmeras mecían suavemente sus ramas por encima de sus cabezas, y cuando el autobús pasaba, los monos se escabullían asustados por las paredes cubiertas de musgo de los antiguos templos de piedra. A ambos márgenes de la carretera, se paseaban las isleñas, vestidas con ropa de colores llamativos y portando en sus cabezas cestas llenas de frutas. 
En una ocasión, el chófer se vio obligado a frenar bruscamente para dejar pasar a una bandada de bulliciosos patos que se cruzó en la carretera. Cuando abrió la puerta para gritarle al dueño de los animales, entró en el autobús una ráfaga de aire caliente, el aire del trópico. Con ella llegó la inconfundible esencia de la isla, una embriagadora mezcla de brisa marina y olor a flores y especias orientales. Al respirar aquel aroma tan especial, Sungmin sintió una gran añoranza de Kyuhyun. Cerró los ojos brevemente, esperando encontrarlo sentado a su lado, como nueve años atrás. Pero no sentía su cercanía, ni sus dedos acariciando sus manos, ni oía sus sonoras carcajadas. Cuando volvió a abrir los ojos, vio el asiento de al lado vacío; la puerta del autobús se estaba cerrando con un suave siseo. Agarró el bolso con fuerza y respiró hondo para intentar controlar los acelerados latidos de su corazón. 
No comprendía cómo se le había ocurrido volver. Debía haberse vuelto loco. Era estúpido someterse a sí mismo a esa clase de dolor. En ese momento le parecía imposible haber concebido una idea tan absurda. 
Volvió la cabeza y observó a los otros ocupantes del autobús. Pero sólo le sirvió para sentirse peor. Frente a el, había dos parejas bastante mayores, de pelo plateado y rostros sonrientes; pese a su edad, todavía parecían estar disfrutando de su luna de miel. Detrás, podía oír a un grupo de jóvenes entusiasmados, dispuestos desde el primer momento a hacer amistades. Pero lo que más dolor le produjo fue ver al otro lado del pasillo una pareja de recién casados. La esposa todavía conservaba restos de confeti en el pelo y miraba radiante a su marido. Él, por su parte, parecía haberse olvidado de todo, excepto de los límpidos ojos de su mujer. 
Sungmin se sintió como si un cuchillo le hubiera atravesado el corazón. No debía de ser mucho mayor que aquella joven pareja, al fin y al cabo, sólo tenía veintiocho años, pero los aventajaba en siglos de experiencias amargas. Suspirando, alisó el arrugado folleto de viaje que despreocupadamente había enrollado e intentó leerlo. Era inútil quejarse. El era el único responsable de encontrarse en aquella situación y tendría que afrontarla. 
Tuvo otro mal momento cuando el autobús paró en el frondoso patio del hotel. Mientras seguía al encargado de llevar los equipajes, oyó el sonido de una animada orquesta. Con tambores, címbalos y otros instrumentos, producían una música rítmica, emocionante y extraña, que a Sungmin le resultó inmediatamente familiar. Sí, 
había una orquesta como esa cuando Kyuhyun y el se habían inscrito en el hotel nueve años atrás. Era la primera vez que utilizaba el nombre de casado, y le había temblado la mano al firmar. Y también le tembló en ese momento. Con una letra prácticamente ilegible escribió: Cho Sungmin. 
El nombre le resultaba extraño, porque apenas lo había utilizado durante los ocho años que llevaba separado de Kyuhyun. En un ridículo impulso, había dejado aquel nombre en el pasaporte, de modo que cuando viajaba, todavía se hacía la ilusión de estar verdaderamente casado. Ese mismo impulso era el responsable de que hubiera evitado pedirle a Kyuhyun el divorcio. Aunque se decía a sí mismo que lo despreciaba, le proporcionaba un vano consuelo fingir que, quizá algún día, podrían volver a estar juntos. Pero Kyuhyun sería capaz de ir a la luna antes de volver a reunirse con el, se dijo con crueldad mientras dejaba el bolígrafo. 
—No parece muy contento —le comentó el recepcionista, en sus ojos almendrados se advertía cierta preocupación—. ¿Algo anda mal? 
—No, no —le aseguró Sungmin con voz ahogada. «Excepto que mi marido me odia, estoy al borde de la ruina y estoy tan deprimido que me gustaría no haber nacido», pensó—. Nada importante. 
El recepcionista le brindó una calurosa sonrisa. 
—Así que viaja solo. Quizá esté soltero. Permítame entonces hacerle una sugerencia. Todas las noches ofrecemos un espectáculo en el Salón Arjuna, es algo muy familiar, muy informal. Hay muchísimos balineses bailando encantados para nuestros huéspedes. Suele haber mucha gente joven. ¿Le gustaría que lo pusiera en una mesa con otros turistas para que así pueda hacer amigos? 
Sungmin se estremeció en su interior. Lo último que quería era sentarse con un grupo de completos desconocidos dispuestos a disfrutar al máximo de sus vacaciones. Pero el recepcionista parecía tan sinceramente preocupado, que sintió que le debía una explicación. 
—Eh… es muy amable de su parte, pero estoy cansado del viaje y, en cualquier caso, es posible que no continúe solo durante mucho tiempo. Es posible que mi marido llegue esta misma noche, así que preferiría quedarme en mi habitación a esperarlo. 
—Por supuesto, señor. Lo comprendo. Estaré pendiente de su llegada. 
Pues se iba a cansar de esperarlo, pensó Sungmin sonriendo con ironía mientras agarraba la llave. 
Cuando llegó un botones, vestido con un sarong negro, una camisa intensamente roja y un pañuelo batik, cambió inesperadamente de humor. Mientras lo seguía por un laberinto de pasillos, la depresión de los últimos meses empezó a consumirse poco a poco. Después de todo, se dijo, a lo mejor había sido una buena idea hacer ese viaje. Aquellas eran las primeras vacaciones que se tomaba desde que había dejado a Kyuhyun. 
—Allí, señor —dijo el botones, y señaló una pequeña construcción—. Ese es su bungalow. Y los vestuarios de las piscinas están cruzando esa puerta. 
Lo que el botones señalaba era una construcción de dos plantas levantada siguiendo el estilo tradicional de la isla. Las paredes estaban cubiertas de paneles de piedra gris con diversos grabados. En ambos pisos, había unas galerías tentadoramente sombreadas con cómodos sillones de bambú. 
—Entre —la urgió el botones, sonriente—. El interior es fresco y cómodo. 
Y así era. Al momento se encontró con una habitación acogedora y decorada con muy buen gusto en la que ronroneaba suavemente un aparato de aire acondicionado. 
Los recuerdos que al verla revivió fueron tan reales que le dolió el corazón. Miró a su alrededor. Hasta el más mínimo detalle estaba grabado de forma indeleble en su memoria. Las dos enormes camas con sus colchas de coloridas flores tropicales, los cuadros, los tocadores de madera tallada, la cómoda… todo le resultaba insoportablemente familiar. Incluso el baño, decorado en mármol verde y con grifos dorados, era un patético recuerdo del pasado. 
Cuando el botones dejó su maleta para mostrarle la habitación, Sungmin intentó esbozar una sonrisa. Pero lo único que quería en ese momento era que lo dejaran en paz, necesitaba quedarse solo con sus recuerdos. 
—Muchas gracias —le dijo, interrumpiéndole amablemente—. Si pudiera traerme, para terminar, un zumo de frutas con hielo, se lo agradecería. 
Cuando oyó que el botones cerraba la puerta del piso de abajo, se sintió por fin libre para dejar de guardar las apariencias. Se quitó los zapatos con un suspiro de alivio y se deshizo de su gorro, dejando que su rubia melena cayera libremente por sus orejas. Y entonces, dejándose llevar por otro de sus absurdos impulsos, subió la maleta encima de la cama y hurgó en su interior. Cuando encontró lo que estaba buscando, lo dejó encima de la colcha. Con dedos temblorosos, fue sacándolo todo, un caro traje francés con un broche de oro en la bolsa del saco, las medias de seda, un collar de oro y un anillo de oro. Después, levantó el fino y fresco conjunto que Kyuhyun le había regalado durante su luna de miel. Era de color azul, sin mangas y un short que le llegaba arriba de las rodillas. Cuando se lo puso, percibió el olor del arcón de madera de sándalo en el que había estado guardado durante todos esos años. Agarró un cepillo y empezó a desenredarse la melena con decisión. Pero antes de terminar, lo dejó y con una dura sonrisa, se acercó lentamente al espejo del tocador. 
—No has cambiado mucho —le dijo a su reflejo. 
Pero la cínica expresión de sus ojos y boca, le decían que estaba equivocado. Sí, razonó, podía estar equivocado, pero su afirmación encerraba también una gran parte de verdad. Con aquella melena rubia y su tipo de adolescente, parecía el mismo jovencito de diecinueve años que se había casado con Kyuhyun. En su piel pálida y cremosa no se adivinaba ninguna arruga. Pero por otra parte, ya era un hombre, una hombre lleno de rencores. Sus ojos, profundamente cafes y con algunas motitas color miel en el centro, le sostenían la mirada desde el espejo con su habitual expresión de recelo. 
—¡Maldita sea! —exclamó—. ¿Por qué lo habré hecho? Debería haber sabido que no había forma de volver. 
Con gesto decidido, cerró de golpe la puerta del baño y abrió los grifos para tomar una ducha. Dejó el agua intencionadamente fría, tanto que cuando se metió en la ducha, dio un grito de la impresión. Pero cinco minutos después de estar debajo de aquella vigorizante lluvia, empezó a invadirlo un grato sentimiento de bienestar. 
«No volveré a pensar en Kyuhyun nunca más», se dijo enérgicamente. «Me relajaré, intentando empaparme del sol y del ambiente de la isla. Y después, estaré en mucho mejor estado para abordar mis problemas». 
Cerró los ojos, elevó el rostro hacia el chaparrón artificial de agua fría y se estremeció de placer. Mmmm, ya empezaba a encontrarse mejor. Cerró el grifo, buscó a tientas la toalla y salió de la ducha. Cuando se estaba escurriendo el pelo, le pareció oír que una puerta se cerraba en el piso de abajo. Probablemente sería el servicio de habitaciones con el zumo. Bueno, sería mejor que se vistiera por si subía. Se secó con vigor y se puso un ligro conjunto azul y sus sandalias; cuando tuvo el pelo suficientemente seco, dejó caer la toalla. Abrió la puerta, entró en el dormitorio y al ver a la persona que allí estaba sufrió una impresión tan terrible que el corazón se le paralizó. 
—Kyuhyun—gimió. 
Era él. No era un producto de su imaginación, sino un ser humano real, sólido, de carne y hueso. Tan alto y fuerte como siempre, con el mismo pelo café lacio y algunos mechones casi crema por el sol. Su tez morena y sus ojos intensamente cafes, eran tal como Sungmin los recordaba, pero había algo diferente en él. Continuaba siendo un hombre devastadoramente atractivo, pero había adquirido una dureza que nueve años atrás no tenía. Emanaba una autoridad y una fuerza arrasadoras. Al igual que Sungmin, iba vestido de un modo informal, con el mismo tipo de ropa que usaban durante su luna de miel. En su caso, llevaba unos pantalones cortos de color beige y una camisa de safari, dejando sus fuertes brazos y piernas al descubierto. Pero el parecido con el hombre al que una vez había amado Sungmin con todo su corazón, terminaba allí. 
En otros aspectos, era un completo extraño, serio e implacable. Su postura y su expresión reflejaban una inconfundible hostilidad. 
—Hola, Sungmin. 
El joven se agarró al marco de la puerta para sostenerse. La voz de Kyuhyun era inconfundible. 
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó con un susurro helado. 
Kyuhyun parecía tan tranquilo como si lo hubiera dejado para ir a tomar un poco de aire fresco diez minutos antes. Con un gesto de indiferencia, señaló la escalera… 
—Te lo explicaré dentro de un momento —contestó con serenidad—. Mientras tanto, ¿por qué no bajamos y nos tomamos un aperitivo? 
Una extraña sensación de irrealidad se apoderó de Sungmin mientras bajaba las escaleras detrás de él. ¿Sería real lo que estaba ocurriendo? ¡Era imposible! No, no estaba soñando. Pero en cualquier caso, el hecho de ver a su marido después de 
haber estado separados durante tanto tiempo, estaba provocando un verdadero caos en sus sentimientos. Millones de preguntas revoloteaban por su mente, y sin pararse a pensar, dijo: 
—¿Cómo sabías que estaba aquí? 
Kyuhyun se encogió de hombros, sonrió y lo miró como si fuera la cosa más fácil del mundo averiguar dónde podía estar Sungmin, aunque supuestamente fuera algo estrictamente secreto. 
—Me lo dijo Sunny. 
—¿Sunny? —repitió Sungmin, indignado—. ¿Le sonsacaste la información a Sunny? ¡No puedo creerlo! Siempre ha sido una secretaria perfecta, absolutamente discreta. Y le dije que nadie debía saber dónde estaba. 
Kyuhyun soltó una fría carcajada y alzó su vaso, haciendo un saludo burlón. 
—Bueno, a lo mejor pensó que tu marido tenía derecho a un trato especial —le dijo con voz de acero—. Además, le dije que tenía que hacerte una proposición interesante, y que era urgente. 
—¿Una proposición? —gritó Sungmin alarmado—. ¿Qué tipo de proposición? ¿Qué quieres decir? 
—No te precipites, Minnie —repuso Kyuhyun arrastrando perezosamente las palabras—. Antes de empezar a hablar de eso, tenemos que ponernos al día sobre muchas cosas. Hace mucho tiempo que no nos vemos. 
Desde luego, pensó Sungmin. Durante un instante de locura, había sentido una jubilosa exaltación de alegría al ver a Kyuhyun, pero en ese momento comprendió lo equivocado de aquella reacción. No había nada de amistoso en el inquietante rostro que se enfrentaba a el a través de la mesa, y no sentía ninguna necesidad de saber lo que Kyuhyun había estado haciendo desde la última vez que lo había visto. Ya tenía demasiada información, se dijo con amargura. Las revistas del corazón y los periódicos financieros lo habían mantenido informada con todo lujo de detalles de su meteórico ascenso económico y de las sofisticadas y atractivas mujeres que lo entretenían. Con una mueca irónica, se preguntó si Kyuhyun también habría seguido su trayectoria profesional y su supuesta vida amorosa a través de la prensa. Las siguientes palabras de Kyuhyun le demostraron que así había sido. 
—No soy tan hipócrita como para fingir que sentí la muerte de tu padre —le dijo sin rodeos—. Pero espero que no fuera doloroso. 
Una sombra oscureció el semblante de Sungmin cuando recordó las terribles semanas que había pasado al lado de su padre en la clínica. Durante aquellos días, habría dado cualquier cosa por poder contar con el apoyo de Kyuhyun. 
—Lo fue —contestó con voz ronca. 
—Lo siento. El cáncer de hígado es una enfermedad espantosa. Demostraste ser muy valiente al enfrentarte a aquella situación como lo hiciste. Sé que estuviste cerca de tu padre en todo momento, y debió ser un infierno verlo morir poco a poco. 
También realizaste una labor sorprendente al hacerte cargo de la empresa de tu padre con sólo veintiún años. 
A Sungmin le sorprendieron y gratificaron aquellas alabanzas. 
—Gra… gracias —farfulló, sonrojándose. 
—Por supuesto, la crisis debe de haberte asestado alguno que otro golpe desde entonces —continuó Kyuhyun escrutándolo con una perspicaz mirada—. No son buenos tiempos para las empresas inmobiliarias, sobre todo para las que tienen edificios de oficinas en el corazón financiero de la ciudad. Dime, ¿cómo has enfocado la reconversión de la compañía? 
Para Sungmin, aquella pregunta fue como una bala mortal. Por un momento, contempló la posibilidad de decirle la verdad, pero su orgullo no le permitiría humillarse confesando su fracaso. En vez de ello, forzó una sonrisa. 
—No, no son buenos tiempos —le dijo resueltamente—, pero en conjunto, creo que la compañía está yendo verdaderamente bien. 
—Eres un mentiroso —le dijo Kyuhyun suavemente. 
Los sentidos de Sungmin se avivaron como si lo hubiera agredido. El color desapareció de su rostro y el corazón empezó a latirle violentamente. Intentó decir algo, pero fracasó. Volvió a intentarlo y le salió una especie de graznido: 
—¿Lo sabes? 
—Sí. 
Sungmin sacudió la cabeza aturdido y, cuando Kyuhyun volvió a sentarse, le dirigió una mirada de angustia. 
—Entonces, ¿debo suponer que en Sidney todo el mundo está al tanto? —preguntó con un nudo en la garganta. 
—No —contestó Kyuhyun—. Has ocultado bien tus problemas, y tengo que decir que has hecho un duro esfuerzo para salvar la compañía. Si no te hubiera fallado el banco, lo habrías conseguido. Pero como no has tenido esa suerte, estás en un aprieto, ¿verdad? 
—Sí —musitó Sungmin. 
—Lo que me interesa saber es por qué estás disfrutando de unas lujosas vacaciones cuando estás al borde de la bancarrota. ¿Hay alguna buena razón para ello o se trata de otro de tus caprichos de niño mimado? 
Aquella perezosa insinuación desató una tormenta en el interior de Sungmin. Fuera de sus casillas, se levanto de un salto y miró al Cho con ojos centelleantes. 
—¡Maldito seas! —gritó—. ¿A eso has venido? ¿A insultarme? 
Se movió con torpeza entre la silla y la mesa intentando poner tanta distancia como fuera posible entre ellos. Pero cuando estaba saliendo de entre los muebles la voz de Kyuhyun restalló en el aire como un latigazo. 
—No te vayas todavía, Sungmin; no hemos terminado. 
—Yo sí he terminado contigo —estalló—. Nunca has podido verme gastar dinero sin criticarme ¿verdad? ¡Y no creo que para ti pudiera suponer alguna diferencia que tuviera una buena razón para estar aquí! 
—¿La tienes? —se burló, arqueando con gesto indolente una ceja. 
Sungmin temblaba de tal manera que tuvo que aferrarse al respaldo del sillón para sostenerse. No podía decirle la verdad. La verdadera razón por la que había querido ir allí era que aquel era el único lugar del mundo en el que alguna vez había sido completamente feliz. Y el motivo de su felicidad había sido que estaba con Kyuhyun, algo que no podía admitir en ese momento delante de él. 
—No veo que esto tenga nada que ver con tus negocios —le dijo—. Pero si te sirve de consuelo, quiero que sepas que me sentí culpable ante la idea de gastar dinero en unas vacaciones, aunque lo que voy a pagar por esto es una gota de agua en el océano comparado con las deudas que voy a contraer muy pronto. Pero de hecho, yo no me he pagado estas vacaciones. Lo ha hecho mi madre. 
—¿Tu madre? —repitió Kyuhyun sorprendido—. ¿Quieres decir que la has visto últimamente? Creía que el bueno de tu padre te lo había prohibido. 
—No hables de mi padre con ese desprecio —le dijo colério—. Yo tenía veintiún años cuando murió, ya era un hombre maduro. Sabía que mis padres quedaron en muy malos términos después del divorcio, pero pensé que debía hacer mi propia elección. 
—Me alegro de oírlo —dijo Kyuhyun con amargura—. Es una pena que no hicieras lo mismo con otros problemas, o quizá en ese caso no podrías haber vivido como querías. Cuando te conocí estabas verdaderamente bien bajo sus alas. 
—¡No es cierto! —gritó Sungmin. 
—¿De verdad? Permíteme no estar de acuerdo contigo. De hecho, siempre pensé que si no hubiera sido por el bueno de tu padre, no te habrías metido en la cama con Kim Kangin cuando todavía estabas casado conmigo. 
Sungmin se quedó helada ante aquel cruel recuerdo del pasado. 
—¡Bastardo! —siseó—. Sabes condenadamente bien que eso nunca ocurrió. Mira, si sólo has venido aquí para insultarme, estás perdiendo el tiempo. Ahora hazme el favor de marcharte. 
—No —dijo Kyuhyun suavemente. 
—Entonces te echaré —lo amenazó Sungmin. 
Kyuhyun soltó una desagradable carcajada. 
—¿De verdad? —se burló—. Bueno, puede ser interesante. ¿Qué les dirás a los empleados del hotel cuando les pidas que vengan a echarme? Después de todo, cariño, soy tu marido. Tú mismo le dijiste al recepcionista que esperabas que llegara esta noche. Me lo ha mencionado cuando le he preguntado por ti. ¿No crees que puedes encontrarte en una situación un poco embarazosa? 
Sungmin enmudeció. La escena no sería solamente embarazosa, era totalmente impensable. Antes de que pudiera decir una sola palabra. Kyuhyun continuó con voz peligrosamente sedosa: 
—Así que tienes un amante, ¿verdad? Bueno, conociéndote, no puedo decir que me sorprenda. Aunque desapruebo que se camufle bajo mi nombre. En cualquier caso ¿quién es el afortunado? 
—¡Nadie! —gritó Sungmin—. Le dije eso al recepcionista porque me ofreció ponerme en una mesa con otros turistas. ¡Quería un poco de intimidad! 
—Ya te he dicho una vez que eres un mentiroso —murmuró Richard—. Y ahora vuelvo a repetírtelo. No te creo. 
—Bueno. No me preocupa lo que creas o lo que dejes de creer —estaba tan furioso que le temblaba la voz—. Porque todo terminó hace tiempo entre nosotros, ¿verdad? Así que, ¿por qué no te vas? Vamos, vete. 
—Claro que no —dijo Kyuhyun con una peligrosa sonrisa—. No me iré hasta que no oigas mi propuesta. Mira, Sungmin, yo podría salvarte de la bancarrota. 
Sungmin sintió un frío repentino en todo su cuerpo. 
—¿Lo harías? ¿Pero… por qué? Yo siempre he pensado que me odiabas. 
Kyuhyun entrecerró los ojos y le dirigió una perspicaz mirada. 
—Quizá lo haga, pero tengo mis razones para ello. Te hablaré sobre ellas durante la cena. Por supuesto, habrá algunas condiciones. 
—¿Condiciones? ¿Qué clase de condiciones? 
—Condiciones que creo que no te van a gustar —ronroneó Kyuhyun—. Una de las ventajas de ser suficientemente rico es que te da la posibilidad de llevar la batuta ¿verdad, Sungmin? Probablemente todavía recuerdes el placer de tener esa clase de poder, ¿no, encanto? Ahora dime a qué hora te gustaría cenar. Bueno, será mejor que ponga yo la hora. Ponte tu mejor vestido, pasaré a buscarte a las siete. 
En cuanto Kyuhyun cerró la puerta tras de sí, Sungmin se desplomó en un sillón. Estaba aturdido, no podía creer lo que le estaba pasando. Volver a ver a Kyuhyun tan inesperadamente le había causado una profunda impresión. Y todas las viejas heridas que creía cicatrizadas, o al menos anestesiadas por el paso del tiempo, habían vuelto a abrirse. Lo asaltó un crudo y doloroso sentimiento de humillación al pensar en aquel encuentro. No había ninguna duda de que Kyuhyun lo odiaba. Pero también había visto algo en la expresión de sus ojos que le decía que todavía lo deseaba. Al igual que el le deseaba a él, reconoció. La vergonzosa y humillante verdad era que le había bastado mirarlo para experimentar una agradable sensación de calor en todo su cuerpo. Tenía la absoluta certeza de que si Kyuhyun hubiera llegado con otra actitud, si en vez de aborrecerlo le hubiera demostrado que aún lo amaba. En ese momento estarían desnudos en la cama. 
Sungmin se cubrió el rostro con las manos y gimió. ¿Por qué había ido Kyuhyun?, se preguntaba desesperado una y otra vez. No tenía sentido. Sungmin no comprendía por qué quería salvar Kyuhyun la compañía Sendbil de un desastre seguro. Si de verdad lo odiaba, sería más lógico que lo dejara hundirse sin tenderle un cable. Pero lo que más lo inquietaba, era el tipo de propuesta que tendría Kyuhyun en mente. 
Pero no tenía respuesta para ninguna de esas preguntas y continuar amargándose con ellas sólo le serviría para terminar con dolor de cabeza y ponerse al borde de la histeria. Era más sensato salir a nadar un rato, ponerse después sus mejores ropas y encontrarse con él a la hora de la cena en su propio terreno. Se mostraría como el frío y calculador hombre de negocios en la que se había convertido durante aquellos años. 
Apretó los labios con determinación y sacó de la maleta una toalla de playa, un diminuto short de color verde esmeralda, unas sandalias y un tubo de crema bronceadora. Y con aquel equipo, se dirigió a la piscina. 
Era un lugar idílico, y si no hubiera estado tan afectado por la llegada inesperada de Kyuhyun. Todas sus preocupaciones se habrían ido alejando poco a poco al verlo. 
Sungmin se quitó la ropa que llevaba encima del traje de baño y lo dejó bajo una sombrilla. Después se sumergió en el agua. Era una delicia flotar boca arriba, con la mirada fija en aquel cielo sin nubes. 
Si a Kyuhyun no se le hubiera ocurrido aparecer por allí, habrían sido unas vacaciones maravillosas. 
Por alguna razón, tenía la certeza sobrecogedora de que Kyuhyun iba a proponerle salvar la compañía a cambio un precio que no estaba preparado para pagar. 
Más tarde. Cuando se encontró con él para ir a cenar, pudo comprobar que su presentimiento había sido totalmente certero. 
Kyuhyun llegó a las siete en punto, con un aspecto fríamente atractivo. Se había puesto una chaqueta blanca, de un tejido ligero, una camisa del mismo color y unos pantalones negros. 
Sungmin también se había arreglado con esmero. No porque Kyuhyun se lo hubiera dicho, sino porque saberse con un aspecto tan sofisticado lo ayudaba a aumentar su confianza en sí mismo, cosa que en ese momento necesitaba desesperadamente. Llevaba el pelo recogido en una coleta, algo habitual en el, y se había puesto una camisa negra con encaje en la espalda junto a un pantalón blanco ajustado; completaba su atuendo con un collar de oro y un reloj de diamantes. Delineo sus ojos para discimular bien sus ojeras y remarco levemente sus labios con un labial rosa, pocas veces había tenido un aspecto tan provocativo. 
Kyuhyun resopló irónicamente cuando Sungmin le abrió la puerta. 
—Estás muy atractivo —comentó. 
—Gracias —repuso Sungmin cortante—. ¿Nos vamos? 
El restaurante estaba en el quinto piso del edificio principal del hotel y desde allí había una vista panorámica del océano. La puerta de entrada estaba flanqueada por dos enormes estatuas, eran dos guerreros indonesios de aspecto feroz tallados en piedra e iluminados desde abajo de tal manera que sus ojos parecían brillar de un modo siniestro. 
Una joven sonriente avanzó hacia ellos para preguntarles sus nombres. 
—Señores Cho —dijo Kyuhyun con tanta naturalidad como si hubieran estado juntos durante los últimos ocho años. 
—Por supuesto, señor. Por favor, vengan por aquí. 
El restaurante estaba tenuemente iluminado para dar prioridad a la vista del océano. Bajo aquella luz, Kyuhyun tenía un aspecto amenazador. 
La camarera les mostró una mesa discretamente aislada por un biombo del resto del salón y con una vista soberbia del océano, iluminado en ese momento por la luna. 
Cuando ambos estuvieron sentados, la camarera les extendió las servilletas en su regazo y les tendió la carta. 
—¿Puedo traerles una copa antes de la cena? 
—¿Sungmin? 
—Oh, sí, yo quiero un gin-tónic —contestó precipitadamente. 
En ese momento estaba demasiado nervioso para preguntar o preocuparse por las bebidas locales, aunque normalmente le gustaba experimentar cuando tenía posibilidad de probar especialidades regionales. 
—Parece un poco soso —comentó Kyuhyun arqueando las cejas—. Yo probaré el cóctel arak. Espero que seas algo más atrevido con la comida, querido. 
«Querido», pensó Sungmin con ironía. Probablemente lo había dicho para que lo oyera la camarera, razonó. Pero, ¿por qué estaba comportándose de ese modo? ¿Sería aquel despliegue de buenas maneras una forma de evitar desconcertar a los demás con la hostilidad que, indudablemente, había entre ellos? ¿O sería algo más que eso? 
Sungmin suspiró aliviado cuando la camarera volvió con sus bebidas y pudo dar un sorbo a su amarga y refrescante copa. Al fondo del restaurante, una orquesta de baile empezó a tocar suavemente con un ritmo muy pegadizo que volvió a sumir a Sungmin en una extraña sensación de irrealidad. 
Si no hubiera sido por la tensión que advertía en la forma que Kyuhyun apretaba los labios, podría haber pensado que estaban disfrutando de una segunda luna de miel. Cuando la camarera volvió para tomar nota de lo que iban a cenar, aquella ilusión se intensificó. 
Permitiendo que sus dedos quedaran a una distancia mínima de la mano de Sungmin, Kyuhyun levantó la mirada hacia la camarera y le dirigió una deslumbrante y seductora sonrisa que alguna vez había hecho que a Sungmin se le aflojaran las piernas. 
Pero entonces, sin dejar de sonreír, se volvió hacia el, haciendo que descubriera desconcertado que aquella sonrisa continuaba teniendo el mismo efecto en el. 
—Creo que tomaremos pollo con salsa de cacahuetes para empezar, ¿te parece bien, cariño? Y después rijstafel. Podemos continuar con una fuente de frutas tropicales. Y, por favor, pídale al encargado de las bebidas que nos traiga una botella de champán. 
En cuanto la camarera se retiró, la sonrisa de Kyuhyun se desvaneció. Se reclinó en su silla, tamborileó con los dedos en la mesa y escrutó a Sungmin con la mirada; de su rostro había desaparecido ya toda sombra de encanto. 
—Oí decir que Kim Kanginse arruinó después de dejarte.
Sungmin abrió la boca para protestar. Kangin no lo había dejado a el. De hecho había sido exactamente al revés. Kangin se había puesto furioso cuando Sungmin le había explicado al cabo de unos meses que había confundido sus propios sentimientos, que no estaba enamorada de él y que nunca podría estarlo. Y tras la muerte de su padre, le había pedido que abandonara Prero por las buenas. Kangin nunca se lo había perdonado y le había dicho en unos términos inequívocos que el dinero había sido lo único que le había atraído de el. Naturalmente, había sido un duro golpe para el orgullo de Sungmin, pero en el fondo, había sentido un enorme alivio. Sólo había sentido una vez el verdadero amor, pero aquella experiencia había terminado de una manera tan dolorosa que nunca había querido volver a enamorarse de nadie, ni siquiera de Kangin. Cuando éste había hecho correr por Sidney el rumor de que lo había abandonado, a Sungmin le había parecido más digno no desmentirlo. Incluso después de la afirmación de Kyuhyun, seguía pensando que había sido lo mejor. 
—Sí, yo también lo oí —contestó fríamente, dando otro sorbo a su bebida—. Fue una desgracia para él. 
—Oh, yo no diría eso —dijo Kyuhyun con una voz peligrosamente dulce—. En mi opinión, no podría haber un hombre que se lo mereciera más que él. Pero como tú estuviste enamorado de Kangin, supongo que ves las cosas de diferente manera. 
Sungmin permaneció en silencio. Afortunadamente, el camarero encargado de las bebidas llegó en ese momento con el champán y montó un gran alboroto mientras lo descorchaba y lo servía. 
Sin dejar de estudiar su rostro, Kyuhyun levantó su copa y sonrió con gravedad cuando el camarero se marchó. 
—Yo pensaba que volverías arrastrándote hacia mí como un cachorrito herido cuando Kangin te dejó. Fue una sorpresa descubrir que tenías cierto orgullo. Sungmin. 
Sungmin siempre había tenido un carácter explosivo. Y en ese momento, con los nervios destrozados por los acontecimientos de los últimos meses, la provocación de Kyuhyun era más de lo que podía soportar. 
—¿Un cachorro de Kyuhyun? —se burló—. Por supuesto que no. Y estás cometiendo un peligroso error si piensas que soy una especie de perrito faldero, querido. Lo único que vas a conseguir con esa teoría es un mordisco en la muñeca 
Kyuhyun miró a Sungmin por encima del borde de su copa. Después bebió un sorbo de champán y dejó la copa en la mesa. 
—Aunque parezca extraño, es una perspectiva muy tentadora. Todavía no has perdido tu atractivo, ¿sabes? De hecho, te encuentro intensamente excitante. 
Sungmin contuvo la respiración y lo miró horrorizado. ¿Por qué tenía que decirle esas cosas? Aunque su tono de voz era tan seco que eliminó de sus palabras cualquier tipo de sentimiento, éstas le causaron una fuerte impresión. Se mordió el labio, espantado ante la posibilidad de oírse hacer la humillante declaración de que Kyuhyun tampoco había perdido ni un ápice de su capacidad de atraerlo. Tragó saliva y forzó una pequeña y cínica sonrisa. 
—Pretendes halagarme —le dijo—. Pero me cuesta creerte. 
—A mí también —repuso Kyuhyun muy serio—. Al fin y al cabo, prácticamente no tienes pecho y has ganado peso en muchos lados. A eso hay que añadir que te estropearon desde tu nacimiento, no tienes ni idea de lo que significa ser leal, eres despilfarrador, terco y no tienes corazón. No puedo imaginar cómo podría encontrarte atractivo. Pero, aunque parezca extraño, la verdad es que así es. 
—¿De verdad? —lo desafió Sungmin—. Tú, sin embargo, eres un regalo de los dioses para cualquier mujer. Encantador, atractivo, rico, irresistiblemente sexy, y con un dominio sorprendente del lenguaje. No puedo imaginarme por qué no te encuentro atractivo. Pero, aunque parezca extraño, así es. 
Richard cerró la mano alrededor de la muñeca de Sungmin. 
—No te burles de mí, Sungmin, te aseguro que podrías arrepentirte —dijo entre dientes. 
—¡Deja de hacer amenazas ridículas, Kyuhyun! Y vayamos al grano, ¿cual es esa propuesta que querías discutir conmigo? 
—Es muy sencillo, Sungmin. Quiero ofrecerte un programa de noventa días que permitirán mantener a Prero en funcionamiento durante los próximos tres meses. Además, acudiré a tu rescate para solucionar lo del alquiler de las oficinas. Necesitas a alguien que pueda alquilarlas y yo nuevos locales. La compañía Fielding se está expandiendo tan rápidamente que se nos han quedado pequeñas nuestras actuales oficinas y estoy preparado para hacerme cargo del contrato de arrendamiento que vayas a ofrecerme. 
Al oír aquella declaración, Sungmin se sintió tanto sorprendido como aliviado. ¡La compañía de su padre no iba a tener que declararse en quiebra! Todavía podría mantener la cabeza erguida ante los empleados que dependían de el para ganarse la vida. Pero después de siete años de experiencia en el toma y daca del mundo de los negocios había aprendido a recelar de ese tipo de propuestas, incuestionables en apariencia. 
—¿Con qué condiciones? —preguntó con cautela. 
—Con dos condiciones —dijo Kyuhyun suavemente—. La primera es que seré nombrado director ejecutivo de Prero inmediatamente. Con mi pericia en este ámbito, creo que puedo dar la vuelta al negocio y conseguir que genere beneficios al 
final de esos tres meses. Y en ese momento, si quieres, podrás volver a asumir el control del negocio. 
—¿Y la segunda condición? 
Kyuhyun hizo una pausa antes de contestar. Bajo la luz de las velas, los ojos le brillaban de un modo amenazador. Cuando habló, lo hizo en voz baja y ronca. 
—Que vuelvas a ser mi esposo, en el completo sentido de la palabra, durante esos tres meses —lo decía tan secamente como si estuviera resumiendo la cláusula de un contrato—. Al cabo de ese tiempo, podemos revisar la situación y tomar una decisión final sobre nuestras intenciones. Me imagino que podremos divorciarnos entonces. 
Sungmin estuvo a punto de desmayarse de la impresión ante las humillaciones que aquella sugerencia implicaban. 
—¿Qué quieres decir? —preguntó alarmado—. ¿A qué te refieres cuando dices «un esposo en el completo sentido de la palabra»? 
Kyuhyu bebió otro sorbo de champán y sonrió fríamente. 
—Es evidente, ¿no? Quiero decir que volveremos a vivir juntos. Y, por supuesto, también a dormir juntos —pronunció las dos últimas palabras con inconfundible placer. 
Sungmin se lo quedó mirando fijamente, sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo. 
—¿Por qué? —estalló Sungmin—. ¡Acabas de decirme que me maleducaron, que soy un hombre desleal, despilfarrador, terco y sin corazón! 
—Y es cierto. Me dejaste por otro hombre por culpa de una estúpida discusión que no habría tenido ninguna importancia para cualquier hombre con una pizca de madurez o capacidad de asumir sus compromisos. Nunca te lo perdonaré, Sungmin. 
—¿Entonces, qué motivos tienes para querer acostarte conmigo? —le preguntó Sungmin con aire desafiante—. No irás a decirme que tiene algo que ver con el amor, ¿verdad? 
—Claro que no —susurró con voz ronca—. Con el amor no, Sungmin, con la venganza.
Continuara

DESEOS DE VENGANZA (ADAPTACION KYUMIN BY NURA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora