Antin

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1886, Vitulano, Benevento, Italia.

Un día frío y con nieve, normal en cualquier invierno en ese pueblo, los niños desayunaban tranquilamente en el comedor de aquel orfanato de monjas, pero en esta historia nos centraremos en un pequeño en especifico, un pequeño el cuál lleva en ese orfanato toda su corta pero larga vida, ¿Su nombre? Simple, Antin.

El pequeño era de estatura promedio a cualquier otro niño de su edad la cuál era 14 años, cabello castaño un poco rizado, ojos azules, hermosos y profundos como el mismo océano, era de tez blanquecina, nariz respingada, delgado y un poco atlético.

Antin era como cualquier otro niño, solo algo lo distinguía, tenía pequeños picos en su cabeza, él no sabía que eran, pero al parecer las monjas si, ya que era el niño que más ponían a rezar y hacer cosas en el orfanato, sagradas más que nada, pero también salía a jugar como los demás niños. Últimamente había algo que lo inquietaba de sobremanera, ya que algo lo llamaba desde el bosque, él no sabía que era. Solo unas cuantas veces se les permitía ir ahí, y cuando lo hacía siempre lo buscaba, pero al parecer no lo encontraba, solamente escuchaba como el viento en un pequeño susurro decía su nombre. Los demás niños no podían escucharlo, sólo él y nadie más, ni siquiera las monjas.

Tenía la curiosidad de preguntarle a las monjas si era normal, pero tenía miedo de que le hicieran daño, en el orfanato corrían rumores de entre los más grandes, si hacías algo mal o decías algo que no debías, serías castigado. Varios de los que dicen estás cosas, no llegaban a la cena pero para la mañana siguiente en el desayuno tenían rasguños y moretones los cuáles delataban que habían sufrido algún tipo de maltrato en su ausencia.

Volviendo a nuestro pequeño amigo, estaba jugando con los demás niños a las escondidas en el jardín del orfanato, todos estaban bien abrigados ya que estaba nevando, cuándo fue su turno de contar para que los demás niños se escondieran, entonces fue le momento donde volvió a escuchar como lo llamaban desde lo profundo de aquel bosque. Hipnotizado por como sonaba su nombre en aquel raro susurro, se adentró al bosque, camino sobre las ramas, de vez en cuando atorándose en la nieve, moviendo ramas de su cara, cada vez lo escuchaba más cerca, podía sentirlo, no sabe cómo, pero casi reconocía esa voz, paro casi a mitad del bosque.

— ¿Hola? — llamó en el bosque, se pudo escuchar un pequeño eco con su voz, miró al rededor en busca de alguien entre las ramas, estaba empezando a enfriar más, también comenzaba a oscurecer. — ¿Hay alguien ahí? — volvió a llamar esperando una respuesta, pero no hubo una, al darse cuenta que estaba solo en el bosque, en invierno, nevando y oscureciendo, un miedo comenzó a hundirlo de sobremanera, cuándo escucho pasos detrás suya, de pronto sintió como alguien lo tomo de los hombros, en su susto ahogo un grito, entonces reconoció esas blancas y delicadas manos, era Alfonsina la monja encargada de los que están a partir de 12 a 18 años.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó ella, poniendo la palmatoria con la vela encendida en la cara de Antin — Está oscureciendo y tu estás en la mitad del bosque, ¿En que estabas pensando?— Lo miró con el ceño fruncido, tenía la nariz roja y las mejillas igual, por el frío deberá pensar, pensó Antin. 

— Estábamos jugando y me perdí buscando a Chiara, Zinerva, Piero, Guido y Nicoletta — respondió de forma nerviosa mientras Alfonsina comenzaba a caminar entre la gran capa de nieve que se había formado en el suelo, tomaba la mano de Antin para que este la siguiera. — Y perdí la noción del tiempo, y cuando me di cuenta estaba en medio del bosque — siguió con su pequeña y blanca mentira, que esperaba que Alfonsina creyera en está. 

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