14. I'm going to miss the bees

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(Voy a extrañar a las abejas)


Un par de horas transcurrieron hasta que Sam se atrevió a marcarle a su hermano. Castiel sabía que su tiempo restante no era mucho y ahora sentía miedo, frío, dolor, angustia, todo al unísono en un cuerpo moribundo. Arropado por varias mantas, tiritaba en la cama mientras sentía que su recipiente se debilitaba. Aun así, intentaba mostrarse fuerte para Sam que, tomándolo de la mano, esperaba la llegada de Dean.

Dean condujo como un demente por la carretera robándole segundos a la vida, ni siquiera atinó a cerrar la puerta del Impala después de bajar de este prácticamente en movimiento. Después, la puerta de la entrada principal se azotó con fuerza y anunció su llegada.

Sam oprimió fuerte por unos segundos la mano del ángel, una forma escueta de decirle adiós. Bien sabía el hombre de letras que esa sería la última vez que viese con vida a su amigo. Salió al encuentro de su hermano, en su reciente experiencia sería mejor hablar con él antes de que verificara en persona el estado del ángel.

—¡Por Dios, Dean!, ¿estás bien?, ¿qué estabas haciendo cuando te llamé?

Sam vio horrorizado el aspecto de Dean y le cerró el paso hacia la entrada de la habitación en donde yacía el celeste. El rostro, los brazos y la camiseta del mayor estaban cubiertos de sangre.

—¿Qué importa, Sam?, ¡hazte a un lado!, ¡tengo que estar con él! —exigió Dean en un débil intento por sobrepasar a su hermano. Sus manos temblaban, su mirada reflejaba agotamiento y desesperanza, pequeños movimientos nerviosos denotaban su casi completa inestabilidad emocional—. No te preocupes, Sammy, no es mi sangre, es de un demonio que atrapé, el desgraciado no sabía nada, pero yo necesitaba cortar algo... yo solo necesito...—Su voz se quebró, a pesar de su notorio esfuerzo porque no fuese así.

—Tranquilo, hallaremos una forma, Dean, siempre lo hacemos —consoló Sam y estrechó en sus brazos a su hermano que recibió el contacto agradecido y devolvió el abrazo desesperado.

—No me dejes, Sammy —suplicó Dean sobre el hombro del más joven—, no puedo hacer esto... no sin ti.

Dean estaba roto, esas semanas de rudeza y frialdad, en las que Sam viera una mirada irreconocible en el rostro familiar, parecían muy lejanas. Ahí estaba su hermano, a punto de sufrir una pérdida irreparable, otra vez.

—No iré a ninguna parte, Dean. ¡Estoy aquí!, ¿entiendes? Y aquí estaré siempre, siempre —aseguró mientras tomaba a su hermano por lo hombros mirándolo a los ojos—. Pero necesitas bañarte y cambiarte antes de entrar ahí, Cas no puede verte así, él no está bien y esto no ayudará.

El mayor pareció comprender, asintió leve y obedeció casi de forma automática.

Minutos más tarde, ya limpio y cambiado, Dean estaba frente a la puerta de la recámara que compartía con Castiel, preparándose para enfrentar aquello que desconocía si era capaz de resistir. Respiró hondo y procuró hacerse dueño de sus actos.

—¡Hola, guapo!, ¿cómo estás? —saludó con la sonrisa más amplia que pudo fingir y cerró la puerta a sus espaldas.

Intentaba irradiar algún tipo de seguridad, por mínima que esta fuere, pero sus ojos verdes no podían mentir y Castiel lo sabía.

—Mejor que nunca —respondió Castiel con débil ironía. Dean se sentó tímido en el lecho y puso un beso casto en los labios del ángel, acarició su pelo oscuro y se detuvo a mirar un momento sus ojos azules que se apagaban.

—¿Cómo te sientes? —interrogó como si no supiera la respuesta.

—Ya no los escucho... a los ángeles, todo es silencio —dijo Castiel, daba saltos vagos entre la lucidez y la inconsciencia.

Alas de ángel (Destiel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora