Podía soportarlo... Solo era cuestión de aguantar, aguantar cuanto pudiera, a decir verdad, no era muy difícil, simplemente debía dejar de pensar en ello, tan solo imaginar que está en otro sitio. Un sitio en el cual la brisa golpea su cara mientras su cabello se mueve en una suave danza, un sitio que la abraza con calidez, donde se encuentra recostada en el pasto verde y húmedo mientras su vista se dirige al cielo azul, tratando de tomar forma en las nubes; como desearía ser una nube, flotando en aquel lienzo azul con tranquilidad, ir a donde el viento decidiera llevarla, de pronto cierra los ojos y entonces... Vuelve a la realidad.

Los gruñidos cerca de su oído la regresan a la realidad, los sonidos que emana el hombre que está a punto de llegar hacen que vuelva a ser consciente de que no se encuentra en un hermoso prado siendo bañada con la brisa, si no, se encuentra en una cama de hotel barato, sus piernas se encuentran abiertas mientras un hombre arremete sin piedad sus estocadas, no siente que haya durado mucho, tan solo siempre cerraba los ojos y escapaba de su realidad.

Su boca al menos no emite un sonido, jamás se ha sentido bien el "sexo", desde que lo experimento por primera vez, siempre ha sentido dolor, no tanto físico, más bien le duele que tan solo los hombres la ven como un simple agujero caliente en el cual desahogarse, lo hacen sin piedad, tanto que duele, pero a diferencia de quizás otras chicas normales, ella no tiene de otra más que aguantar.

El hombre simplemente suelta un gemido de satisfacción mientras muerde cerca de su clavícula -maldición además de todo le dejaría una asquerosa marca-. Lo único que anhelaba es que no se quedara, quería que se fuera lo antes posible, no quería ver su asqueroso rostro, solo quería volver a dormir y sumergirse en sueños, otro bello sueño en el mismo paisaje, un sueño donde siente tranquilidad.

Afortunadamente sus plegarias son escuchadas y el hombre simplemente se retira, dejando el dinero sobre el pequeño tocador colocado a un lado de la cama, el lugar era una porquería, aunque hacia honor al precio tan bajo, toma pañuelos para limpiar la suciedad que tenía, ojala y eso bastase, mira el espejo de cuerpo completo colocado frente a la cama, observa su cuerpo repleto de marcas -mordidas- que aunque no se ven a simple vista ella las recuerda a la perfección, recuerda cada parte de su cuerpo siendo mordisqueada por un hombre diferente cada vez.

Se levanta de la cama para volver a ponerse las bragas, agradecía que el hombre solo buscaba meterla y ya, no hubo necesidad de un oral o incluso de desnudarla, no es como si fuera una santa a la cual no han visto desnuda, pero definitivamente había sido su noche de suerte, incluso también los hombres a veces intentaban besarla, cosa que ella simplemente no correspondía, era una idea tonta, pero hasta ahora era lo único que en su patética vida había podido conservar, tan solo eso...

-Vaya que no te fue mal, el viejo dio buena paga y solo por los diez minutos que duro- comenta de forma sarcástica Kanao, su compañera y amiga desde la infancia

-Si, supongo...

Ambas eran huérfanas, se conocieron en el orfanato donde habían sido abandonadas, era un poco extraña la forma en que se hicieron amigas, es decir, no encajaban en lo absoluto. Ella era un llorona y escandalosa de primera, mientras que Kanao siempre resulto ser callada, jamás emitía ninguna expresión de disgusto o tristeza, siempre se encontraba con una sonrisa falsa.

Lo único que compartían es que ambas jamás fueron escogidas para formar parte de una familia, a Zenko la detestaban por ser una chillona y a Kanao le tenían miedo por tener siempre esa mirada tan inexpresiva, siempre haciendo lo que le dijesen sin ninguna queja, aunque se tratara de dejarla sin comer un día entero, siempre tenía esa mirada perdida en los ojos.

Algo mas allá que aguantarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora