Capitulo 2

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10 de septiembre de 2012

Diagnosticado con trastorno mixto depresivo a los once años.

Hace mucho que no escribía. El tiempo en el psiquiátrico es la tortura perfecta para alguien como yo. He contado el tiempo desde mi llegada, llevo doscientos sesenta y un días con diez horas y quince minutos. Hace dos horas tomé el almuerzo. Lo hago por obediencia, mas no por querer comer sano; no está dentro de mis prioridades alimentarme. Me gusta esa sensación dolorosa en el cuerpo, saber que agonizo se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos.

Hace mucho tiempo leí un artículo en donde decía que uno puede morir por una emoción muy fuerte. Intento llenar cada espacio de mi maldita vida con mucho odio, pero siempre fallo en el intento. A fin de cuentas, he optado por llenarlo de las más dolorosas situaciones que no le deseo a una persona. Tal vez algún día logre mi objetivo. Eso me recuerda a cuando tenía seis años. Estaba muy molesto ese año por el estilo de vida que llevaba, no hacía más de una hora me habían golpeado. No recuerdo muy bien cuál fue el motivo, tan solo llevo en mi mente la primera decisión importante de mi asquerosa existencia.

Estaba pasando por la cocina, las lágrimas ya se comenzaban a extinguir. Por dentro sentía odio por esa situación. Por ese entonces era lo bastante pequeño. Decidí esconderme bajo una mesa que la abuela había comprado con el objetivo de colocar la fruta al aire libre y no tener que guardarla en el refrigerador. Un mantel adornado con unas flores de colores muy alegres me cubría de manera visual, pero no tanto al sonido. Era imposible dejar por fuera un deseo manifestado en voz alta.

—Me quiero morir, me quiero morir, me quiero morir —repetí tantas veces la misma oración. Ya comenzaba a creer que sería mejor así. Ese estado depresivo no duró mucho. Sin darme cuenta, la esposa de un tío pasaba por la cocina. No sé si su motivo era buscarme o comenzar con la labor de la cena; por sus oídos pasaron las palabras de alguien idiota, esa persona que repetía un deseo sin muchos fundamentos para quien no conoce toda la verdad acerca de mí.

—Michael, ¿quieres morir? —dijo ella mientras levantaba el mantel.

Entorné mis ojos en busca de algo que no fuera esa mirada acusatoria, esa mirada que recriminaba mi deseo. Antes no tenía idea de su significado; en cambio, ahora conozco el motivo egoísta. Sé con seguridad cómo la gente se apega al hecho de estar vivos pero sin vida.

—Toma. —Me extendió un cuchillo.

Por dentro todo mi cuerpo sufrió una alteración. Por un lado, estaban muchas emociones queriendo esta arma a toda costa. Sabía que entre la vida y la muerte solo hay un paso, pero esa decisión es una de las más difíciles que cualquier persona pueda tomar. Sostuve el cuchillo en mi mano derecha, rocé cada parte del objeto metálico con la capacidad de hacer mucho daño. Podría llevarlo directo al corazón o al cerebro. Sería muy doloroso. Pensé tantas cosas en tan poco tiempo que cualquiera me puede acusar de cobarde.

—Adelante —me instó para tomar una decisión definitiva.

Al final no pude. Tiré el cuchillo muy lejos de mí, abracé mis piernas y lloré demasiado fuerte. Ese llanto no venía a causa de mi situación por ese entonces, fue ahí en donde comenzó el más odioso sufrimiento. Cuando lo pienso ahora, me hubiera gustado ser menos estúpido y haber terminado con tanta amargura en los siguientes años.

Camino por el pasillo de paredes blancas, luces blancas, con personas de uniformes blancos y miradas sombrías. Me acompaña el enfermero Justin, es el mismo que presenció mi intento de fuga los días después de que recuperase la memoria, luego de ese altercado con la señora que no sé cómo puedo llamar mamá aún. Justin desde entonces me suministra el medicamento. Por momentos intenta sacar temas de conversación a pesar de que mis respuestas son muy secas, además de dejar clara mi indisposición de tener algún tipo de contacto con las personas.

Justin es muy joven. Tiene complexión atlética, es rubio. Sus ojos son una ligera mezcla entre azul y verde. Su forma de hablar, además de ser obvia, se caracteriza por la formalidad. Por lo general, siempre sonríe. Aunque tengas una alteración, siempre encuentras una mirada divertida. Su semblante es relajado, lo pasan como por un adolescente aficionado al gimnasio; en la institución psiquiátrica, se lleva el chismorreo y miradas de las enfermeras sin contar con la imponencia que causa en los internos, por no decir gente loca.

—¿No te cansas de esto? —Es la primera vez en que le dirijo la palabra. Siempre dejo esa parte a merced de personas habladoras. Nunca me ha interesado conocer el punto de los demás, es más que suficiente tratar de entenderme a mí mismo.

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