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-Si quieres llorar, llora lejos- le dijo después de darle un puñetazo en el estómago (o algo así se sintió, un ataque iracundo), aunque el receptor fuera un recién nacido.

Se le venían constantemente recuerdos a la mente, de cuando aún lo llamaban y se llamaba "el Forastero", pues parecía que, a pesar de ser humano, no era como todos.

Cabello negro, largo y rizado; estatura baja y piel trigueña. Tuvo problemas de salud natos, pero afortunadamente (o desafortunadamente, según cómo lo vea cada quién), sobrevivió. El niño se instaló en esa casa ubicada en una ciudad costera un poco alejada de todo en donde residiría muchos años. La casa era casi divina para él, como un seguro de vida, un espacio en donde, una vez dentro, todos los problemas, cualquiera que sea su naturaleza y origen, desaparecían. Dicha sensación lo acompañaría muchos años.

Pero parecía que el Forastero, de algún modo pese a su ignorancia natural debido a la edad prematura que poseía, tenía conocimiento de que sus progenitores eran conscientes de que era un forastero y aun así lo trataban como un ciudadano del mundo más y si en su defecto presentaba aspectos de todo un ser extranjero, lo forzarían a que finja y actúe como uno de ellos. Así fue.

Recuerda que en su faceta de forastero le pareció un largo tiempo esos pocos años que no tuvo que salir de su casa, la cual en poco tiempo la conoció como a la palma de su mano, podría estar en total penumbra y, aun así, recorrer cualquier parte del lugar sin problemas.

A pesar que en absolutamente todo el lugar anteriormente mencionado hacía de las suyas y era como un parque de diversiones abierto las veinticuatro horas del día, el cuarto de planchar se convirtió en su hábitat natural. Los juegos para niños (y no tan para niños) que se conseguía en la red le facilitaron el aprendizaje del habla y lectura no solo en español, sino que también en inglés, además de desarrollar habilidad con el aparato que luego le ayudaría a destacar sin siquiera saberlo.

Pareciera que en tan nimios años antes de cumplir los tres de edad e ingresar al jardín de niños poco pudiese hacer, pero no. El Forastero era reconocido por sus padres por poseer una imaginación ilimitada, la cual manifestaba en dibujos de todo tipo. La creatividad innata, el aún prematuro manejo del idioma inglés y la habilidad con la computadora serían grandes soportes para cuando iniciara su trayecto, al menos al principio de este. Eso crían el hombre y la mujer que lo trajeron a este infierno llamado Tierra.

Pronto, los padres del Forastero lo enviaron por primera vez al colegio. Le es increíble que después de más de dos décadas recordara con lujo de detalle su gran hazaña en el jardín de niños al que fue enviado. Este estaba literalmente a una cuadra de su hogar. Cuando lo dejaron en el patio de la institución educativa aprovechó que ningún docente lo estaba mirando e, ignorando el llamativo sube y baja con forma de cocodrilo, corrió con una velocidad inconmensurable para tan corta edad en dirección a su palacio sagrado. Tocando el timbre frenéticamente, dio concluida su misión de escape y entró gracias al ama de casa, una amiga de la familia que le sería de gran apoyo durante su travesía.

El pequeño se salió con la suya en ese momento ganando la pelea, pero con la guerra no tendría oportunidad. Recuerda que un día se encontraba en la sala donde su madre hablaba con su tía, esposa del tío de su padre, por lo que le parecía muy rara esa junta; nada tenían que ver una con la otra. Su mamá le hablaba a la invitada, aprovechando la presencia de su hijo, que cuando lo inscriba en otro jardín (también cercano a su casa) tomará confianza gracias a la afabilidad de las jardineras, los otros niños y demás.

El muchacho fue mermado de su sueño por el ama de casa días después, entreabriendo los ojos mientras la blanca luz de una mañana nubosa lo enfriaba y ponía alerta. Con sopesar se desprendió del revoltijo de sábanas de la cama de su madre en donde dormía y tomó la leche con sabor a chocolate que le había preparado antes de ir al trabajo. Lo bebió mientras miraba somnoliento a sus coloridos y queridos Power Rangers Tormenta Ninja en la televisión. Con algo de desilusión (pues justo era el capítulo donde se hacían presentes los Rangers malvados, algo nunca visto antes en las series de estos guerreros) apagó el artefacto y se vistió con el uniforme. Se aseó y caminó con el ama tras cerrar la puerta de su castillo.

Mientras caminaban, el ama lo veía sólido como una roca, pero por dentro el niño tenía un revoltijo de ideas. Ansiedad, duda, incertidumbre, nervios, miedo... quería llorar, pero recordaba esas palabras cuando nació: "Si quieres llorar, llora lejos".

El camino era corto, por lo que no habrían pasado ni tres minutos antes de encarar la puerta de la institución educativa. A diferencia de como muchos podrían imaginarse, su trayecto para dejar de ser un forastero y convertirse en un ciudadano casi oriundo del mundo en el que vivimos no empezó al poner un pie en el colegio, sino que fue cargado a la fuerza por una maestra de primaria (que a su vez tenía el encargo de portera) mientras inútilmente reproducía llantos y pataleos, como si estuviera compensando lo que al nacer no pudo.

Quisieron calmarlo, así que de la mano lo llevaron al patio, donde aún se encontraba el ama de casa. Lograron apaciguarlo y se adentró en el aula donde veintiséis ojos se depositaron en él. Detrás suyo estaba la profesora que lo condujo al centro del aula donde estaban sentados en el suelo los otros muchachos y muchachas. Por alguna extraña razón, no recuerda cómo exactamente, pero ("a lo mudo") se hicieron amigos.

Así empieza las desventuras de este pequeño héroe con todas sus letras, decidido a dejar llevar esa pesada cruz de forastero para, bueno, ya saben, convertirse en uno de nosotros.

Llora lejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora