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Son arrancadas las hojas del calendario hasta diciembre. El ya adulto joven no había vuelto a sus reminiscencias de su remota travesía escolar desde hacía meses, pero la magia de la Navidad hizo que lo haga otra vez.

Se encontraba, como todos los años, en la casa de la abuela con sus tíos, padres, abuelos y primos cuyos segundos nombres desconocía y no le interesaba conocer. Aburrido de jugar un aburrido videojuego móvil en su Tablet el cual había descargado antes de salir con el propósito de no aburrirse como todos los años rodeado de gente que le importaba un carajo, abrió la puerta del patio a tomar aire fresco. Se encontraba en la acera, sentado, mirando las casas alumbradas en la noche estrellada. Su colegio estaba cerca, así como las casas de dos chicas arcadienses. Sin algún ser querido cerca (querido de verdad) justo en Navidad comenzó otra clásica asamblea de recuerdos añejos.

El quinto año de secundaria finalizó de forma agridulce. Sus tíos y abuelos le fomentaban la clásica de "ya falta poco para que termines" que ya había escuchado mínimamente (y sin exagerar) noventa veces. Por otro lado, el Residente había estado reflexionando sus pensamientos que tuvo durante toda la secundaria, comenzando a cuestionarse a sí mismo. Se percató que varias ideas que veía como irrefutables y verídicas que en ese entonces reputaba podrían haber sido no tan ciertas; por ejemplo, en lugar de mandar al diablo todo lo relacionado a la escuela y el hecho de quedarse en casa en lugar de salir con amigos podría haber vivido esos momentos que ya no volverían.

En fin, así con dudas y demás termina el año escolar. De manera bizantina actúa en la ceremonia de graduación y, en convergencia con sus reflexiones previamente aludidas, no se despidió de forma pomposa de sus colegas como tradicionalmente se suele hacer.

Llega a su casa como siempre, como si hubiera ido a la casa de su tía. Se pone ropa cómoda y comienza a acomodar los juguetes de su repisa, algunos muy queridos, pues databan desde su puericia.

Termina el recuerdo, caminando en la fría y tenuemente alumbrada noche, viendo el colegio frente a sus ojos (sí, este estaba cerca a la casa de su abuela, su padre estudió ahí también en su juventud). Asimismo, observaba la sanguchería a donde los jóvenes de todos los grados, incluyendo la mayoría de sus amigos, iban en ceremonias y verbenas escolares nocturnas, mientras él solo los veía de paso mientras rondaba los lares hasta que lo recogiesen sus padres o hasta encontrar un rostro amigo; no era inseguro, era un antisocial en esos eventos, pero igual iba.

Vuelve a la casa de los padres de su padre pasados los diez minutos, se sienta en la sala con los demás, fingiendo escuchar las historias de los tíos, con las manos juntas y caídas, cuando realmente cavilaba su dura verdad y es que nunca había dejado de portar el título de "Forastero".

De hecho, ni siquiera sabía a ciencia cierta por qué diablos se autoproclamó "el Residente". Una persona de Sudamérica puede hacerse con una nacionalidad en Europa, pero eso no cambia el hecho de en dónde nació ni de dónde viene; la persona seguiría siendo sudamericana, pues un documento no puede cambiar ni el tiempo ni la realidad. Lo mismo sucedía con el Forastero, quien había acatado la orden al nacer y no había lloriqueado desde su infancia y solo "lloraba lejos", cuando nadie lo veía y rara vez; es más, había desarrollado una enfermedad llamada ojo seco, la cual consistía en la nimia producción de secreción lacrimal y lo hacía fotosensible; por ende, usaba lentes de sol en las mañanas, hasta que se acostumbrara a la luz. También en espacios con mucha iluminación y días soleados.

¿Era el "llorar lejos" una maldición que nunca hubo de ser escuchada? Pensaba que no, pues de no hacerlo, el Forastero la hubiera tenido aún más difícil, mostrando al mundo su verdadera calaña, el hecho de ser como un niño en cuerpo de adolescente. No era una maldición; sino, una salvación, claro que el ojo seco era un precio a pagar, peor lo veía muy injusto, el tener que pagar un precio alto para ser como los demás; ¿por qué él?, pero con la sabiduría antecedentemente nombrada sabía que quejarse y lamentarse no serviría de nada. Esa fue la vida que le tocó y ya.

Al foráneo se le cayó una breve lágrima, aun inmerso en su calibración, mas cuando se dio cuenta se le vino a la mente el repetitivo "si vas a llorar, llora lejos".

La verdad desconocía quién le podría haber dicho eso al nacer. ¿Su padre?, ¿su madre?, ¿el médico?, ¿la sociedad?, ¿la manifestación de todos los pobladores del mundo en que vivimos para que no estorbe y se adapte al lugar en que nació? No sabía ni conseguiría algo descubriéndolo, sería ilógico perder el tiempo si averiguar la respuesta nada le útil le traería, pero estaba agradecido en demasía por haber recibido la exhortación que facilitó su vida, aunque fuera un poco.

Llora lejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora