Capítulo 15.

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Tomás.

Julieta y sus padres vinieron a nuestra casa un día antes de que se fueran a Jujuy. Nuestras madres cocinaron juntas. No me sorprendía que se llevaran tan bien. Eran muy parecidas en algunas cosas. Lo que si me sorprendió fue cuán bien se llevaban mi padre y el señor Cazzuchelli. Ellos se sentaron en la sala, tomaron cerveza y hablaron sobre política. Digo, creo que más o menos sobre algunas cosas.

Julieta y yo nos fuimos al refugio. Por alguna razón, sentíamos esa sensación de despedida, pero no temporal; Si no que para siempre.

No creía que eso suceda.

Pero, tampoco lo sabía.

No estábamos realmente hablando. Creo que no sabíamos realmente qué decirle al otro. Y entonces tuve esta idea. Estaba jugando con mis muletas.

—Tu cuaderno de dibujo esta debajo de mi cama. ¿Podes traerlo por mí?

Julieta titubeó. Pero entonces aceptó.

Desapareció hasta la casa y esperé. Cuando regresó, me entregó el cuaderno.

—Tengo que confesar algo.— le dije.

—¿Qué?

—No lo miré. Ni siquiera lo ojeé.— no dijo nada. —¿Podemos verlo juntos?

No respondió nada, así que solo abrí el cuadernillo. El primer boceto era un autorretrato. Ella estaba leyendo un libro. El segundo era de su padre, quién también estaba leyendo. Y luego estaba otro autorretrato. Solo su rostro.

—Pareces triste en este.

—Tal vez estaba triste ese día.

—¿Estas triste ahora?

No contestó.

Cambié de hoja y me quedé mirando un retrato de mí. No dije nada. Ahí había cinco o seis bocetos que ella había hecho ese día cuando vino. Los estudié detenidamente.

No había nada descuidado sobre sus dibujos.

Nada descuidado.

Todas las cosas que sentía eran precisas, deliberadas y completas. Y aun así parecían ser tan espontáneas.

Julieta no dijo ni una palabra mientras yo veía. —Son honestos.— hablé.

—¿Honestos?

—Verdaderos y honestos. Vas a ser una gran artista algún día.

—Algún día.— me dijo. —Mira, no tenés que quedarte el cuadernillo.

—Me lo diste. Es mío.

Eso fue todo lo que dijimos. Entonces solo nos quedamos ahí sentados.

Realmente no nos dijimos adiós esa noche. No realmente. El señor Cazzuchelli me besó en la mejilla. Eso era lo suyo. La señora Cazzuchelli puso su mano en mi barbilla y levantó mi rostro. Me miró a los ojos como si quisiera recordarme lo que me dijo en el hospital.

Julieta me abrazó.

Le devolví el abrazo.

—Te veo en unos meses.— dije.

—Te voy a escribir.— contestó. —Cartas, porque me encanta escribir cartas.

Asentí. Dejó un beso sobre mi mejilla.
—Bien.

Sabía que lo haría. No estaba tan seguro de contestar sus cartas.

—¿Crees que nuestro amor nos va a llevar juntos?

TOMÁS Y JULIETA DESCUBREN LOS SECRETOS DEL UNIVERSO [CROAZZU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora