Capítulo cuatro

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Apenas atravesé las puertas del harem mis ojos chocaron con los de Karoma, ella me regaló una sonrisa de labios sellados. Me despedí brevemente de mis hermanas y les dije que nos encontrábamos luego, para ir juntas a la recepción del príncipe. Ellas continuaron su camino hasta sus aposentos, ya que, habían convenido arreglarse juntas.

-Por Hathor, qué alegría encontrarte aquí Karoma- llegué hasta donde ella y de la mano la arrastré hasta el tocador, donde enseguida me senté- El soberano adelantó el recibimiento del príncipe Moisés y la reina pidió que estuviera tan bella como la diosa Isis.

En mi rostro dibujé una sonrisa que dejaba ver la ansiedad que acumulaba en mi interior, por los ojos de Karoma podía jurar que ella lo notó, porque al igual que yo, en su rostro se abrió paso una sonrisa pero sus ojos mostraban atisbos de curiosidad.

-Claro princesa, quedará igual o más bella, pero ¿por qué esa repentina emoción por el banquete? Si mi memoria no falla, esta tarde la dejé muy nerviosa y descompuesta a causa de su participación especial en las danzas de recibimiento- las palabras de mi dama me habían hecho recordar aquello que por un segundo había olvidado gracias a la conversación con Bintanat y Nebettawy.

La inquietud se apoderaba de regreso de mi cuerpo, mientras ella retiraba mi peluca a la vez que me miraba por el espejo que mis manos sostenían. Pero nada hacía que mis deseos de verme deslumbrante para Moisés decayeran. Sin embargo, por otro lado no podía olvidar las palabras del faraón hoy en el desayuno y las expectativas que tenía por contemplarme bailar.

De un segundo a otro, Ra me iluminó y me trajo nuevamente al presente mientras recordaba las palabras de mi madre "confío en ti".

-¿Karoma, recuerdas aquella peluca que mi padre me obsequió hace dos años, en mi cumpleaños número 15? Aquella que fue una réplica de la que mi madre usó el día en que se comprometió con el dios rey- me giré en la banca del tocador y la observé directo a los ojos, con una mirada inquiriente.

-Sí... La de detalles en rubíes, pero creí que usaría la que la reina había sugerido que llevara- mi dama frunció el ceño confusa por mi repentina petición. Ella era más que conocedora de mi absoluta obediencia a mi madre, por lo que supuse que estaría muy confundida por mi pequeña rebeldía.

-Claro, esa era la que debía usar pero, pienso que a los soberanos les agradará este pequeño homenaje, además el vestido que seleccionó la señora de las dos coronas lucirá mucho mejor. Hazle caso a tu señora, ve y búscala- dije lo último con voz demandante para luego soltar una risita juguetona. Karoma y yo jugábamos con ese tipo de bromas, ya que, aun cuando yo era la hija mayor del faraón, princesa de Egipto, nuestra relación nunca había sido tan seria, sin embargo, mi dama siempre era muy respetuosa con su trato para conmigo.

Al cabo de unos minutos ya estaba lista, maquillada, vestida y enjoyada. Karoma me observó sonriente y satisfecha de su trabajo, ella puso el espejo frente a mis ojos y me sorprendí al ver mi reflejo; estaba radiante y me sentía más parecida a mi madre que a la diosa Isis, pero aquello no me disgustaba ni un poco, porque en mi interior era consciente que mi única competencia, dentro de palacio, por la atención de Moisés o Ramsés, era Nefertari, mi madre, la reina.

Me avergonzaba pensarlo, aun más admitirlo, temía por la balanza y el juicio que me esperaba en el mundo de los muertos, pero mis ansias por ser amada eran más que mi propia cordura.

Me encontraba practicando, cuando por la puerta del harem se dejaron ver dos jovencitas muy bellas; mis hermanas. Cada una era muy propia en su estilo y belleza particular, pero sin duda alguna, estaba claro que habíamos sido bendecidas en belleza por los dioses.

La Familia Real - Meritamón, Ramsés y NefertariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora