Capítulo 2: Volar lejos

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Harry despertó a la mañana siguiente y saltó de su pequeño catre, recordando que había sido invitado a comer panqueques con trocitos de chocolate. Nunca había tenido panqueques con trocitos de chocolate, pero cualquier cosa con chocolate tenía que ser buena. A decir verdad, nunca antes lo habían invitado a ningún lado. Tenía miedo de echarlo todo a perder, de no saber qué hacer, qué decir, de pensar que no sería lo suficientemente atento o amable. Decidiendo que no quería perder a su único amigo tan rápido, Harry rebuscó en los cajones de su cómoda de segunda mano para encontrar sus mejores ropas.
Después de vestirse, salió corriendo de su pequeña habitación sin ventanas que había servido a los dueños anteriores como un almacén, y corrió al baño. Se cepilló los dientes energéticamente. Luego pasó los siguientes quince minutos tratando valientemente de peinar su cabello y hacerlo lucir ordenado. Realmente no quería parecer un criminal. Tía Rose siempre decía que su cabello le hacía lucir como un rufián y que nadie quería ser visto con semejantes criaturas. Suspirando, vio cómo su cabello se levantaba una vez más y esperaba realmente que los Tomlinson no lo notaran.
Harry salió del baño y comenzó a bajar las escaleras antes de detenerse de nuevo. Regalos. Había olvidado los regalos. Desde la pequeña rejilla de metal en la puerta de su armario bajo las escaleras, había visto invitados llevar flores y botellas de algún tipo a sus tíos cuando iban a cenar. Harry rápidamente se apresuró a regresar a su habitación y se lanzó directamente al suelo, su pequeño brazo extendiéndose bajo su destartalada cama en busca de un conocido y enorme tarro de café que almacenaba sus tesoros. Rápidamente lo vació todo en el piso y comenzó a buscar. Sus dedos se movieron sobre una gran canica antes de continuar. Tocó la suave pluma de cardenal que había encontrado el invierno pasado y rápidamente pasó por encima de la fotografía de él cuando era un bebé. Finalmente, encontró algo que sabía sería perfecto para Louis, una pequeña piedra lisa y plateada con detalles azules que había encontrado a las orillas de un arroyo que había explorado un día el verano pasado. Le recordaba un poco a los ojos de Louis.
Dejando caer la piedra en su bolsillo, bajó corriendo las escaleras y se sorprendió al encontrar a tía Rose esperándolo al pie de ésta con una curiosa mochila en sus manos. Siguió mirando a la puerta de la cocina mientras empujaba la mochila en los brazos de Harry y siseaba:
—Recuerda lo que dije. ¡Y no vuelvas hasta mañana!.
Harry asintió y saltó el umbral, sin atreverse a creer que realmente era libre. Sin embargo, antes de dirigirse a la casa de los Tomlinson, vagó por el jardín trasero de la casa de los Brown, con la intención de recoger algunas flores para la señora Tomlinson. Harry todavía no había llegado al jardín trasero cuando recordó haber visto algunos puntitos de color particularmente llamativos en la esquina más alejada del jardín. Encontró lo que estaba buscando y se apresuró a recoger las flores de colores brillantes. Él amaba las plantas. Incluso había aprendido los nombres de muchas de ellas del horticultor que arreglaba el jardín de su antigua casa. Era amable e incluso le había dado a Harry algunos paquetes de semillas de vez en cuando.
Cuando Harry sintió que estaba preparado, trotó hacia la casa Tomlinson y se paró frente a la puerta. Estaba aterrorizado, se dio cuenta. Tomando una respiración profunda, movió la mochila hacia el hueco de su brazo y golpeó. En cuestión de segundos oyó lo que sonaba como una manada de búfalos corriendo por la casa solo para ser casi empujado hacia atrás cuando la puerta se abrió de golpe y Louis brincó hacia el porche.
La cara de Louis mostró una gran sonrisa.
—¡Está aquí! ¡Mamá, Harry está aquí! —comenzó a gritar mientras agarraba la mano libre de Harry.
Las cejas de Harry se alzaron hasta desaparecer debajo de su cabello y jadeó cuando Louis lo agarró y comenzó a arrastrarlo por la casa a una velocidad vertiginosa. Aferrarse a Louis era todo lo que Harry podía hacer para evitar caerse.
Jay se apartó de la cocina mientras Louis entraba con un desconcertado Harry dejándose arrastrar. Ella negó con la cabeza ligeramente y sonrió.
—Lou —, lo amonestó ligeramente, —no tan fuerte. El desayuno estará listo en unos minutos —, dijo.
Louis liberó la mano de Harry de su agarre mientras se arrastraba hacia la mesa, listo para sus panqueques. Esto dejó a Harry parado en el medio de la cocina, sosteniendo su mochila en el hueco de su brazo y el pequeño ramo de flores en su mano. Harry se mordió el labio inferior, sin saber qué hacer.
—Buenos días, Harry —, dijo Jay, lo que lo alivió de tener que comenzar la conversación.— Espero que estés hambriento. He hecho muchos panqueques.
El rostro de Harry se iluminó ante eso y dio un paso adelante. Le entregó las flores a la señora Malfoy e intentó recordar lo que los invitados siempre decían cuando llegaba a la casa de su tía y tío.
—Muchas gracias por invitarme —, comenzó formalmente, —son para usted—, dijo, agitando las flores.
Jay sonrió. Qué niño tan extraño, pensó. Tan formal y con una voz tan suave que hizo que quisiera agarrarlo y hacerle cosquillas hasta morir de la risa.
—Harry, son encantadoras —, dijo mientras tomaba las flores. —Gracias. Las hortensias son mis favoritas.
Los ojos de Harry se iluminaron.
—Esas son gorros de encaje —, dijo entusiasmado mientras señalaba la forma única de la hortensia. —Y pensé que le gustaría ese anís rojo que encontré. Añadí el pitto-spo-rum para abir-abri-a-bi-ga-rrar y darle un toque de verde —, dijo, orgulloso de conocer por casualidad la palabra abigarrar. Se acordó de uno los horticultores. Había elogiado la belleza abigarrante del pittosporum. Harry disfrutó de la forma en que sonó cuando lo dijo. Lo había practicado una y otra vez hasta que pudo decirlo correctamente.
—Sabes mucho sobre las plantas —Exclamó Jay, verdaderamente sorprendida de que estuviera tan bien informado como ella sobre el tema y feliz de haber encontrado algo que lo animaría a hablar. Harry ciertamente lucía como un niño recatado. Se volvió para buscar un jarrón para su pequeño ramo y preguntó: —¿Cómo aprendiste tanto? —Se sorprendió al darse cuenta, cuando dio la vuelta, que Harry tenía una expresión pensativa, casi cautelosa en su rostro.
—Paso un poco de tiempo al aire libre —, dijo en voz baja.— Trabajo, me gusta trabajar en el jardín —, dijo, enfatizando la palabra "gustar", como si lo recitara de memoria. Se encogió de hombros.— Me encantan plantas, —dijo genuinamente.
—¡Bueno, eso ciertamente explica tu ropa de juego! —Jay dijo alegremente mientras señalaba el atuendo de Harry, feliz de haber resuelto el pequeño misterio de su ropa deshilachada y demasiado grande. El niño obviamente quería sentirse cómodo y no quería ensuciar su mejor ropa mientras cavaba en el jardín. Jay tenía un guardarropa completo de "jardín" y era similar al de Harry.
—Err, sí —, dijo Harry mientras alisaba sus mejores pantalones tímidamente.
Louis, detestando el hecho de que lo ignoraban, golpeó su puño sobre la mesa y pidió sus panqueques.
—Mamá, nos gustarían nuestros panqueques ahora—, dijo Louis con un pequeño resoplido. —Harry, siéntate aquí —, exigió Louis mientras daba unas palmaditas en el asiento junto a él.
—¡Louis! — jay amonestó mientras traía todo a la mesa, excepto los panqueques. Harry saltó a su asiento y le sonrió a Louis, mientras empujaba la pequeña piedra plateada con detalles azules en la mano de su amigo.
—¡Wow! ¿Qué es esto? —Louis susurró emocionado mientras Jay se ocupaba de los últimos preparativos.
—Un regalo —, dijo Harry simplemente. —Ya sabes, para agradecerte por haberme invitado.
Louis giró la piedra una y otra vez en su mano, frunció el ceño con intensa concentración.
—¿De dónde la sacaste?
—La encontré el verano pasado. A las orillas de un arroyo detrás de la casa de los Brown.
La cabeza de Louis se levantó, sus ojos brillaron.
—¿Crees que es un tesoro? ¿Crees que un pirata lo dejó allí?.
Harry miró a Louis cuidadosamente antes de responder. No había conocido a su nuevo amigo por mucho tiempo, pero sabía que Louis estaba obsesionado con los tesoros escondidos y los piratas y otras cosas de fantasía. Harry no quería destruir eso, a pesar de que ya sabía que no existía un tesoro enterrado. No para él, al menos.
—¿Y bien, lo crees? —Louis preguntó.
Harry sonrió.
—Sí, tal vez —, dijo en un susurro. —Ahí, eh, hay un río no muy lejos de allí. Tal vez los piratas lo dejaron en el camino, antes de enterrar su tesoro.
Louis asintió con entusiasmo, su rabieta casi olvidada.
Por supuesto, el olor de los panqueques calientes podría haber logrado lo mismo, pensó Harry. Tan pronto como el plato estuvo sobre la mesa, Louis dejó caer la piedra en su bolsillo y atacó la bandeja de panqueques con gusto, arrojando tres, no, cuatro panqueques enormes y blandos en su plato junto a su tenedor. Harry vio como la señora Tomlinson se sentaba y tomaba con gracia dos panqueques para ella. Louis y su madre comenzaron a hablar sobre algo, dejando a Harry por su cuenta. No muy seguro de cuántos se le permitían comer, Harry se acercó vacilante y tomó un panqueque. Era bastante grande, en realidad. Sin estar seguro de qué hacer a continuación, observó a través del cabello rizado sobre su frente mientras Louis untaba mantequilla generosamente a todos sus panqueques antes de llenarlos con jarabe. La Sra. Tomlinson también sirvió un poco de jarabe en los suyos y comenzó a cortarlos en pequeños bocados mientras escuchaba a su hijo charlar sobre la señora Figg y sus sospechosos gatos.
Harry decidió que no debía pedir la mantequilla o el jarabe, ya que ninguno de los dos se le ofreció, y vacilante recogió su cuchillo y tenedor, tratando de hacerlos coincidir con los cortes limpios de la señora Malfoy. Echó un vistazo al pequeño panqueque moteado antes de finalmente tomar un bocado. ¡Oh, maravilloso! ¡El sabor era magnífico! Harry inconscientemente hizo un pequeño gemido de placer, haciendo que la charla se detuviera y Louis y Jay la miraran. Harry se congeló a la mitad. Claramente había hecho algo mal. Tragó con cuidado.
—¿Nunca has tenido panqueques con trocitos de chocolate antes, amor? —Preguntó Jay, divertida por la reacción de Harry.
Un profundo rubor se deslizó sobre las mejillas de Harry, tragó saliva, miró hacia abajo y negó con la cabeza temiendo que lo llevaran de vuelta a casa de inmediato.
—Son realmente buenos, ¿verdad? —Susurró Louis en el oído de Harry, el dulce olor a chocolate y jarabe en su aliento. —Mejor que un tesoro, creo.
Harry sonrió, contento de que su amigo y la Sra. Tomlinson no le tiraran de la oreja. No todavía, de todos modos.
Jay miró hacia el solitario panqueque sin jarabe de Harry.
—Sé que parece extraño, cariño, pero en realidad son bastante buenos con mantequilla y jarabe. Pruébalo —, dijo mientras movía el plato de mantequilla y el jarabe frente a Harry.
Harry asintió. Rápidamente untó con mantequilla lo que quedaba de su panqueque y vertió una generosa cantidad de jarabe sobre él antes de que la señora Tomlinson pudiera cambiar de opinión. El sabor era aún mejor. Él no podía creerlo. Disfrutó cada bocado de su panqueque, triste de ver que terminara. Luego tragó su leche, saboreando también cada trago. Cuando terminó, levantó la vista y vio que Louis había tomado dos panqueques más y se los estaba comiendo con mucho entusiasmo. Harry le sonrió a su amigo y descubrió que sus payasadas eran divertidas.
—Harry, ¿quieres un poco más? —Preguntó Jay, preocupada porque solo había comido un panqueque. Era un niño en crecimiento después de todo, y un panqueque no podía ser suficiente.
—Er, no, gracias —, dijo Harry en voz baja, con miedo de estar abusando. Luchando por recordar las reglas de etiqueta para después de la comida, Harry dejó cuidadosamente sus cubiertos y agradeció a la señora Tomlinson profundamente por la tan maravillosa comida.
Jay realmente no estaba segura de qué hacer con el niño frente a ella. Era tan serio y formal y... singular. Era tan tímido como un niño pequeño, pero tenía el porte de uno mucho más grande que Louis. Era ridículamente pequeño y delgado.
—Harry, ¿cuántos años tienes? —preguntó de repente. Había supuesto que era un poco más joven que Louis por su tamaño, pero ahora no estaba tan segura.
—Sí, Harry. ¿Qué edad tienes? —Preguntó Louis mientras chasqueaba los labios y se limpiaba las últimas migas de panqueques.
—Siete —, dijo Harry, —pero pronto cumpliré ocho —, agregó apresuradamente. Jay estaba sorprendida. Harry era solo unos meses más joven que su hijo. Qué fascinantes podían ser los niños, y tan diferentes, incluso a esa edad. Tal vez Harry estaba enfermo. Tal vez por eso comía tan poco. Sin duda explicaría su tamaño y su tez algo pálida. Tendría que vigilar las cosas para asegurarse de que Louis no lo presionara demasiado.
Harry fingió no darse cuenta de que la señora Tomlinson lo estaba estudiando.
—Harry, ¿estás seguro de que no te gustaría comer un poco más? Estás terriblemente delgado. Necesitamos poner carne en esos pequeños huesos.
Familiarizado con ese tipo de escrutinio, Harry decidió que era mejor asentar las bases ahora para las mentiras que eventualmente tendría que contar.
—Estoy bien, señora Tomlinson. Yo... yo simplemente no tengo hambre —, dijo Harry en voz baja. —Me enfermo mucho —, continuó, — y a veces debo perder muchos días de escuela.
—¿Estás... quiero decir... tiene un nombre... lo qué te hace enfermar, Harry? —Jay batalló, no del todo segura de cómo hacer su pregunta.
Harry se encogió de hombros y miró su plato. Había una migaja bastante grande en el lado izquierdo del plato que era difícil de ignorar.
—No sé, solo me pongo enfermo —, mintió. —Resfriados, gripe y esas cosas. Por lo general, solo estoy enfermo unos días —, murmuró.
Louis frunció el ceño. No le gustó que su niño, su Harry, se enfermara mucho. Estar enfermo no era divertido. Odiaba estar enfermo. Estar enfermo significaba tener que permanecer en la cama bajo demasiadas cobijas y tomarse una medicina asquerosa. Puso su pegajosa mano sobre el hombro de Harry.
—Te haré compañía cuando te enfermes, Harry. Podemos jugar tanto adentro como afuera —, dijo solemnemente.
—Sí —, dijo Jay, retomando las riendas y queriendo quitar la expresión triste que había recorrido la cara de Harry, —y te llevará helado de limón y sopa para que te sientas mejor. No hay nada de malo en enfermarte, Harry, les pasa a todos, solo que a ti te pasa más a menudo.
Harry la miró, su mirada de ojos verdes la sobresaltó por su intensidad. Jay casi jadeó.
—Sí, me pasa —, dijo suavemente antes de sacudir la cabeza y murmurar su agradecimiento. Al ver que todo el mundo había terminado con el desayuno, saltó de su asiento y comenzó a tomar los platos hacia el fregadero.
—¿Y qué cree que está haciendo, jovencito? —Jay dijo en broma, con la esperanza de eliminar el humor más bien sombrío que se había apoderado de la mesa del desayuno.
—Limpiar —, dijo Harry, desconcertado.
—¿Eres un niño muy educado, ¿verdad? —Jay dijo mientras se levantaba y tomaba los platos de las manos de Harry. —La limpieza de los platos no son cosas para niños pequeños, ahora ustedes dos vayan a relajarse y se diviértanse —, dijo con una sonrisa y una suave palmada en el trasero de Louis.
Louis agarró la mano de Harry una vez más y lo arrastró por la puerta trasera. —¡Vamos Harry! ¡Es hora de jugar!.
Los chicos pasaron todo el día jugando, cavando agujeros, haciendo mapas del tesoro y espiando a los gatos de la Sra. Figg. Harry hizo lo que Louis quería hacer. Esto, por supuesto, se adaptaba perfectamente a Louis. Y, en secreto, Louis estaba emocionado cada vez que podía hacer reír a Harry, o hacerlo correr, o hacer cualquier tontería. Cuando el sol comenzó a ponerse bajo en el cielo, la melodiosa voz de Jay Tomlinson llamó a los chicos a cenar. Harry comió todo lo que se atrevió, pero se dio cuenta de que la señora Tomlinson se estaba conteniendo a sí misma para no poner más comida en su plato.
—Louis, eres un desastre —, dijo, entretenida por su cabello revuelto y el anillo de salsa de espagueti alrededor de sus labios. Había manchas de suciedad en sus codos y la ropa. Harry, notó, estaba en el mismo estado, salvo por la salsa de espagueti. Comió pulcramente, casi con delicadeza. Parecía saborear su comida. —Creo que es hora de que ustedes dos, pequeños niños, tomen un baño y luego se vayan a la cama —, dijo con una ceja arqueada.
Louis suspiró, pero luego recordó que él y Harry podían jugar en el baño con sus crayones de jabón de colores y botes de cuerda.
—Vamos, Harry —, dijo Louis, agarrando la mano de Harry. —¡Podemos jugar a los piratas! Tengo muchos barcos para compartir.
Harry trató de zafarse de las manos de Louis.
—Adelante, ve primero. Ayudaré a tu madre con los platos.
Louis le dio a Harry una mirada extrañada.
—Pero tengo juguetes para el baño. ¿No quieres jugar?.
Harry respiró hondo. Definitivamente no podía tomar un baño con Louis. Aquello exigía demasiadas explicaciones, explicaciones que nunca, nunca, iba a dar si no fuese necesario. —No me gusta... Me baño solo —, dijo en voz baja.
Louis se encogió de hombros y soltó la mano de Harry. —Está bien—, claramente no perturbado por la declaración de Harry. —Te avisaré cuando haya terminado.
Harry dejó escapar un suspiro de alivio y asintió.
Harry vio como uno de los botes de Louis atravesaba la superficie jabonosa del agua del baño. Soltó una risita mientras giraba en círculos y golpeaba a otros pequeños botes fuera del camino. Esta fue de lejos la mejor parte del día. Por lo general, solo se le permitía una ducha breve y tibia por la noche, solo lo suficiente para lavar la suciedad, pero nunca lo suficiente como para sentirse limpio. Allí, había jugado con juguetes de baño y ya se había fregado dos veces, deleitándose con la sensación del agua tibia y el olor del jabón del tubo con dibujos brillantes.
—¡Harry! ¡Date prisa! ¡Tengo una sorpresa! —La voz de Louis fue amortiguada a través de la puerta, pero no menos entusiasta. Harry se estiró una vez más y salió cautelosamente de la bañera. La Sra. Tomlinson le había dado una enorme toalla esponjosa junto con un pijama que nunca había visto antes. Supuso que venían de la extraña mochila que tía Rose había arrojado en sus manos esa misma mañana. Después de secarse, Harry se miró a sí mismo críticamente. Los moretones no eran tan malos. Solo unos pocos, principalmente alrededor de sus brazos y otros pocos que ya estaban difuminados. Podría haberlos explicado, supuso. Pero no había querido. Había sido un día perfecto. No iba a dejar que nada estropeara eso. Harry se vistió rápidamente, sorprendido de que los pijamas fueran nuevos, de buena calidad y se ajustaran relativamente bien. Se sintió como si hubiera caído en otro mundo.
Sintiéndose adormecido por el largo día de juego, varias comidas buenas y un baño largo y tibio, Harry salió del baño ansioso, esperando dormir por una noche en una cama suave. Por lo tanto, fue con consternación que encontró que la habitación de Louis se había transformado en una especie de tienda hecha de mantas, sábanas, chales, sillas y una escoba colocada de forma creativa.
Una pequeña cabeza castaña asomó por detrás de la solapa de la "tienda de campaña".
—¡Harry, mira lo que mamá y yo hicimos! Es una tienda de campaña donde dormiremos esta noche. Podemos fingir que somos gitanos vagando por el mundo en busca de tesoros. ¿No es divertido?.
Harry miró con nostalgia la suave cama y suspiró. Después de pasar varios años en el pequeño cuarto del ático en la última casa de los Brown, no podía ver el atractivo de dormir en el piso dentro de un espacio pequeño y cerrado. Negó con la cabeza y sonrió suavemente a Louis.
—Suena divertido —, dijo.
Louis sonrió.
—Vamos, entonces —, dijo mientras volvía a la tienda, esperando a Harry.
Harry entró y encontró el pequeño espacio lleno de almohadas, sábanas, mantas, juguetes, libros y pequeñas antorchas. Incluso había una pequeña radio en la esquina reproduciendo algún tipo de música popular en tonos bajos. Sin embargo, de lejos, lo mejor eran las lucecitas colgadas al azar en el techo de la tienda. Era un hilo corto, solo lo suficiente para dar un poco de luz suave. Harry levantó la vista, paralizado.
—Mamá ayudó con esa parte, —admitió Louis, viendo a Harry mirando. Louis dio unas palmaditas en la línea de almohadas junto a las suyas. —Esa es tu cama. Mamá las hizo extra suaves—, dijo Louis mientras se acurrucaba bajo sus propias mantas.
Harry se acostó y encontró la pequeña almohada sorprendentemente cómoda. Las mantas eran suaves y cálidas, y pensó que podía ver el atractivo de la carpa. Por un momento, él no era Harry Styles, la ruina de la existencia de los Brown. Él era Harry, el gitano, vagando por el mundo con su amigo y camarada, Louis.
—¿Ya se han acomodado, chicos? —Llamó Jay desde la puerta.
—Sí, mamá.
—Sí, señora —, los chicos murmuraron en respuesta.
—Muy bien, dulce sueños, mi pequeño. Dulces sueños para ti también, Harry —. Con eso, Jay apagó las luces y cerró la puerta.
Harry se sonrojó. No podía recordar un momento en que le hubieran deseado dulces sueños. Se hundió más profundamente en su cama de almohadas, desesperado por aferrarse a esa pequeña fantasía todo el tiempo que fuese posible. Durante un largo rato, Harry miró las lucecitas y escuchó las tenues melodías de la radio. Estaba a punto de dormirse cuando la voz de Louis lo detuvo.
—Harry —, dijo Louis. —¿Aún estás despierto?.
—Sí.
—Me divertí mucho hoy.
—Yo también —, dijo Harry, concordando con él.
—Desearía que pudieras pasar todas las noches aquí.
—Yo también.
El silencio se extendió. Había un anuncio de pasta de dientes tocando en la radio en ese momento. Harry solo pudo distinguir el alegre jingle.
—¿Harry?.
—¿Hmm?.
Louis vaciló.
—¿Por qué vives con tus tíos?.
—Mi mamá y mi papá murieron cuando yo era pequeño —, dijo Harry en voz baja.
—Oh. ¿Los extrañas?.
Harry lo pensó. Nadie jamás le había preguntado aquello.
—Yo... no sé. Realmente no los conocía.
—Oh.
—Creo... Creo que extraño tener padres —, dijo Harry en voz baja, su mente repitiendo todas las cosas maravillosas que la señora Tomlinson había hecho por él en solo un día.
—Sí. —Louis se dio la vuelta y apoyó la cabeza en su mano. —¿Por qué tu tía siempre está tan enojada?
Harry palideció.
—No es tan mala —, dijo Harry evasivamente, esperando que Louis no hiciera más preguntas sobre sus parientes.
—Extraño a mi papá —, dijo Louis en voz baja. —Era un hombre valiente. Era el mejor. Odio que haya muerto. Los hombres malos lo mataron cuando intentó evitar que lastimaran a alguien.
Harry tragó saliva. Puede que no haya conocido a sus padres, pero entendió el dolor de su pérdida.
—Lo siento, Louis.
Louis olfateó un poco.
—Yo también. Por tus padres, quiero decir.
Hubo algún tipo de show de llamadas en la radio. Una pista de risa surgió a raudales cada pocos segundos, aunque lo que se suponía que era divertido se perdió en los bajos murmullos de la radio y la débil estática.
—Estoy contento de que seamos amigos, Harry. Podemos cuidarnos el uno al otro. Evitar mutuamente que nos pongamos tristes.
Harry asintió, esperando que Louis lo viera. Debió haberlo hecho, porque Louis sonrió alegremente antes de echarse hacia atrás y esconderse en sus mantas.
—Buenas noches, Harry.
—Noches, Louis.

The Little Pirate & The Lion |L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora