Recibo las nueve de la mañana como un guantazo sin venir a cuento, pero intento no desanimarme demasiado. Contemplo la habitación desde la cama, sacudo la cabeza y me levanto. Me voy de allí sin decir nada, a esa hora nadie, excepto el servicio, está despierto. Mis padres dicen que madrugar es para pobres que tienen que ir a servir a los señores, así que están durmiendo.
No desayuno, por mucho que insiste Antonia, la cocinera, que me tiene un aprecio especial. "Estás muy flaquita, niña, come un poco" se empeña en repetirme al menos cuatro veces, por mucho que le prometa que llevo dinero y desayunaré en alguna cafetería. Las calles silban mientras el viento les hace compañía, recorriendo sus esquinas, y mis pasos hacen rechinar las losetas viejas, pero las ignoro, subiendo el volumen, haciendo que los que están a mi alrededor logren escuchar la música que enfrascan mis auriculares. Llevo cosido a la comisura de los labios un cigarrillo que no enciendo, se me ha olvidado, estoy pensando en la manera en la que pensaba que perdía a Sara anoche, en cómo la miraba Tori, en cómo me miraba Nuria, y en la jodida forma que tiene mi pecho de encabritarse cuando pronuncio su nombre, oigo hablar de ella o escucho su voz. Sacudo la cabeza, me paro en seco, llevo las manos a mi cara y susurro "no, no puedo enamorarme de ella". Entonces es cuando advierto el cigarrillo que estaba en mis labios, y ahora se encuentra en el suelo. Lo recojo, colocándolo en su sitio, lo enciendo ocultando la llama del encendedor con mi otra mano y la cabeza ligeramente inclinada a la derecha. Y suena Marea... Marea, Que se joda el viento. Eso, que se joda el viento y su nostalgia, que no me importa lo que venga, que yo no me enamoro. Paso por en frente de una de las casas de la ciudad, y ahí está ella, la musa que sirve de inspiración a estas, la lujiria personificada, y yo a penas sé siquiera cómo se llama, pero sí mis ganas de hacerle lo que el erotismo aún no inventado, porque hasta a él le parece inadeacuado. De vez en cuando, me acerco ahí, a verla, como quien va al museo a ver obras, pero ella lleva toda esa belleza dentro, y yo deseaba desnudarla, porque me he dado cuenta de que a esa chica no puedo amarla, que edtá destinada a ser un amor de esos que se escapan de las manos justo cuando crees que lo tienes. Y justo entonces, se acerca las vayas.
-¡Eh, pelirroja! -Grita mientras corre por los jardines del establecimiento.
-Ehm... ¿Es a mí? -La miro sorprendida, no me esperaba tenerla tan cerca.
-¿Ves a otra pelirroja por aquí? -Sonrie y me pierdo en sus labios. -¿Cómo te llamas? Llevo tiempo viéndote venir y quedarte mirando.
-Oh, pues... Eva, me llamo Eva. ¿Y tú? -Decido preguntarle, extendiendo la mano através de las vayas.
-Soy Olivia. -Me responde, estrechándome la mano. -Quería preguntarte si saldrías esta noche al Gistep conmigo. ¿Puedes apuntar mi número?
-Pues claro, suelo ir por ahí. Deja que mire a ver si llevo algún bolígrafo. -Busco en mi mochila algo con lo que apuntar su número, y tras unos segundos de búsqueda que me parecen minutos, doy con un bolígrafo, sonrío, levanto mi manga y escribo "Olivia".
-Adelante, dicta. -Le digo, enseñándole el bolígrafo de color negro. Me dice su número y decidimos que hablaremos a la tarde para ultimar detalles. Aún no me lo creo. Voy hacia el café más cercano, con la música retumbando en los auriculares. Al llegar, pido un café, saco el móvil y apunto corriendo el número de la chica del pelo rizado con la que había estado fantaseando todo este tiempo. Decido no hablarle hasta pasado unas horas, me percato de que hay una vela encima de la mesa, y la enciendo. Entonces, me llaman al móvil. Es Raúl, un amigo mío con el que pillé algunas borracheras y un par de amarillos. Me pregunta que si quiero que nos veamos esta tarde, dice que tiene "material", pero, justo cuando voy a decirle que sí, recuerdo a Olivia, y tengo que negarlo. Cuando me doy cuenta estoy apurando los últimos sorbos del café, pago y me marcho del lugar. Camino del hospital, paso por un jardín lleno de flores, se me atoran en la memoría, recordándome a las excursiones a la sierra de cuando me iba con mi tío a pasear cerquita de ríos y bañarme en los embalses. Subo hasta la habitación de Sara, está dormida.
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Dulce introducción al caos.
RomanceComo cada sábado, ella se dedicaba a callejear por las calles de la ciudad empapada. Era su momento de desconexión, de comprar su cajetilla de cigarrillos y observar las cosas desde otra perspectiva. La perspectiva de las calles mojadas iluminadas p...