7:15 de la mañana. Una vez más abrir los ojos a ese infierno, en mi instituto de niñas repipis y monjas odiosas. Supongo que mis padres no me querían lo suficiente como para solo mandarme aquí, sino que también tenía que estar interna, como si de una cárcel se tratara. Me queda esperar a acabar ese curso y largarme de aquí de una vez por todas, pero de momento tengo que ponerme este maldito uniforme, bajar a desayunar y repasar para el examen de historia.
En el comedor todas me miran y cuchichean sobre mí. Las oigo decir "mírala, todos dicen que se drogaba y que la vieron tirándose una chica. Las bolleras son todas unas enfermas", cuando ellas mismas vienen a decirme que les encantaría pasarse por mi habitación y colarse en mis sábanas. Y eso únicamente las internas, las que no están aquí las veinticuatro horas del día aman esto, y buscan también calentar braguetas. Las he visto subirse la falda cuando yo pasaba por delante solo por buscar un rollo conmigo, por probar con una tía, y al ver que paso de ellas, lo intentan con más ganas.
También es cierto que alguna pasa de vez en cuando a bailar al compás de mis latidos en mi cama, para qué lo voy a negar, pero tarde o temprano sus padres se acaban enterando por cuchicheos, pero hay tanta bollera que no saben quién pudo ser la que se tiró a su pequeña e inocente niña.
Se me cae el mundo encima cuando toca entrar a clase, porque diez minutos de ella se van rezando a un "Dios salvador" que sacará sus almas impuras y pecaminosas de las llamas de un infierno del que yo, ni quiero, ni tengo que ser sacada. El examen de historia me golpea por todos lados, y veo a las chicas mordiendo la punta de los bolígrafos, y allí, al principio, está la única chica que no busca que pase por sus piernas, y supongo que por eso me parece la más sensata de todo este sitio.
Siempre sucede algo en clase de religión, siempre acabo fuera o a pique de que me echen del colegio, pero no caerá esa breva. Me siento siempre en el pupitre de atrás, a la derecha, al lado de la última ventana, me dedico a poner los pies sobre la mesa y escuchar algo, hoy toca AM de los Arctic Monkeys. Noto que una de las chicas empieza a encenderse como la pólvora gritando cosas como si tuviera razón, me quito un auricular y escucho lo que dice.
-Dios no debería darle ni una sola oportunidad a esa gente. ¿Gays? ¿Lesbianas? ¿Prostitutas? Ellos mismos se niegan a escucharlo, deberían pudrirse en el infierno. -Me hierve la sangre, es Ana. Esa chica es de las peores. Pongo de nuevo los pies en el suelo, me levanto y doy un golpe con ambas manos lo más fuerte que puedo.
-¡Mira, bonita, yo no necesito a nadie que me salve, soy mi propia diosa y estoy harta de escuchar toda esta sarta de mentiras y comeduras de cabeza! ¡Tu "DIOS" no me representa! ¡Nadie va a salvarte si no mueves un puto dedo por cuidar de tu jodido culo, y tu papá no va a estar para pagarte tus caprichos cuando pasen unos años! -Noto mis manos palpitar y me arde la cara, estoy roja de ira. No pienso, y acabo de tirar la mesa al suelo.
-¡Eva Soriano Burgos, fuera de mi clase! ¡No voy a permitir eso! -Ya saltó, el pingüino.
-¡Por supuesto que me voy! -Grito y echo mano al bolsillo, llevo las llaves de la habitación, que comparto con otras dos chicas que no son del todo insoportables. Atravieso un largo pasillo y me paro frente a una cámara no del todo bien colocada, enseño el dedo corazón saco la lengua, y con las mismas el anular, moviendo entre ellos la lengua todo lo rápido que puedo, que no es poco. Me doy la vuelta y me dirijo a mi habitación, cojo de entre la ropa un paquete de Ducados rubio y un mechero azul que le quité a la última chica con la que me acosté. Los echo al bolsillo y voy al patio superior esquivando cámaras que tuve que aprender de memoria con el vicio de fumar, yéndome a un ángulo muerto, lo único bonito de ese sitio, no hay cámaras y es un pequeño jardincito que da al exterior. Me escaparía por ahí si no estuviera a los suficientes metros del suelo como para poder matarme. Apoyada en la pared, me siento en el suelo, saco un cigarrillo y me lo coloco sobre los labios, cojo el mechero y lo enciendo, prendiendo ese anestésico placer que quiebra mis pulmones, tapando con la otra mano, que aún palpita y duele, la llama. Doy una honda calada, trago el humo y lo expulso. Justo entonces suena la campana del recreo, oigo gritar a las niñatas y a las monjas rezar. Me levanto dando otra calada, me acerco a el muro donde se ve la calle, me dejo el cigarrillo entre los labios, miro hacia arriba, y me quedo pensando, retrocedo tres pasos cogiendo carrerilla y tomo impulso, agarrándome a la parte de arriba con una mano, alzando la otra, hago presión y me ayudo para subir con los pies. Entonces, dejo estos colgando y veo la ciudad. "Tengo tantas ganas de salir de aquí..." susurro. Menos mal que es viernes. Me recojo el pelo en una coleta y me quedo observando al vacío, y como se mueven las nubes sobre mí, mientras termino con esa arma asesina cilíndrica que acorta mi vida, aunque me da igual, ya no me importa.

ESTÁS LEYENDO
Dulce introducción al caos.
RomanceComo cada sábado, ella se dedicaba a callejear por las calles de la ciudad empapada. Era su momento de desconexión, de comprar su cajetilla de cigarrillos y observar las cosas desde otra perspectiva. La perspectiva de las calles mojadas iluminadas p...