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«...No recuerdo el rostro de mi madre o el de mi padre. Todos mis recuerdos comienzan dentro de un frívolo y sucio orfanato. Donde el hombre que lo regía era víl y despiadado con nosotros.
Nos golpeaba de una u otra manera sin aparente razón, hasta dejarnos totalmente sangrados y con unas marcas que nos harán recordarlo toda una vida. Nos drogaba, nos inyectaba sedantes con tal de no sanarnos las heridas que él nos hacía. Nos dejaba curarnos por nuestra cuenta.

De vez en cuando, encontraba algunas gasas y vendas y me limpiaba como me era posible, tenía unas manos muy pequeñas y mi espalda estaba llena de dolorosos recuerdos.
La sensación de la droga recorriendo mi cuerpo día con día desde que tengo memoria, no era una sensación demasiado agradable para tan solo un niño.
Te volvía vulnerable, con el miedo a flor de piel con cualquier paso que escuchabas dirigirse a la habitación.

Nadie era amigo de nadie, no había un buen jardín en donde jugar. La comida era asquerosa, fría y probablemente, echada a perder. Con hambre, uno se comía hasta el último bocado, mi estómago es fuerte gracias a eso.

No entre a un preescolar y me cuestionaba el echo de ir a la escuela, solo quería salir de ahí aunque sea solo por unas pocas horas.
Una escuela pública y totalmente mala, ahí fue donde estudié mi primaria. No me molestaba en lo absoluto, tampoco tenía amigos y me esforzaba por tener buenas notas, con tal de pasar las tardes en la biblioteca.

Después la secundaria. Mi vida ahí fue buena y a la vez mala. Las mujeres me tenían miedo y los hombres buscaban peleas conmigo, muchas veces se las di y casi terminaban en el hospital. Era arisco y poco sensible, la única muestra de afecto que conocía eran las felicitaciones de mis profesores por mis buenas calificaciones.
Comencé a fumar, me relajaba aunque sea un poco. No me enorgullezco, pero incluso intenté meterme algo más fuerte en mi sistema: drogas.
Las dejé al poco tiempo, me daban malas sensaciones y yo quería solo olvidarlas. Por lo que solo seguí con el cigarrillo.

Gracias a mis grandiosas calificaciones, logré obtener una beca totalmente pagada en una preparatoria privada.
El hombre del orfanato, Jigen, siempre me dijo que mi vida no será nada y que probablemente terminaría muerto entre los quince años. Que no tendría un futuro brillante y me tenía que ir haciendo a la idea de que terminaría en la calle, pidiendo limosna y comiendo de las sobras de otros.
Me molestaba que pensara eso de mi, no era tonto. Así que cada vez que podía, le restregaba mis notas en la cara, posteriormente me volvía a golpear y repetir lo que siempre me decía.

𝐀𝐌𝐎𝐑 𝐂𝐔𝐋𝐏𝐎𝐒𝐎 • ᵏᵃʷᵃʰⁱᵐᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora