En la cárcel de lo manifiesto me he perdido, infestado de máquinas de hacer cerdos y de cerdos hacedores de máquinas, carniceros hambrientos y floreados, ribeteados en colores danzantes o cubiertos de hematomas. Como buen amante y mejor suicida, he decidido desvelarme, escondido tras una linterna, encerrandome en los susurros la habitación menguante, suplicando porque no hayan sido los susurros quienes me hayan encerrado. Mis dos ojos se abren en concreta cacofónia, y mi lengua mariposa hace gárgaras a la Luna. Ayer tuve una pesadilla. Llamaba y me contestaban que era muy tarde -yo contestaba que no me preocupaba- ella me decía que no le molestaba, y yo me emocionaba pero de mi boca abierta no salía sonido alguno, no salía emoción alguna, se quedaba colgada como los cuerpos inertes que se arriman con la soga al cuello sobre una viga, arrepentidos de haber sido paridos, arrojados como perros con el cráneo abierto he infestada de gusanos su mente aterrada. Mis dos ojos suspiran la extensión de mis manos, el límite no límite de la punta de mis dedos, la soga no soga que rodea mi cuello, la viga que es mía y no es mía como la mente del esquizofrénico, yo que no soy yo que soy el punto muerto de dos puntos que se conectan, la máquina de hacer cerdos preparando su numen de moledora de carne, las venas abiertas como pajarito con las alas extendidas, mi cuerpo temblando al compás de la música de lo escrito -la extensión de mis dedos en la punta del lápiz-; los dos puntos que se conectan y que me piden que me mate.