Lina siempre había amado la danza. Desde niña, se perdía en los movimientos, dejándose llevar por el ritmo y la melodía. Pero ahora, como coreógrafa en ascenso, enfrentaba un desafío: transmitir una historia a través de su danza. Sabía que la clave estaba en los relevos y cambios de formación, esas transiciones que podían elevar o destruir una pieza.