Todos necesitamos de un rincón en el que esconder nuestros pensamientos de medianoche. Esos que viene acompañados de la necesidad de llorar al menos un poco y el antojo de fumar un cigarrillo. Esos que se pasan bien con un poco de música y galletas. Esos que nos desbordan de emociones complicadas y abstractas que se conectan y se contradicen entre ellas mismas. Esos pensamientos que hacen que las madrugadas sean tan llevaderas como desastrosas. Esos pensamientos que nos hacen humanos.