Soy una niña feliz. Hoy, en el recreo de la escuela, una niña que pasaba por allí me dijo: “hola, soy Juana, ¿quieres tomar este jugo?”. Yo miré la taza verde en la que lo traía. Era un líquido negro y medio brillante. Por ser amable, le respondí: “bueno, sí, me lo tomo”. Me lo engullí, estaba rico. Cuando sonó el timbre para volver al salón, todos salimos despavoridos. Terminó la clase y me fui a casa. Pasaron unas horas y se fue haciendo de noche. Una vez en plena noche, me fui a acostar. Al día siguiente, mis piernas habían desaparecido y tenía patas de mosca. Cómo pude, salí corriendo hacia la puerta de la habitación de mi mamá. Se asustó mucho cuando vio mis ridículas patas. Ella trató de ayudarme, pero no pudo hacer nada. No sería muy inteligente sacarme una de las patas. Es que si me convierto en mosca, necesito seis. Mamá me compró un traje con piernas y así me fui a la escuela. La maestra se asombró muchísimo con mi vestimenta. Ahora, soy una niña feliz con patas de mosca. Mi cuento
