Capítulo 13 | Vergüenza

157 12 1
                                    

Mostrarme sobresaltado, intranquilo e inevitablemente nervioso, no era, desde luego, algo que pudiera usar a mi favor ante una situación inesperada como esa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mostrarme sobresaltado, intranquilo e inevitablemente nervioso, no era, desde luego, algo que pudiera usar a mi favor ante una situación inesperada como esa. Mucho menos mi evidente intento por ocultar lo que se encontraba detrás de mí, dando la impresión de que se trataba de algo grave o prohibido. Estaba consciente de que mi reacción terminaría por evidenciarme y estaba presta a tergiversaciones. Si no era por el sudor que empezaba a deslizarse por mis sienes, entonces mi evasiva mirada iba a acabar por delatarme de que algo sucedía.

Podía sonar quizá exagerado, pero yo en ciertos temas soy muy reservado. Escenarios como esos jamás se cruzaron por mi cabeza y, sin embargo, Dasha me había descubierto. Había visto que pretendía poner a lavar los bóxers con los que estaba, para así tenerlos de repuesto y colocármelos cuando secaran, eso debido a que los que traía encima todavía se encontraban húmedos tras haber caído a la piscina.

Gracias a ella, por cierto.

Qué vergüenza.

Permanecí quieto, totalmente avergonzado por la posibilidad de que hubiera visto lo que pensaba meter al interior de la lavadora; me encontraba tan atizado y desconcertado, que mi mente me transportó en el tiempo, a unos años atrás, el día en que me sentí igual de turbado cuando mi madre no dejaba de aplaudir, hacer barras y gritar con euforia mi nombre durante mi graduación del internado llamando la atención de los demás. En ese momento me sentí así o peor y no tuve más remedio que fingir una sonrisa ante el camarógrafo profesional que nos apuntaba con el lente a toda mi promoción y a mí, pues no quería ser captado con el ceño fruncido o alguna cara rara y aparecer así en el álbum de fotos eternamente.

Estando en una situación parecida en medio del cuarto de lavandería, en el que sentía mucha turbación y aún más vergüenza por tratarse de una chica, no encontré qué hacer o decir.

Había pasado ya un rato desde que estaba ahí perdiendo el tiempo porque, debido a que nunca en mi vida había manipulado una máquina como esa, me costó mucho trabajo lograr que estuviera lista para operar.

En Sansbern no tuve que preocuparme por que mi ropa necesitara ser lavada con urgencia ni una sola vez; tan solo tenía que dejarla en el cesto correspondiente y al siguiente día aparecía limpia, planchada y colgada de nuevo en el enorme clóset de mi habitación. Lujos a los que había renunciado momentáneamente.

Tratar de ser independiente tenía sus sacrificios. Y también sus consecuencias; en mi caso: la presencia de esa chiquilla loca a todas horas del día.

Se suponía que al estar en ese lugar y a esas horas, no me cruzaría con ella y estaría libre de cualquier comentario burlesco suyo, obvio que no pensé que se le ocurriría aparecerse de la nada. ¿Será que había ido siguiéndome tan solo para jugarme una broma? Tratándose de ella, todo era posible.

Reparé en su aspecto desgarbado, en su rostro infantil y molesto, y en toda su imagen en general; así es como noté que algo no cuadraba del todo en ella. Además de estar de pie frente a mí, me pareció percibir que se sentía igual de nerviosa o avergonzada que yo, lo cual me sorprendió al tratarse de... bueno, ella, pero entonces su expresión se transformó. La mirada de indiferencia que siempre me había dedicado se acentuó en su rostro. Cruzándose de brazos, se apoyó en el marco de la entrada y me observó.

Ella (no) es una señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora