Capítulo 4 | Tormento

195 27 6
                                    

Siempre dicen que para todo hay una primera vez, sea cual sea el tema en cuestión

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Siempre dicen que para todo hay una primera vez, sea cual sea el tema en cuestión. No importa el momento ni el lugar, cualquier cosa puede suceder cuando, como yo, la gente empieza a pensar con más positivismo que antes y a ver la vida de un color menos gris. En mi caso, esa era la primera vez que alguien me pedía dinero prestado; y también era la primera vez que una niña como esa pelirroja lograba sorprenderme por lo irreverente que era.

Tras escucharla, mi mente se encargó de maquinar diferentes respuestas que podía darle a su desvergonzada pregunta de pedirme dinero después de todas las desgracias que tuve que atravesar desde que se cruzó en mi camino; por un segundo pensé que o se trataba de una broma de muy mal gusto de su parte o iba en serio. Por su expresión anhelosa y expectante, sospeché que se trataba de lo segundo. Ella me estaba mirando con ilusión, sin sospechar mis pensamientos.

Solté una risa sarcástica al notar que iba en serio.

Era inconcebible. Todas mis posibles respuestas a su pedido se resumían a una sola, perfecta e impetuosa negativa.

¿Por qué habría de ceder ante su petición?

No la conocía (ni quería hacerlo).

Ni siquiera sabía su nombre (ni tampoco quería saberlo).

Nada me aseguraba que ella me iba a devolver lo prestado en el hipotético caso de que aceptara ser su acreedor. Incluso considerándolo por un segundo, mi situación económica no distaba mucho de la suya. Lo poco que me quedaba de efectivo tenía que durarme por varios días.

Ya había sido demasiado misericordioso al no cobrarle lo que gasté en la tienda —que, por cierto, terminó bajo las llantas de varios carros gracias a ella—; y también al salvarla, por más que no quería hacerlo y me hubiera visto después en la obligación de llevarla conmigo.

Cada nuevo recuerdo que evocaba sobre ella me convencía más de que no estaba tomando la decisión equivocada. No merecía siquiera que lo considerase.

Por ello, utilicé un tono sarcástico al responder, que, al parecer, ella no notó.

—Por supuesto.

—¿En serio? —Me miró esperanzada.

—No.

Continué con mi camino sin decir algo más. No lograba entender cómo una persona podía pedirle dinero prestado a un total desconocido como lo era yo para ella. ¿O es que lo hacía porque era una niña que ignoraba qué cosas debía y no debía hacer? Pues estaba claro que lo único que tenía de niña era la cara, mas no el carácter.

—Pero prometo pagarte hasta el último centavo —me aseguró, caminando detrás de mí—. Tienes mi palabra de que no te arrepentirás de prestarme dinero.

—Ya me estoy arrepintiendo sin siquiera haberlo hecho.

¿Desde cuándo me había vuelto tan cortante? No suelo comportarme así con las personas, pero esa chiquilla lograba ponerme de mal humor y sacar lo peor de mí sin siquiera esforzarse.

Ella (no) es una señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora