Capítulo 1 | Incidente

649 41 30
                                    

Huir de casa como si me estuviera escapando de la escena de un crimen al ser descubierto in fraganti, nunca se vería como algo maduro de mi parte, pero lo hice

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Huir de casa como si me estuviera escapando de la escena de un crimen al ser descubierto in fraganti, nunca se vería como algo maduro de mi parte, pero lo hice.

Huí de casa sin dinero ni ropa extra.

Atención al «extra», al menos estaba vestido.

Pero desde no contar con dinero ya era un mal comienzo.

A pesar de lo estúpido que había sido por no pensar en ese importantísimo detalle, tuve la oportunidad de llevarme mi camioneta para evitar que los hombres de mi padre me alcanzaran. Con ayuda de ella, me escabullí por entre las estrechas calles aledañas con el fin de alejarme lo más que pudiera de la prisión en la que mi casa se había convertido sin yo darme cuenta.

Luego, conduje sin rumbo fijo por casi media hora, ya que no tenía a dónde ir y tampoco tuve en cuenta ese detalle.

Salí de casa de esa manera tan precipitada porque cada vez que mi padre se ponía de mal humor, lo mejor era estar lo más lejos posible. El hecho de que se hubiera enterado de que pensaba faltar a la facultad una semana y tomarme unas breves vacaciones, era para él lo equivalente a cometer un crimen.

Mantenerme alejado en ocasiones como esas, se consideraba la mejor opción. Es algo que aprendí con el paso de los años, y no solo yo, pues incluso mis amistades cercanas conocen su especial temperamento.

Amistades.

Era el momento perfecto para molestar a la persona que siempre me pedía que no lo molestara si se trataba de temas triviales.

Detalles que se podían obviar de vez en cuando.

Comprobé por el espejo retrovisor que nadie me estuviera siguiendo antes de bajar el volumen a la música que sonaba en el interior del Ford para poder hacer una llamada. Me coloqué el auricular y marqué el número escogido desde la pantalla táctil. Una vez que lo hice, se oyeron cuatro pitidos seguidos que indicaban que mi receptor aún no se dignaba a contestarme.

¿Estaba ignorando mi llamada? No podía hacerlo.

Me detuve en una calle un segundo para poder cerciorarme de que había marcado el número correcto. Comprobé que, en efecto, era su número. ¿Estaría en clase? Supuse que, si era así, no debía interrumpir...

Me encogí de hombros y volví a marcarle. Ser considerado no se me estaba dando tan bien últimamente.

—¿Kev? —Charles, aquel que considero un hermano, me respondió la llamada, un poco sorprendido de que le hubiera marcado cuando prometí darle espacio para que se concentrara en sus estudios, luego de que este argumentara que siempre solía distraerlo.

Iba a empezar sus exámenes.

Como siempre he dicho, al diamante con todo eso.

—Hola, amigo —saludé con inocencia—. Tanto tiempo sin escucharte.

Ella (no) es una señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora