Capítulo 12 | Preludio

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Después de darse un baño y vestirse con ropa ajena, misma que encontró en el ropero de su habitación, vi a Dasha bajar las escaleras y acercarse con prisa hasta la mesa con intenciones de calentar la comida que le había llevado

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Después de darse un baño y vestirse con ropa ajena, misma que encontró en el ropero de su habitación, vi a Dasha bajar las escaleras y acercarse con prisa hasta la mesa con intenciones de calentar la comida que le había llevado. Me tomé un momento para evaluar su aspecto. Tras hacer un desorden monumental en busca de algo que se ajustara a su gusto personal, había terminado eligiendo unos pantalones deportivos que casi se le caían por la diferencia de tamaño entre ella y Charles —razón por la cual llevaba atada a la cintura una camiseta de mangas largas para evitarlo— y una polera remangada, que también le quedaba muy grande.

En conclusión, se veía rara, rozando lo gracioso.

Sin molestarse en agradecerme por los alimentos a su disposición, pasó por mi lado y encendió el horno microondas. Esperó unos minutos a que se calentara lo suficiente, luego sacó la caja y cogió los palillos.

Parecía, realmente, bastante impaciente.

Cuando tuvo todo listo, se dirigió a la mesa que hay en el interior de la cocina y, acomodándose con todo lo necesario, soltó una extraña palabra en otro idioma antes de empezar a comer con denuedo. Era muy rara cuando se lo proponía.

¿Acababa de hablar en japonés? No se lo iba a cuestionar, desde luego.

Me distrajo el hecho de ver que, dado que estaba ansiosa, sufría un poco intentando usar de manera correcta los palillos chinos. Por un segundo me compadecí de ella, pues hace unos años atrás yo tenía el mismo problema. La señora Fang Xin se había encargado de enseñarme a sostenerlos sin entrar en crisis o desesperarme, porque en muchas ocasiones estuve a punto de partirlos en dos a causa de la impotencia. Sabiendo que Dasha solía tener mal humor siempre, no dudaba de que esos palillos acabarían así.

—Ah, maldita sea —rezongó cuando se le cayeron los pocos arroces que había logrado sostener tras mucho esfuerzo por cuarta vez—. ¡Maldición!

Yo la observé, apoyado en la pared, con ganas de reírme un rato más de sus expresiones. Pensé en ayudarla cuando terminara de divertirme por la escena lo suficiente, pero claro que, a diferencia de mí, la paciencia de Dasha se medía en segundos.

Ella no esperó más. Exasperada, terminó partiendo los palillos y arrojándolos a un lado. Luego, se levantó enfurruñada dirigiéndose a una de las alacenas, de las que sacó un tenedor. Ni siquiera se dignó a enjuagarlo o molestarse en limpiarlo por si las dudas, sino que lo enterró en el interior de la caja sin miramientos y comenzó a degustar lo que la señora Fang había sugerido para ella.

El platillo consistía en arroz chino acompañado de fideos, verduras, pollo y una salsa muy deliciosa.

La presencia distaba bastante de la presentación de aquella pasta con pollo. En contraposición a eso, tan solo con el olor de la comida china uno se podía hacer una idea de lo mucho que valía la pena probarla. Dasha no era la excepción cuando se trataba de comida, ni qué decir, se estaba devorando el contenido con gran entusiasmo; incluso me pareció notar que la disfrutaba más que aquel platillo callejero que el día anterior se había embutido con tanto gusto.

Ella (no) es una señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora