Una adolescente de 18 años se encontraba mirando a través de la diminuta ventana de aquella insulsa habitación. No se podía apreciar el exterior con claridad, ya que los oxidados barrotes dificultaban mucho el divisar el paisaje.
A pesar de esto, ella no desistía en observar. Después de todo, no había más opciones para entretenerse entre las blancas paredes de ese centro psiquiátrico.
Sentía que la cabeza le iba a estallar, se estaba muy agobiada. No tener nada para acabar con su malestar solo la hacía ponerse más nerviosa. Había tratado de calmarse mirando el paisaje, pero era un esfuerzo sinsentido.
Cuando su nerviosismo aumentó, empezó a apretar las manos, enterrando sus uñas y dedos en ellas.
Esto provocó la aparición de unas gotas de sangre, que comenzaron a arrastrarse por su piel hasta caer al suelo por la fuerza de la gravedad.
Las voces de los recuerdos comenzaron, iniciando así un episodio psicótico más. Escuchaba voces y ruidos por todas partes, no se detenían, hiciera lo que hiciera.
Se le humedecieron los ojos y a los segundos lágrimas ya se deslizaban por sus pálidas mejillas. La muchacha se tiró al suelo y comenzó a llorar más fuerte que antes y sobretodo, a gritar.
Gritaba con tanta fuerza que no tardó en alertar a las enfermeras más cercanas a su habitación, las cuales no esperaron ni un segundo para ir a socorrer a la joven.
Pero ella ya no era consciente de nada y los pasos que se oían en el presente se mezclaban con los del pasado.
-¡María! -oyó en su mente y en sus oídos, antes de perder el conocimiento.