4 No sienta nada bien

5 1 0
                                    

Después de ver el mensaje de Rubén el viernes, me costó mucho coger el sueño, aparte de que hacía un calor horrible esa noche, también era, porque hacía tanto que no me pasaban tantas cosas en un día, que lo que ese viernes me pasó me estuvo grande.

No me podría creer que ella estuviera aquí, al fin y al cabo, a él no lo vi, pero ella..., a ella sí que la vi. ¿Y el mensaje de Rubén? Al final María tenía una razón de grande como un templo, pero esto nunca se lo diré porque si no ya es lo que nos faltaba en el grupo, tener a la bruja María diciendo lo sabía dos semanas.

Al final me acabe durmiendo agotada de tanto pensamiento, que si los chinos y la reunión que tendría que solucionar; que si Rubén y su fotito; luego por otro lado Jesús, que sabía perfectamente que algo rondaba por mi cabeza; y lo más gordo, ella. Acabé durmiéndome a las dos de la mañana, y tal era mi manía, que acabé soñando como las otras veces.

Todo empezaba como siempre, una habitación blanca en la que entraba mucha luz, era un día cualquiera y lo primero que notaba eran sus dedos recorriendo mi espalda desnuda, me estaba escribiendo palabras y yo las tenía que adivinar, y notaba besos de vez en cuando en mis brazos o por mi cuello y a mí me entraba la risa y me giraba para mirarlo, y lo primero que veía eran sus ojos, esos ojos color caramelo que me encantaban tanto, ese pelo despeinado que me encantaba acariciar todas las mañanas que estaba conmigo en la cama, pero cuando sonreía, el mundo se me paraba, porque esa sonrisa era inolvidable.

Me desperté en mi cama sudando a chorros y asustadiza. Hacía tanto tiempo que no tenía esos sueños que ya ni me acordaba de que se sentía cuando los tenía. Miré el reloj que tenía en la mesita de noche al lado derecho de la cama, y vi que eran las once de la mañana. Me levante tras un buen rato intentando recobrar los pensamientos al ahora. La escena de ver a mi hermano en la cocina en calzoncillos del monstruo de las galletas era rara al poco de mudarse al piso, pero ahora, al tiempo de llevar viviendo aquí unos tres años, ya era una escena de lo más natural. Nunca te podías llegar a imaginar que un chico de veintinueve años que siempre va enfundado en trajes, llevara debajo piezas de ropa interior de dibujos, pero así era Jesús, un niño atrapado a veces por el cuerpo de un hombre.

Mis hermanos eran gemelos, y eran igualitos, lo único que una era una chica y otro un chico, si no, pasarían por ser la misma persona en un montón de sitios. Habían salido como a mis padres, cada uno se parecía a cada progenitor y tenía las maneras del otro. En cambio, ahí estaba yo, que no me parecía a ninguno de los cuatro, pero mi padre siempre me ha dicho que soy igualita a su hermana Emilia, que falleció en un accidente de tráfico cuando tenía treinta y tres años. Me llevo con mis hermanos dos años; yo fui la hija que vino de rebote en esta familia.

-Como papá te vea, te quita el puesto de jefe de planta. -Le dije a Jesús apoyada en el marco de la puerta de la cocina.

-Tu calla, que anoche te dejaste las cosas sin fregar y ahora me toca a mi hacer todo el trabajo como siempre. -Me dijo Jesús afanado mientras fregaba los platos de la cena de la noche anterior. Los sábados y domingos nosotros teníamos que limpiar el piso, porque los demás días de la semana venía una mujer que se llamaba Julia a limpiarnos la casa un par de horas todos los días.

-¿Hay café?

-¿Me ves con cara de preparar el desayuno también? -Me dijo mientras se daba la vuelta para mirarme con el estropajo en la mano. Y no lo pude evitar. Se me escapó la risa, y él se me quedo mirando una ceja arqueada.

-Vale, vale. Me voy para que sigas limpiando. -Le dije con un poco de sorna.

-Si, si, huye como la cobarde que eres. -Me dijo mientras me metía en mi habitación.

Los ojos de CarlotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora