5 Conociendo a Mireia

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Mireia al igual que nosotras no sabía lo que estaba por venir. Había sido un gran apoyo para mi cuando todo pasó. A Mireia la conocimos un día que María y yo salimos una noche a tomar algo en nuestra época universitaria, ella estaba trabajando de camarera en ese bar porque se había venido a la ciudad a hacer sus estudios de empresariales en la universidad complutense. En el instituto había conseguido una beca, pero aún así no le llegaba para poder vivir aquí, por lo que en cuanto llegó se puso a buscar trabajo como loca.

Mireia era la envidia del grupo, era rubia, guapa, por no decir la más guapa de las cuatro, y sus ojos azules eran su punto fuerte. ¿Pretendientes?, un montón; ¿novios? ni uno. Mireia era a la que atraía todas las miradas de los chicos, pero ella decía que no podía perder el tiempo en líos amorosos porque tenía que aprovechar el tiempo al máximo en el trabajo para no volver a su pueblo.

Ay el dichoso pueblo, ese que le había visto crecer de cerca. Salió de allí cuando tenía 18 años con la excusa de la universidad, y lo que ella quería en verdad era salir corriendo para poder ver mundo. Aunque le encantaría recorrerlo como Willy Fog nunca había salido de Madrid, le daba miedo decir en el trabajo que si le podían dar días libres para irse unos días de relax con sus amigas; había veces que pensábamos que estaba con alguien del trabajo, pero lo que en realidad le daba pavor era quedarse sin trabajo y volver a casa con sus padres. Ella no quería eso.

Cuando Mireia se despidió de nosotras el viernes en la Dorada, se fue a la oficina corriendo, porque temía que su jefe le echara en cara que se escaqueaba cada vez que tenía ocasión. Ella, que siempre se quedaba de las últimas en salir todos los días en la oficina, era la misma a la que su jefe tenía entre ceja y ceja. Todos los días miles de papeles que arreglar y ningún día que su jefe estuviera contento con el trabajo que hacía. Miró el reloj justo cuando entraba en la oficina y vio que le sobraban diez minutos antes de la hora para entrar al trabajo después de la comida. Antes si quiera de sentarse en su mesa, su jefe salió del despacho y ella, como no, se esperaba verlo con la cara de enfado con la que salió.

-Sánchez vuelves a llegar tarde. -Mireia levantó la mirada y se quedó observándole. -El lunes no esperes salir a comer, y por cierto esta tarde tendrás que arreglar los documentos para la reunión que hay a primera hora del lunes. -Le dijo mientras le dejaba unas carpetas encima de su mesa y se marchaba camino de los ascensores.

Mireia le quitó la mirada y la bajo a las carpetas que su jefe acababa de dejar en su mesa; en ese momento no sabía si mandarlo a darse un paseo o si respirar hondo y asumir que su vida tendría que ser así si no quería quedarse el resto de sus días en su pueblo.

Acabó todo el trabajo a las nueve de la noche, la segunda noche que se volvía a quedar hasta esa hora esa semana, menos mal que por fin era viernes y no tendría que ver a su jefe en todo el fin de semana. Apagó y cogió sus cosas y se dirigió a los ascensores. Su móvil empezó a sonar y vio que era María la que la estaba llamando. No le dio tiempo a cogérselo y la otra, como es tan ansiosa, le mandó un mensaje.

Fijaros que en pleno julio en Madrid hace mucho calor, pero aquel mensaje la dejó muy helada, tanto que le duro todo el fin de semana. Mireia era otra que lo sabía, sabía lo que estaba por venir, y por eso no contesto a mis mensajes como María y Cova en todo el fin de semana.

Mireia, eres muy buena amiga, pero ¿realmente te conozco?

Los ojos de CarlotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora