Cuando me fui de la Dorada María miró su móvil, porque cuando estamos todas juntas tenemos como norma dejar el móvil de lado, al menos que cuando sea necesario. En su móvil había un mensaje, un único mensaje que había estado esperando todo el día: ''Ya estoy en Madrid''. Lo había recibido a las tres y dieciocho minutos, había pasado una hora exacta desde que lo había recibido. Hora en la que ninguna de sus amigas se había puesto de acuerdo para pasar un verano juntas, una hora en la que yo había salido escopetada. Guardó el teléfono en su bolso sin haber contestado al mensaje, se levantó de la mesa y fue a la barra a pagarle a Eduardo.
-¿Qué te cobro guapa? -le contestó Eduardo de lo más descarado que hay en el mundo.
-El frapuchino, y gracias por lo de guapa pero no eres mi tipo -le dijo de tan mala gana María a Eduardo que este se lo tomo un poco, por no decir bastante mal. María era así, un momento te puede estar achuchando como si el mundo se fuera a acabar y al segundo ser una persona muy fría, cosa que nos hacía idénticas.
-Oye María, yo no tengo culpa de tus males.
-Sí, claro, debe de ser eso -le contestó ya encaminándose a la puerta. Y es que en ese mismo momento sus males tenían dos piernas eternas, un cuerpazo que mas de una vez había arrancado muchos suspiros y una cara ..., que cara.
María era mi amiga desde que nuestras madres lo decidieron, y nunca nos habíamos traicionado más de lo estricto y sabía los problemas que este tema nos traería a las dos, pero yo no podía obligarle a que no se juntara con personas de mi pasado, porque eso es lo que son ¿verdad?. Se a la perfección las cosas que a María le gustan y las que no, se que fibras tocarle y cuales son intocables, se que personas le gustan en este mundo y cuales no,... eramos lo que hasta nosotras mismas le habíamos puesto nombre: hermanas de sangre pero sin serlo.
Perdóname Lucía, pero ni contigo tenía este vínculo por muy bien que nos lleváramos.
Sé que María aquella tarde se fue derecha a su casa cuando salió de la Dorada porque ella me lo contó, pero lo que no sabía era que se hartó a llorar por olvidar la promesa que tenía conmigo. De camino al parking donde tenía el coche iba pensando en lo idiota y bocazas que era, pero querida María esas cosas son inevitables entre nosotras y más en el punto en el que tu te encontrabas. Cuando llegó a su casa eran a penas las seis de la tarde, se puso el pijama y se fue a dormir. Me confesó que la culpa (de algo que no se podía evitar) le comió esa tarde y no podía más.
A parte de ser mi mejor amiga, María era una rompe corazones, por mucho que ella considerara siempre que le habían roto el corazón. En cada viaje que tenía por trabajo me decía que se había enamorado de alguien nuevo, como en aquella vez que viajó a Milán a cubrir un reportaje de la pasarela, llegó a España enamoradísima de un italiano (y pedazo italiano). Le duró el capricho de italiano dos días, los que tardó en liarse con Kike, el nuevo chico que entró en la editorial. Solo había tenido una pareja estable, la traía loquita aquella relación. Ojalá y no hubiéramos pasado los tiempos aquellos ninguna de las dos. Pobres inocentes.
María era una persona que medía un metro sesenta y siete, tenía estilo a la hora de vestir, porque como ella decía ''leer los comentarios de las revistas ayuda a vestir bien'', tenía el pelo color castaño claro y una melena densa y siempre lisa, unos ojazos marrones claros que hacían de una mirada hipnotizadora (y aún decía que ojala y tener mis ojos), su boca era pequeña pero tenía unos labios por los que pongo las manos en el fuego que mas de un hombre se los ha querido devorar, su nariz hacía que su cara pareciera más perfecta de lo que ya era, la tenía recta y sumamente perfecta. Su complexión corporal era la de una tía que estaba buena, y no lo decía yo, lo decía hasta mi cuñado Manuel, que en mas de una ocasión se había llevado una colleja de mi hermana Lucía.
María era la que más se cuidaba, solía salir a correr por los jardines del campo del moro todas las mañanas, no sé de dónde sacaba tiempo; me acuerdo del día que me convenció para salir a correr temprano y tuve que madrugar; yo madrugando un sábado, eso si que no estaba pagado.
Cuando se mudó a su piso en el barrio de Austrias fue un caos, que si aquello lo había comprado ella, que si eso se lo tenía que llevar porque era suyo; en pocas palabras, todo lo que había en ese piso era suyo según ella. Decidimos separarnos cuando yo iba a empezar último de carrera, ella consiguió su trabajo cerca del teatro español y como sus padres le regalaron un piso que estuviera céntrico, consideró que no debería vivir tan lejos del trabajo, por lo que ella se mudó a su pisito cerca del palacio real y yo me quede en nuestro antiguo piso (ahora solo mío) del barrio de Argüelles. El día que la acompañé a dejar cosas en su piso, le dije que se podía sentir privilegiada por ser vecina de la corona española y esta contestó ''ojalá y el día menos pensado me vea por una ventana a las infantas haciendo una fiesta a lo grande''.
El día que dejó nuestro piso lloramos, ella porque me abandonaba con todo lo que yo tenía por delante (y que razón tenía con aquello, porque ninguna de las dos sabíamos lo que estaba por venir), y yo lloré porque me pensaba que la perdía para siempre y que esta vez era nuestra ruptura definitiva. Tardó tres horas y veinte minutos en llamarme diciendo que no sabía como hacer un huevo frito. Si, la misma María que se fue de su casa con dieciocho años a comerse el mundo no sabía hacer absolutamente nada de comer, y es que cuando estuvimos viviendo juntas yo era la que cocinaba y hacía la compra y ella era la que limpiaba el piso, hicimos un trueque de convivencia que nos duró cuatro años.
Ella dejó su habitación vacía y yo tenía que pagar el alquiler entero, por lo que decidí que su habitación la podían ocupar otros estudiantes y cuando se lo comenté a María empezó a poner pegas de que no podía ser cualquier persona la que ocupara su segunda casa y es que aunque se hubiera mudado, pasaba más tiempo metida en mi piso que en el suyo. Se ofreció a ayudarme a buscar un compañero de piso y para mi sorpresa mi hermano acabó ocupando el lugar de María. Al principio no le hizo mucha gracia que estuviera por allí Jesús dado que no podía hablar de sus cosas con total libertad, pero cuando se quiso dar cuenta Jesús y ella eran buenos amigos.
Y esa era mi María, toda una revolución allá donde iba, que esperaba mucho de la vida, pero que siempre le acababa dando ella. Casi siempre compartíamos las mismas opiniones, sabíamos cuando una de las dos estaba mal incluso sin hablar, nos entendíamos sin personas que intermediaran entre nosotras. Recuerdo el día que me presentó a Cova, y lo que desencadenó aquello. Se llegó a pensar que por hacernos amigas de otras personas que no fuéramos nosotras dos mismas nos íbamos a separar, pero a una amiga que consideras parte de tu sangre aún sin serlo no se le deja tirada así como así. Y así fue como poco a poco María y yo nos hicimos amigas de las demás, empezamos a salir a cenar o a comer, a ir de compras o al cine, a escuchar música o a invadir la casa de las otras juntas.
Y eso era lo que María y yo compartíamos, cosas que le dolían a la una y acababan afectando a la otra, como aquella pelea en el colegio, el primer desamor, la primera vez que lo hicimos, la primera vez que salimos de fiesta, el primer beso,...
Esto es tener una hermana de sangre aún sin serlo.
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Los ojos de Carlota
RomanceCarlota vive con su hermano Carlota tiene tres amigas muy locas Carlota tiene miedo al pasado Carlota vive en una vida en calma hasta que aparece ella